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El arte y su credo
Arte, religión y culto siempre han estado relacionados. La música ha servido como instrumento de comunicación con el mundo de lo sobrenatural y lo divino, asimismo la danza. Por su parte, la escultura ha acompañado los ritos sagrados en forma de ídolo, tótem, efigie o talismán. Pero el arte no necesita religión alguna para participar en el ejercicio mistérico y supersticioso, pues por sí mismo, dentro de sus templos (teatros y museos), es capaz de suscitar la elevación espiritual y la celebración orgiástica en manifestaciones de carácter ceremonial. Penetrar en un museo o en un teatro es mejor si estamos dispuestos a creer en fantasmas. Arte y religión se fundamentan en el misterio.
El dios no suele hablar, sino propiciar signos para que los mortales pongamos en marcha el humano don de la interpretación y los descifremos. Y cuando habla lo hace de manera velada, procurando que la información permanezca encriptada en parábolas. Todo ello facilita la multi-interpretación de los signos divinos. Algunos mensajes son menos vagos que otros, pero, finalmente, todos favorecen una verdad flexible e imprecisa.
El autor no suele hablar, sino propiciar signos para que los espectadores pongamos en marcha el humano don de la interpretación y los descifremos. Y cuando el autor habla con palabras, lo hace de manera velada, procurando que la información permanezca encriptada en la metáfora. Todo ello facilita la multi-interpretación de la obra de arte. A veces, los mensajes son menos vagos que otros, pero, finalmente, todos favorecen una interpretación flexible imprecisa.
Cuando entramos en un templo esperamos alguna sacudida espiritual (a veces extática; pensemos en Santa Teresa) motivada por la vibración mística, o bien, descifrar el mensaje subyacente al signo, al ídolo o al tótem que reside en aquel entorno. También podemos buscar ambas cosas. A menudo, un sacerdote, rabino, o chamán, allana nuestro camino interpretativo, revelándonos su propia exégesis, o bien, la interpretación canónica, es decir, la de los grandes iluminados, iniciados o padres de la iglesia. Pero, finalmente, el sacerdote y el devoto anhelan entrar en la mente del dios para allí verificar su mensaje y su plan (si es que hay alguno). Sin embargo, el dios suele permanecer en silencio y el misterio de su obra sigue siendo insondable.
Cuando entramos a un museo o a un teatro esperamos alguna sacudida emocional (a veces extática; pensemos en Stendhal) motivada por la obra, o bien, descifrar el mensaje subyacente a ella. También podemos buscar ambas cosas. A menudo, un crítico especializado allana nuestro camino exegético revelándonos su interpretación o la interpretación canónica, es decir, la autorizada por la crítica especializada y el público más conocedor. Pero, finalmente, el crítico y el espectador anhelan entrar en la mente del autor para allí verificar su mensaje y su plan (si es que hay alguno). Sin embargo, el autor suele permanecer en silencio y el misterio de su obra sigue siendo insondable.
El arte, credo universal. ¿Quién no ha acudido, de la mano del instinto, a su altar?