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La ley de Murphy
Estoy en una fila esperando a que cambie la luz del semáforo, me muevo al carril de un lado intentado avanzar más rápido y la que empieza a avanzar es la que dejé. En una tienda encuentro una camisa con descuento, pero la única talla que no está disponible es precisamente la mía. Intento abrir la puerta de mi casa, en mi mano izquierda cargo una bolsa y al momento de abrir con la derecha, me doy cuenta de que las llaves están en el bolsillo izquierdo; o se va la luz y no había guardado el documento en el disco duro de la computadora.
Son millones de posibilidades de que las cosas puedan salir mal, y que por supuesto lo hacen. Pero extrañamente, de estos hechos culpamos al destino, a la “mala suerte” y a veces hasta al universo a quién acusamos de conspirar en contra nuestra. Estamos ante una profunda creencia humana en la existencia de fuerzas desconocidas y de que las cosas como algunos dicen “pasan por algo”. Es la Ley de Murphy, una afirmación sin base científica que se cree fue conceptualizada a finales de los años cuarenta del siglo pasado por Edward A. Murphy, un empleado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, quien trabajaba en la base aérea Edwards, probando el comportamiento y resistencia humana ante las fuerzas G, una medida de aceleración que se basa en el aumento de velocidad que sobre un objeto ejerce la gravedad.
El ejercicio en el que trabajaba Murphy, utilizaba un cohete montado sobre un riel y para ello se trabajaba con muñecos que asemejaban a un ser humano. El experimento salió terriblemente mal por una falla en la instalación del sensor que marcaba una lectura de cero y la historia cuenta que la frase de Edward A. Murphy fue: “Si esa persona tiene una forma de cometer un error, lo hará”.
Pero la “Ley de Murphy” se basa en un razonamiento erróneo en donde nos cerramos a la existencia de una sola probabilidad: la de que, si las cosas salen mal, le damos la probabilidad de incontrolable. Estamos ante un autoengaño, una distorsión cognitiva que nos aleja del pensamiento lógico. Los científicos del comportamiento lo atribuyen a nuestra memoria selectiva, la capacidad de marcar como sesgos, los hechos negativos que pueden ocurrirnos y cómo tenemos una inclinación natural hacia la negatividad.
La “Ley de Murphy” pisa los terrenos de las creencias, pero jamás de la ciencia. Eso lo confirmaron científicos de la Universidad de Duke que condujeron una investigación publicada en la revista “Psychological Science” que reveló que la gente cree que el destino es algo supernatural y omnipresente, que expande el tiempo y el lugar y que ejerce una serie de efectos positivos y negativos sobre la salud, la superación y la acción e inacción.
Los investigadores Aaron Kay, Simone Tang y Steven Shepherd, científicos responsables de la investigación, creen que las personas llaman al destino como una forma para calmar su estrés y sus temores, le dan un peso es sus vidas al decir que “Está fuera de mis manos y que no hay nada que yo pueda hacer”. La creencia de que todo lo que sucede, se suponía que debía suceder y que los resultados son, en última instancia, predeterminados.
Se trata de una excusa magnífica para evadir nuestra responsabilidad sobre lo malo que nos ocurre y dejar todo en manos del destino. Y aunque es verdad que hay cosas que no podemos controlar ni siquiera con prevención, como sucede con algunos tipos de cáncer no determinados por agentes cancerígenos, la llamada “Ley de Murphy” no significa que va a pasar algo malo, se trata más bien de que si algo puede pasar, pasará, bueno o malo y una gran parte de que así suceda está en nuestras manos.
Así que estemos tranquilos pues la famosa “Ley de Murphy” no es nada científica ni tampoco es legal. Es más bien una broma que expresa nuestras frustraciones acerca de lo difícil que es controlar las cosas y las “fuerzas” interesadas en que nos vaya mal. Es algo que revela la complejidad y nuestra ignorancia (en el sentido de que hay un montón de cosas que no sabemos), pero no de malevolencia de parte del universo. El cosmólogo Carl Sagan lo expresó con maestría cuando afirmó: “El universo no fue hecho a medida del hombre; tampoco le es hostil: es indiferente”.