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Credencial 001
Era terco, sarcástico, idealista, amigo de sus amigos. Soñaba con la utopía socialista de Tomás Moro descrita en el libro “Del Estado Ideal de una República en la Nueva Isla de Utopía”, obra que siglos después inspiró a Marx y Engels a escribir su “Manifiesto del Partido Comunista”. Él creía en el sueño de Lenin y Trotsky por el mundo, tras la Revolución bolchevique de octubre de 1917. Eran los tiempos que muchos países experimentaban el modelo socialista y se sumaban al amparo de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
José Guadalupe Durán Herrera, mi abuelo, dejó su añorada tierra Cuatrociénegas en el final de la década de los 40. Se marchó a Monclova donde AHMSA había nacido al amparo de la alta demanda de acero producto de la segunda guerra mundial. En el año de 1948, junto a mi abuela Fidela y sus hasta entonces cuatro hijas, María Guadalupe, Margarita, Velia y Rosalva llegaron a vivir a Monclova, ciudad que en el censo del año 1940 registró apenas 9 mil 411 habitantes. Muy pronto, encontró trabajo en AHMSA y también muy pronto también se metió en problemas. Empezó a organizar a los obreros en torno a un sindicato en demanda de mejores condiciones laborales. Por ese tiempo había conocido al gran militante de izquierda don Casiano Campos, que lo impulsó a fundar la filial local del Partido Comunista, y así lo hizo.
Mi abuelo fundó el Partido Comunista en Monclova, fue miembro de número y poseedor de la credencial 001. Eran los tiempos en donde se perseguía, encarcelaba, asesinaba y desaparecía a sus militantes. La época en que si el Presidente visitaba Coahuila, la policía los encarcelaba ilegalmente hasta que pasara la visita como tantas veces hicieron con mi abuelo. Creía, respiraba y transpiraba el sueño comunista y actuaba en consecuencia. No era un comunista de esos que levantaban el puño izquierdo como pose para la foto, como hacían algunos supuestos defensores de libertades, mismas libertades que después no respetaban. Esos que, con la otra mano, la derecha, cobraban las comodidades que les proveían los negocios producto de un capitalismo rampante y abusivo y se entregaban a un mundo de privilegios.
Corría el año de 1950 y mi abuelo participó en la “Caravana del Hambre”, un movimiento social de obreros de Coahuila que con dignidad y valentía reclamaban mejorar las terribles y míseras condiciones laborales de los mineros del carbón de Nueva Rosita. Esa y otras acciones provocaron su cese fulminante de Altos Hornos. El mundo se vino encima a mi familia y mucha gente les dio la espalda. No era fácil librarse de la etiqueta de ser el comunista del pueblo y nadie volvió a darle un empleo formal.
Ante los apremios económicos, sus hijos e hijas entre ellos mi madre, tuvieron que comer por muchos años sólo papas, frijoles y tortillas con chile. Él se hizo carpintero con tan mala suerte que la carpintería se incendió por accidente (o al menos esa fue la versión oficial). Con su clásico humor que rayaba en lo ácido, le decía a mi madre: Marcos en lugar de nacer con una torta bajo el brazo, nació con una caja de cerillos.
Él era un hombre al que se le ocurrió nacer el Día de los Muertos de 1920, hace ya 100 años y morir la noche de un 24 de diciembre de 1973. Eso volvió a marcar a mi familia que por muchos años no celebró la Navidad, algo que yo no alcanzaba a entender mientras veía a mis amigos abrir regalos y cenar la noche del 24, al tiempo que para nosotros era una noche de guardar luto. Pero a pesar de las dificultades, del acoso oficial, de la persecución sistemática, mi familia salió adelante. Varias décadas después, estamos aquí y aquí seguiremos pues el ejemplo de mi abuelo nos hizo más fuertes para enfrentar las dificultades del presente y del futuro. Nada nos asusta y yo agregaría: Que se asusten los ladrones y corruptos.
Murió decepcionado por la falta de libertades y la intolerancia que carcomían al Socialismo. Descubiertos los crímenes de Stalin, la primavera de Praga acallada a punta de tanques soviéticos y los Castro en Cuba llevaban ya 14 años en el poder lo llenaban de tristeza. Aún lo recuerdo casi obsesionado y repitiendo una frase de la anarquista Emma Goldman: “Si no puedo gritar, no quiero estar en su Revolución” y él la remataba diciendo: “Si no puedes gritar, no es una Revolución”.
@marcosduranf