Segundo elogio de la melancolía

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Segundo elogio de la melancolía

No quisiera comenzar afirmando lo obvio, por ejemplo, que la música afecta nuestras emociones; por eso, voy directo al punto: la melancolía inducida por ciertas composiciones suele ser fascinante para muchas personas. 

“¡Qué bonito es ver llover y no mojarse!”, decía Rosita —amiga entrañable de mi mamá—, ora en su sentido literal, ora en el metafórico. (“Ora”... hoy estoy más anticuado que de costumbre). Pienso que Rosita tenía razón, también en lo que respecta a la melancolía. Por una parte, no es el estado emocional más deseado, ya que se trata de una apacible pero prolongada tristeza (yo no he escuchado que a alguien en su aniversario le deseen “muchas melancolías”); por otra, la  evocación melancólica es habitual y muy apreciada en el universo del arte. 

Transpira melancolía Ofelia muerta en el río, flotando hermosa entre hermosas flores; melancolía irradia un horizonte versos lejanos: “Por el arco de Elvira voy a verte pasar, para sufrir tus muslos y ponerme a llorar”... Nosotros gozamos en la contemplación de Ofelia ahogada, siempre y cuando se presente en un lienzo de Millais, y nos gusta sufrir bellos e inalcanzables muslos, preferiblemente si se encuentran en algún poema de Federico. Ver llover y no mojarse. 

La música también es fuente de melancolía, la cual ha manado generosamente a través de los tiempos: beberse los sonidos de la sosegada tristeza ha sido siempre subyugante. Me gustaría saber qué obra musical, qué giro melódico o qué sutil modulación despierta en cada uno de ustedes el sentimiento melancólico. Yo, aprovechándome de esta columna, puedo presentar algunos ejemplos. Sin embargo, cuanto estoy a punto de escribirlos, en mi pensamiento convergen múltiples torrentes musicales que hacen vacilar a mi pluma, pues me doy cuenta de que la melancolía es una pluralidad: su fluir puede ser sutil, majestuoso, invariable, cambiante, refulgente, umbroso... 

Finalmente, me decido.

¡Canta, oh diosa, las distintas melancolías de la música! (¿Ya había dicho que hoy me siento especialmente anticuado?)

Profunda melancolía rezuma la Partita en La menor, FbWV 601, de Johann Jakob Froberger. Su disertación musical pareciera tener implicaciones filosóficas: abundante en cuestionamientos y carente de respuestas; melancolía que se regodea en su insatisfacción. 

Tierna y resignada es la melancolía de Spiegel im Spiegel. El piano destila cristalinas gotas sobre el discurrir lento del violín. ¡Nadie haga ruido mientras Arvo Pärt dice su música!

Chopin, con su Nocturno Op. 48 No. 1 en Do menor, suscita una melancolía voluble: ansiosa y contenida, se consuela a sí misma, estalla, se resigna... Summa melancólica.

Abismal es la melancolía del Adagio para cuerdas de Samuel Barber. El primer acorde nos precipita en una caída irremediable en la que no hay temor ni temblor, solo el tenue vértigo de la inmensidad. 

La melancolía es una nostalgia ciega: así lo leí en la biografía de Chopin escrita por Jesús Bal y Gay, quien en el mismo texto escribió uno de los párrafos que más fijamente conservo en la memoria: “...una aspiración sin límites por algo sin contornos, que se sabe destinada a arder insatisfecha”. Melancólica definición de melancolía.