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II maestro Porpora
Si algo conocían a profundidad los compositores italianos del siglo XVIII eran las posibilidades canoras de la voz humana. Entre ellos, descollaba Nicola Porpora, quien vio la luz en 1686.
Este compositor sabía llevar al límite las posibilidades técnicas de los cantantes sin cruzar la delgada línea que separa lo virtuoso de lo anti-vocal. Pero el trabajo de Porpora no se limitaba a confeccionar trajes musicales a la medida de la voz, pues también practicaba la enseñanza del canto y la composición.
Porpora sabía encontrar el diamante, pulirlo y venderlo. Fue maestro de Farinelli, Caffarelli e il Porporino (llamado así en homenaje al maestro), por mencionar algunos, pues, en suma, instruyó a los más encumbrados castrati de la época. No era cantante, sin embargo, poseía un oído clínico y una intuición que le permitía trabajar las más portentosas naturalezas vocales. Pero sus dotes pedagógicas iban más allá de la voz: entre sus alumnos de composición estuvo Joseph Haydn.
Italia era la emperatriz de la melodía y la madre de la ópera. Si bien no existía como país, conformaba un entramado de cortes con una marcada unidad cultural. Si Florencia inventó la ópera, Venecia la colocó en el mercado y Nápoles se encargó de administrarla mejor que nadie. Esta última se convirtió en el polo operístico de mayor atracción. Ningún compositor o libretista que buscara una carrera en la ópera podía evadir Nápoles en su viaje de aprendizaje. Aquella era la patria de Porpora. Allí fue elogiado por Händel, a quien luego se enfrentaría artística y comercialmente en Londres.
Algunos señalan a Nicola Porpora como un compositor que se limitó a seguir los esquemas de la composición de su época. La acusación podría valer prácticamente para todos los compositores barrocos si les aplicamos los mismos baremos que a los creadores románticos o del siglo XX, cuyos ideales se basaban en la renovación constante del discurso musical, no solo entre compositores, sino entre dos obras consecutivas de un solo creador. En el barroco, la música se producía en grandes cantidades para satisfacer la demanda de las cortes, capillas y catedrales, la tinta fluía de sol a sol sobre el pentagrama, de manera que los esquemas eran necesarios, aunque no restrictivos para la innovación. Así pues, aún respetando los esquemas, la imaginación melódica de Porpora era no solo desbordante sino distintiva, además, sus recitativos preludiaron el muy posterior estilo mozartiano, lo mismo que algunas arias. Basta escuchar su Germanico in Germania de 1732 para comprobarlo.
Supongo que a estas alturas la curiosidad de algún lector por escuchar la música de Porpora ya se habrá despertado. Para calmar tales inquietudes tengo algunas recomendaciones.
En las plataformas de streaming podemos encontrar tres álbumes deliciosos: “Farinelli: Porpora arias” con Philippe Jaroussky; “Il maestro: Porpora arias” con Franco Fagioli y “Nicola Porpora: opera arias” con Max Emanuel Cencic.
Por último, si me permiten una última intromisión, tal vez un buen primer encuentro con Porpora sea —a riesgo de enamoramiento— escuchar su Alto Giove en la voz de Philippe Jaroussky.