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Mestiza Power: Sin fronteras
Cuando, fuera de Estados Unidos, el movimiento Black Lives Matter se hizo tendencia en redes sociales —porque tras su fronteras de eso no pasó, de una tendencia— muchas personas se plantearon si no deberíamos aprovechar el momento para analizar y discutir nuestros racismos. El mestizaje del que somos producto pareciera que nos escuda de padecer o ejercer este tipo de discriminación.
Y reflexiones sobraron, pero no llegó a más. Tal vez hizo falta reconocer más ejemplos puntuales, contundentes, de este racismo mexicano; algo que de verdad nos calara hondo y nos hiciera ver esas injusticias invisibles que debemos cambiar, más allá de si preferimos algún tono de piel.
“Mestiza Power” tiene 15 años de trayectoria, yo tengo 26 de vida. Solo la geografía evitó que la viera antes y fue la pandemia, con el auge digital que provocó, la que me permitió conocerla, disfrutarla y reconocer en ella una crítica social que si bien se enfoca en un fenómeno regional es punto de partida para continuar la discusión en otras áreas.
Esta obra de Conchi León es producto de una investigación que la dramaturga y actriz realizó en su natal Mérida sobre la vida de las mujeres mayas, sus experiencias y la postura de rechazo y discriminación que toma la sociedad urbana ante las personas indígenas. Tres monólogos bastan para caer en la cuenta de la desigualdad social que existe en este ámbito y explican la longevidad de esta puesta en escena, cuyo discurso resuena igual que hace décadas.
La propuesta escénica, sin embargo, es la que con los años ha evolucionado y la versión que llegó a la pantalla de mi computadora, gracias al Teatro La Capilla, en una función de Zoom hace una semana —con una última fecha este próximo 6 de noviembre a las 20:00 horas—, traduce tres lustros de experiencia al formato virtual, sin miedo a dar pasos en territorios donde otras producciones de este tipo se han quedado cortas, con los riesgos que esto implica.
León es acompañada en escena por Laura Zubieta y Salomé Sansores, quienes abren la puesta en un diálogo a través del cual exponen el estilo de vida y las luchas diarias de las mujeres mayas en la actualidad, para luego dar paso al primero de tres monólogos, a cargo de Sansores.
Fueron estos minutos iniciales los que representaron el mayor reto técnico para la propuesta virtual de “Mestiza Power”. A diferencia de otras obras similares, en las que la cámara está fija sobre el escenario —si es solo una transmisión desde el teatro— o sobre el rostro de los intérpretes —cuando se transmite desde diferentes puntos a través de Zoom—, aquí la cámara se mueve con libertad por la escena, lo que a su vez otorga mayor rango de acción para las actrices y un reto superior para el audio, que experimentó problemas en esta parte.
El constante movimiento, primero de las tres mujeres y luego de Sansores sobre una hamaca, provocó fallas en la recepción de los micrófonos y dificultó la escucha de los diálogos. Sin embargo, todo esto quedó atrás una vez que Conchi León tomó la escena en una transición al segundo monólogo ambientada por “I Want To Break Free” de Queen.
La vendedora ambulante, con gafas de sol, estabilizó la toma al hablar, sentada, sobre su familia —pero nunca sobre ella misma—, mientras pelaba una toronja con un gran cuchillo que, entre ademán y ademán, llegó a rozar peligrosamente contra su cuerpo. El dinamismo de la cámara, no obstante, continuó, aunque más moderado, con ocasionales enfoques a sus manos o a la inquieta daga.
Zubieta, a continuación, presentó su parte —luego de otra transición con la misma música—. En ella la cámara también encontró mesura y la iluminación tomó mayor protagonismo, al otorgarle a la escena una atmósfera más densa, adecuada para contar la historia de la curandera mestiza, quien trabaja a través del viento pero cuya labor es mal vista incluso por las mismas personas a las que logró ayudar, antes de cerrar con las tres de vuelta a cuadro, en un ritual que rinde tributo a la feminidad y el orgullo indígena.
Las interpretaciones de todas, hay que agregar, son deleitables, maduradas a lo largo de años de reposiciones e invitan a simpatizar con ellas y hasta reírse de sus expresiones y experiencias, al tiempo que señalan de manera implícita la crudeza de su realidad que se esconde entre líneas.
“Mestiza Power”, con el mismo ímpetu que presenta este aspecto del Yucatán contemporáneo —uno que rechaza a la población originaria de la región—, también se adentra en el teatro virtual sin titubeos —aunque con algunos tropiezos—, en una propuesta que toma más del lenguaje cinematográfico que otras, para otorgarnos una experiencia como pocas se han visto durante esta pandemia y que ahora, gracias a la naturaleza misma del formato, tiene la oportunidad de saltarse las barreras de la distancia, y nosotros de encontrarla en el camino, para poder disfrutar de esta obra de arte y permitirnos a través de ella reconocer y hablar sobre las problemáticas ocultas a plena luz del día en México.