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Danza y salud integral
Ya bastante se ha mencionado que desde los últimos tres meses nos enfrentamos un gran desafío sanitario, económico, político, social, y cultural, tal vez de los más fuertes para nuestra generación. Desde los más pequeños hasta los abuelos de casa nos encontramos expuestos por igual a las afecciones emocionales asociadas aislamiento social, a la pandemia y sus consecuencias.
Sin distinción de edad, género, condición, nivel socioeconómico, grado académico o incluso perfil de personalidad, nadie está excento de poder experimentar en algún momento alguna(s) manifestación de dichas afecciones: agotamiento, irritabilidad, insomnio, estados de ira, frustración, miedo, preocupación, tristeza, malestar, indefensión, o sentirse desbordados por la situación.
Es natural que ante la incertidumbre económica, la percepción del riesgo, el temor a infectarse o que enferme algún ser querido, aunado al exceso de información o la poca confiabilidad y certeza de la misma, así como los cambios en la rutina, la dinámica familiar del hogar y la propia interacción de sus miembros, genere estas y otras manifestaciones que pueden ser desde las más leves y transitorias hasta algunas más agudas y que requieran de atención.
Todos de alguna manera u otra hemos experimentado el estrés como una forma de adaptación que desde nuestros orígenes nos ha protegido del peligro y ha permitido nuestra supervivencia. Ante el peligro, el cuerpo se prepara para el ataque o la huída, activando sistemas y produciendo hormonas que puedan responder a las demandas del medio. En dosis adecuadas es totalmente saludable y es lo que nos impulsa a la acción, nos permite cumplir retos y superarnos; en su forma positiva, ha sido denominado “eustrés”. Una vez que se resolvió el enfrentamiento o evitación, el cuerpo debe volver a su estado de equilibrio, pasando por un período de recuperación. El problema comienza cuando nuestro cuerpo continúa en estado de alerta permanente, deja de ser una función adaptativa y puede convertirse en patológica. Si las hormonas del estrés se producen en exceso, afectan la función de otros sistemas: el cortisol se vuelve tóxico para el cerebro al causar sobrecarga de calcio en las neuronas y esto disminuye la concentración, y puede provocar envejecimiento cerebral, estrés negativo o “distrés”, puede desencadenar otras afectaciones tanto físicas como psicológicas: dolores de cabeza, gastritis, hipertensión arterial, diabetes, desde trastornos alimenticios, alteraciones del sueño, abuso de sustancias, ansiedad, depresión, conductas de autolesión, hasta ideas suicidas.
Los niños y adolescentes pueden estar expresando tristeza o miedo a través del conductas desadaptativas, rabietas, peleas, baja tolerancia a la frustración y otras formas de comunicar que también se sienten abrumados ante la realidad que tal vez no consiguen comprender o explicarse en su totalidad.
Los expertos en salud mental están enfocados en estos momentos en proporcionar estrategias de manejo de estrés, entre sus recomendaciones se encuentran los ejercicios de respiración y relajación, a través de actividades como yoga, mindfulness, y desde luego, las expresiones artísticas. Esto de la mano de la implementación de estilos de vida saludables, que garanticen una alimentación adecuada, descanso y activación física.
Siendo la mezcla de entrenamiento atlético y artístico, por excelencia, la danza ha demostrado ser una herramienta de alta eficiencia en el tratamiento de los signos de estrés, por encima de otras actividades físicas, y por supuesto, muy por encima del sedentarismo, asociado a un aumento considerable en los niveles de estrés. En investigaciones sobre estrés laboral, la danza ha reducido niveles de ansiedad y ataques de pánico y ha sido recomendada como medio de intervención para prevenir enfermedades crónicas asociadas con los signos de estrés y como medio para alcanzar una mejor calidad de vida en las personas que la ejecutan.
¿Qué es lo que posiciona a la danza por encima de otras formas de activación física? Estudios en neurociencia ha demostrado cómo la danza activa las funciones de áreas específicas en el cerebro, desde el lóbulo frontal, la corteza motora, premotora, el lóbulo parietal, cerebelo, hasta el oído interno y otros sistemas que recibiendo y enviando señales nerviosas implicadas en el logro de la conciencia espacial, sentido de la posición, conciencia corporal, balance, coordinación, métrica, entre otros elementos. Se ha comprobado un importante funcionamiento de las neuronas espejo en bailarines y se ha estudiado la neuroplasticidad en los cambios generados en el cerebro gracias a la danza.
Pero aún más allá de poner en marcha circuitos cerebrales de la percepción, cognición y acción,
a diferencia de otros deportes, se ha estudiado también cómo la danza actúa involucrando al sistema límbico responsable de la regulación y expresión emocional, poniendo en marcha el sistema emocional, además de enriquecerlo con la interacción social que desarrolla la empatía y la pertenencia.
De forma remota o presencial, la danza es una excelene opción en estos momentos, en los que además de resguardar nuestra salud física, debemos privilegiar también nuestra salud emocional.