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¿Abracadabra basta para cantar?
El mago siempre sabe dónde está el conejo, pero el público debe creer que de la nada apareció en la chistera.
Los grandes músicos son como magos que de su chistera hacen brotar un montón de conejos que cosquillean los corazones del público.
Un buen mago de los sonidos convence al espectador de que no hay truco, de que simplemente da rienda suelta a los dones que la naturaleza le confirió, sumido en una dulce inconsciencia. Pero él bien sabe que detrás de cada frase lograda y de cada gesto melódico hay una mixtura de automatización y cálculo consciente de los recursos técnicos.
Algunos hablan de un dualismo en la interpretación musical: una parte técnica y otra expresiva. Sin embargo, al estudiarlo de cerca, o bien, al experimentarlo, el dualismo se desvanece, pues nos damos cuenta de que aquello que llamamos expresión no puede tener cauce sin un fundamento mecánico. Entonces, el dualismo se convierte en un fenómeno causal: la expresión lograda por el dominio técnico.
El sonido bien timbrado y el vibrato elegante de un violinista se consigue tras largas horas de práctica y dilatados años de paciencia dedicados al acondicionamiento muscular, a la mecanización y al entrenamiento auditivo; un ritardando preciso puede ocultar un ejercicio consciente de su división mental del pulso; el buen legato de un cantante encierra la voluntad y la práctica de cantar “sobre las vocales”, etc...
Así, el control expresivo se basa en el dominio técnico, ya que lograr el sonido deseado requiere del control absoluto de gestos y movimientos musculares y procesos mentales determinados.
El gran músico hace gritar a nuestra voz interior: “¡nació con el don!” Por supuesto, el instinto y la habilidad innata juegan un papel crucial en la magia, pero sin la práctica, la mecanización y la racionalización del trabajo musical, el conejo nunca saldrá de la chistera del talento.
Podríamos, a partir de lo que escribo, decidir juzgar con más frialdad al siguiente virtuoso que escuchemos, dado que su magia se basa en principios tan mundanos como las muchas horas de práctica y en estrategias mentales conscientes y no únicamente en el cobijo de las musas o en un proceso místico de iluminación musical. Por el contrario, mi propósito es elevar el mérito del gran músico, dado que sabemos que no basta nacer prodigioso para ser un prodigio, sino reunir un conjunto de virtudes, a saber: talento, disciplina, imaginación, fortaleza mental e inteligencia.