Vislumbra Wuhan un mundo pospandemia, a un año de ser la zona cero
Christopher Buckley / Keith Bradsher / Vivian Wang / Amy Qin
Los largos meses de estricto confinamiento se han desvanecido en Wuhan, la primera ciudad en el mundo que el nuevo coronavirus devastó. A medida que los residentes buscan dejarlo atrás, citan un dicho chino que advierte sobre no “olvidar el dolor después de que una cicatriz sana”.
Para muchos en esta ciudad del centro de China, el dicho resume la tentación de olvidar los malos recuerdos mientras se festeja la recuperación. Para las familias que viven su duelo en las sombras, significa el peligro de olvidar de manera precipitada sin un reconocimiento público a las vidas que se perdieron de forma innecesaria.
Hace un año, cuando Wuhan impuso un cierre de emergencia, brindó al mundo una alerta anticipada sobre los peligros del virus. Ahora anuncia un mundo pospandémico en el que el alivio por los rostros sin cubrebocas, las alegres reuniones y los traslados diarios al trabajo esconde las secuelas emocionales.
En Wuhan, los habitantes disfrutan de placeres ordinarios que hace un año se convirtieron en riesgos prohibidos, como andar por la histórica calle comercial Jianghan. Los oficinistas intercambian empujones para ganar asientos en el metro, que estuvo cerrado durante el confinamiento. Los restaurantes, bares de karaoke y clubes de música en la ribera generan un barullo de conversaciones y melodías que era impensable el año pasado y sigue siendo impensable para gran parte del mundo que todavía está en las garras de la pandemia.
“Wuhan es ahora la ciudad más segura en todo el país”, se dice en las calles. “No contraeremos esta enfermedad”.
UN AÑO DE DUELO
Por debajo de la exuberante normalidad, algunas familias en duelo tienen dificultades para exorcizar a los fantasmas, los recuerdos y el enojo que no encuentran lugar en el triunfante giro hacia el futuro del Gobierno. Algunos se aferran a objetos que les recuerdan a los que perdieron. Otros sienten el dolor de recordar y tratar de olvidar.
Zhu Tao, un trabajador metalúrgico de 44 años, vive en un vecindario de Wuhan que sufrió un brote grave y sigue enojado por la muerte de una tía de 82 años que falleció por el coronavirus. Cree que una prima también pereció debido a la enfermedad, aunque su acta de defunción cita la causa de muerte como infección pulmonar bacteriana.
“Las personas de Wuhan a mi alrededor me dejan con la sensación (muy clara) de que la cicatriz ha sanado y que han olvidado el dolor”, dijo. “En realidad, la situación es que la cicatriz no ha sanado, pero ya han olvidado el dolor”.
La experiencia de Wuhan hará eco en Nueva York, Nueva Delhi, Río de Janeiro y otros lugares que han sido muy afectados cuando finalmente se recuperen. Todos estos sitios tienen familias atrapadas en el duelo y el enojo por las muertes que dicen que se pueden evitar. Todos tienen restaurantes y tiendas, el sustento de millones, que luchan por sobrevivir. Todos tienen cementerios que han crecido de manera considerable durante el año pasado.
El Partido Comunista de China ha sido singularmente exitoso en contener las infecciones y catapultar a Wuhan de regreso a la vida con más rapidez que cualquier otro país. Sin embargo, China también es singularmente poderosa para controlar el recuerdo de los desastres, eliminar hechos problemáticos y omitir cuestionamientos críticos a su narrativa oficial.
Algunas familias encuentran poco consuelo en las celebraciones victoriosas del Gobierno. Algunos han seguido combatiendo los esfuerzos del Estado para cubrir sus fallos iniciales, a pesar de las detenciones, la vigilancia y las advertencias constantes. La mayoría se ha retirado a vivir un duelo privado que se agudizó antes del aniversario de la crisis: cuando se estableció un cierre de emergencia en Wuhan el 23 de enero del año pasado.
CONMOCIÓN Y TEMOR
El confinamiento en Wuhan a menudo se describe como un tipo de pesadilla que ocurrió en un estupor febril.
Al principio, la conmoción y el temor prevalecieron en la ciudad, funcionarios asegurando a los habitantes durante las semanas que era poco probable que el virus se propagara. Las personas saturaron los supermercados para abastecerse de comida o corrieron a los hospitales para que les hicieran revisiones por casos de tos o fiebre.
“No había personas ni autos en las calles de Wuhan, sólo ambulancias y no hacían sonar la sirena, sólo encendían las luces de la torreta, porque les preocupaba que el sonido atemorizara a las personas”, dijo Ma Keqin, de 66 años, un trabajador metalúrgico jubilado.
Wuhan se convirtió en un panal de barricadas y puestos de control a medida que barreras de plástico amarillo y revestimientos metálicos restringían el paso en los vecindarios.
Posteriormente, cuando el confinamiento se levantó 76 días después, en abril, la ciudad había registrado de manera oficial 50 mil 333 infecciones del virus y 3 mil 869 muertes; estudios indican que, en realidad, el virus infectó a muchos más. En ese entonces, los residentes expresaron su furia contra los funcionarios a los que culpaban por haber dejado que el virus se saliera de control.
Incluso en Wuhan, puede ser fácil olvidar ese momento en el que poner en cuarentena a una ciudad entera parecía un experimento único y draconiano con una vez millones de personas como sujetos. La ciudad que el año pasado se convirtió en una fuente de estigma; ahora es un punto de orgullo.
EL REGRESO DE WUHAN
El Gobierno chino ha presionado a las personas en Wuhan y en todo el país a apresurarse hacia el futuro y restar importancia, o prácticamente olvidar, las muertes y las dificultades del año pasado. Si bien los meses en aislamiento impuestos por la ciudad alguna vez se consideraron brutalmente excepcionales, la cifra diaria de muertos por el virus en Estados Unidos se ha aproximado, en ocasiones, al total oficial de China en toda la pandemia, lo que ha fortalecido la confianza en el regreso de Wuhan.
En toda China, las menciones de muertes son silenciadas.
Wuhan todavía no ha difundido estadísticas de cremaciones durante el primer trimestre del año pasado, muchos meses después de lo que normalmente se reportarían. Los escritores y periodistas independientes que cuestionan las brillantes versiones oficiales de la crisis de Wuhan, aunque sea un poco, han sido desprestigiados en los medios chinos, detenidos o incluso encarcelados.
“Siempre ha sido así en China. ¿Cuántas decenas de millones murieron en la Gran Hambruna? ¿Cuántos en la Revolución Cultural?”, dijo Ai Xiaoming, una profesora jubilada en Wuhan que, como muchos residentes, llevó un diario en línea sobre el confinamiento. “Todo se puede olvidar con el paso del tiempo. No lo ves, no lo escuchas o no lo informas”.
Muchos en Wuhan ahora aceptan la versión de los eventos brindada por el Gobierno chino y afirman que su “ciudad de héroes” libró una pelea honorable contra un virus que ha doblegado en países más adinerados.
Wuhan ha vuelto a hacer más estrictas las medidas de vigilancia recientemente a medida que otras partes de China enfrentan rebrotes. Señalizaciones exhortan a los residentes a estar atentos a síntomas, evitar viajar durante el próximo Año Nuevo Lunar y evitar compartir comida. ©2021 The New York Times Company