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La pandemia trajo un cardenal
Hace un año todo se detuvo y en muchos lugares del mundo se percibió un silencio ensordecedor e irreconocible. Sin saberlo, los humanos iniciábamos lo que debe ser la mayor disrupción de la vida cotidiana, para la mayor cantidad de humanos, de la historia. El cielo cada día se veía más azul, circularon fotos y videos que mostraban un mundo sin humanos, calles sin peatones o automóviles, un planeta feliz de tener a sus inquilinos guardados. Veríamos a Andrea Bocelli cantar frente a la catedral y plaza de Milán vacías, imágenes de París, Londres y Nueva York sin gente en las calles. Al inicio, muchos pensamos que el encierro, la disrupción y el cambio de hábitos durarían unas semanas, tal vez meses. Pocos imaginaron que un año después el mundo seguiría tratando de encontrar la forma de rearmarse como un niño trata de volver a armar su juguete de Lego que estaba completo, pero que alguien, sin querer, tiró al piso. El problema es que, a diferencia de la primera vez, para rearmar es probable que no esté el instructivo o la caja. Hay que improvisar y tomar ciertos atajos. Tal vez el Lego nunca quede igual a falta de instructivo y de algunas piezas que se habrán perdido.
Es común la conversación que inicia y trata sobre la pandemia, ahora más enfocada a historias de éxito sobre vacunación. Como la mayoría de los desastres naturales, la pandemia que vivimos afectó desproporcionadamente a los más pobres, a los más enfermos, a los que están liderados por los más corruptos y/o ineptos. A México no le ha ido bien, y aunque las calles y restaurantes se han empezado a poblar en muchos lugares del País, el riesgo no ha pasado. Muchos de quienes pueden quedarse en casa, no lo hacen; muchos que quisieran quedarse en casa, no pueden. Hay quienes en algún punto de este año hemos podido guardarnos en casa y experimentar un cambio radical de rutina, controlando prácticamente nada y viendo pasar días y estaciones completas desde la ventana. En mi experiencia personal, de dos temporadas de encierro prolongado en este último año (con unos meses en medio con cierta normalidad), me di cuenta de cosas que nunca había percibido. No es claro si siempre estuvieron ahí o si llegaron junto con la pandemia. Quiero pensar que ahí estaban, pero yo no me daba el tiempo o la oportunidad de levantar los ojos, de abrir la mente y escuchar con atención.
Vivo relativamente cerca, pero sobretodo en la ruta de aterrizaje de uno de los aeropuertos ejecutivos y de carga con más tráfico de Estados Unidos. Me considero una persona que conserva todavía cierta capacidad de asombro por cosas cotidianas; un avión volando, no importa el tamaño, si se escucha yo volteo; o la luna en cualquiera de sus fases es motivo suficiente para comprobar, otra vez, que los teléfonos rara vez toman buenas fotos de la luna. De pronto, pasaron varios meses sin que hubiera aviones sobrevolando nuestra zona; hasta el tráfico de automóviles fue reemplazado por vecinos que salían (salíamos) a caminar a horas en las que normalmente estarían sentados en su oficina frente a un escritorio. Y así, fue la pandemia que cumple un año en estos días (en Norteamérica) la que me puso cerca de mi ventana con curiosidad por encontrar a ese pájaro que hacía el mismo sonido agradable todos los días a las mismas horas. Tal vez siempre estuvo ahí y yo no. Tal vez los cambios en su entorno lo hicieron mudarse a los árboles detrás de nuestra casa. Nunca lo sabré, pero ahora entiendo, sin ser yo ornitólogo, que un cardenal, a diferencia de patos y gansos, no migra y es capaz de soportar inviernos de 5 o 6 meses y temperaturas de diez o veinte grados bajo cero. También aprendí a reconocer su canto y a entender que son territoriales (otros tres visitan y los veo perseguirse en no muy buenos términos). Ahora me preocupa un halcón que ronda el vecindario. Le tomé cariño al cardenal, pero me he resistido a ponerle nombre, tal vez por algo de superstición ya que creo que si le pongo nombre se irá.
Espero que todos tengamos la oportunidad de encontrar algún “cardenal” alrededor nuestro; esos puntos brillantes o positivos que compensan parte de lo que ha sido un año por demás complejo, lleno de desinformación, exceso de redes sociales y malas noticias, crisis y señales poco positivas sobre el rumbo del País. En mi caso, el cardenal me acompañó por un año y me trajo paz. No sé qué planes tenga él para cuando acabe la pandemia, pero espero le queden muchos años de visita en mi casa (o yo en la suya), después de todo, ya investigué que pueden llegar a vivir hasta 20 años.
** Si tienes curiosidad por conocer al cardenal, con gusto te envío una foto (todavía no la cargo en mi cartera).