El calvario de Daniela: fue esclava sexual de Los Zetas y del CDG, escapó del infierno... ¡7 años después!
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El calvario de Daniela: fue esclava sexual de Los Zetas y del CDG, escapó del infierno... ¡7 años después!
Se puede decir que en México existen tres tipos de secuestro, los típicos, de mujeres que un día son raptadas sin petición de rescate y permanecen desaparecidas mientras el paso del tiempo dificulta su regreso. Un segundo tipo son los casos que sólo se resuelven en ficción, como el del personaje de la telenovela argentina Vidas Robadas, "Juliana Miguez", quien después de pasar un año en una red de trata de personas logra recobrar su libertad y encontrar el amor verdadero, aunque la persona real en la que se basó su historia, la tucumana Marita Verón, siga siendo buscada en fosas clandestinas de bandas de explotación sexual por su madre, la activista Susana Trimarco. Una tercera categoría sería la de sobrevivientes — casos rarísimos — como la colombiana Marcela Loaiza, quien después de 18 meses de rapto por la Yakuza japonesa pudo escapar y su extraordinario testimonio la convirtió en una celebridad y escritora de libros sobre su experiencia como víctima.
Pero el caso de Daniela no cuadra aún en ninguna categoría. Habría que crear para ella un cuarto tipo, el de los imposibles: volver de unos 90 meses secuestrada por dos cárteles en la región más violenta de México.
Además del narcotráfico, secuestro, extorsión, entre muchos otros actos delictivos uno de los crímenes más cometidos por los cárteles en México es el tráfico de blancas, por el cual, miles de mujeres han sido raptadas para ser sometidas por años a la esclavitud sexual.
El final de muchas de ellas siempre es trágico, aunque existe el caso de una mujer originaria de Nicaragua que logró escapar de esta terrible pesadilla.
Este es el caso de Daniela, una mujer que fue engañada, secuestrada y mantenida como prisionera durante más de siete años para ser explotada sexualmente por Los Zetas y el Cártel del Golfo, quien contó en entrevista con VICE News el infierno que vivió en el estado de Tamaulipas.
Daniela reveló que en abril de 2008 su vida cambió para siempre pues debido a las carencias que vivía en su natal Nicaragua aceptó ir a una reunión informativa donde supuestamente se le brindaría una ayuda financiera en la frontera de su país y Honduras; sin embargo, no era más que una trampa pues tras ser trasladada en una camioneta fue interceptada junto con otras dos mujeres por hombres armados, sumándose así a un grupo de 15 jóvenes que ya estaban retenidas.
Su primera prostitución forzada ocurrió en el tabledance El Babilonia ubicado en Chiapas, donde durante 15 días fue obligada a dar servicios sexuales, a su vez, era golpeada por su inexperiencia. Tras esas dos semanas fue enviada al norte del país, específicamente a Nuevo Laredo, Tamaulipas lugar donde estuvo bajo las órdenes de Los Zetas.
“Yo no estuve en una casa de seguridad, como se guardan a los secuestrados. Cuando es trata de personas, es diferente porque no hay rescate, ellos quieren que tu familia piense que estás muerta para que no te busquen. No te guardan, te ponen a trabajar, te sacan a la calle, a los bares, a los tabledance. Parece que eres una mujer libre, pero no lo eres”, contó Daniela.
La joven señala que durante los años que estuvo secuestrada permaneció desconectada del mundo real pues no se le permitía ni siquiera ver el día o el año en que se encontraba.
“A veces, cuando estaba con un cliente, me enteraba del mes o del año porque salía en la conversación. Pero si la gente que me tenía (secuestrada) me escuchaba preguntar algo así, me golpeaba muy feo, así que no lo hacía. No podía escuchar radio, ni televisión, ni leer periódicos, ni nada. Dormía en una casa de ellos, me llevaban con los clientes, a hacer cosas muy feas, me quitaban el dinero y me regresaban a dormir”, agregó.
Daniela confesó que tras la separación de Los Zetas y El Cártel del Golfo murieron cientos de mujeres víctimas de trata que eran reclamadas por un bando y el otro; sin embargo, ella se salvó gracias a que uno de sus captores decidió quedarse del lado de “los golfos”, aunque uno de ellos apodado como “El Viejón” y jefe de dicho cártel, exigió que fuera su amante.
“Cuando este hombre me dice que voy a ser su amante, me llevan a un lugar, agarraron una navaja y me abrieron en el pie, por el empeine. Me pusieron un chip para localizarme y, si me escapaba, me iban a buscar, si iba con las autoridades”.
Con el Cártel del Golfo, Daniela conoció la quinta grande, polvosa, aislada bajo el calor desértico de la frontera con Estados Unidos, donde los clientes más adinerados torturaban y mataban a mujeres por placer. El lugar con olor a hierro, como de ferretería vieja, como sabor a moneda bajo la lengua. Y supo de los calabozos y las casas de seguridad, donde guardaban a los secuestrados. En uno de ellos, la obligaron a cuidar a una pareja que esperaba el pago de su rescate y Daniela, segura de que tanto tiempo secuestrada sólo vaticinaba que pronto sería asesinada, los liberó.
— Cuando yo los miré tan tristes, y era la primera vez que me dejaban cuidar a alguien, pensé 'de todos modos estoy condenada, me van a matar de todos modos'. Yo los dejé ir, que corrieran y se escondieran.
Cuando 'El Viejón' volvió y no vio a sus secuestrados, Daniela pagó el agravio: la golpearon hasta casi matarla y desvanecida la llevaron a un campo, la acostaron y su amante subió a un tractor y amenazó con pasarle encima para que los fierros del vehículo deshicieran su cuerpo. Algo sucedió — tal vez un retorcido concepto del amor — que su pena de muerte se conmutó por horas de humillaciones en el campo, de rodillas, frente a los miembros del cártel.
— Luego ese señor me encerró en un camión. Yo no comía, ni bebía nada. Yo me estaba muriendo, porque no comía nada. Y cuando miró que me iba a morir, me mandó de nuevo a otro table. Y empezó de nuevo: cada día era igual. Un tipo se encargaba de que cumpliéramos con los 10 servicios sexuales, cada uno en 500 pesos. Era un lugar muy remoto, era muy difícil entrar. Por un servicio que no hiciera, me golpeaban. No tenía ropa, así que no había forma de huir. Además, nos vigilaban en la caseta de Reynosa. Ahí la gente de las casetas están pagados por los señores y les avisan quién entra y quién sale —dice Daniela.
Sobre su escape la joven prefiere reservarse varios detalles, lo único que cuenta es que en Tamaulipas una persona supo de su secuestro y la ayudó a escapar en la cajuela de su auto.
— Si cuento más, van a matar a esa persona y no me lo voy a perdonar.
“Me ayudaron, me sacaron del lugar, me pagaron transporte a la Ciudad de México y huí de ese lugar”, agregó.
Apenas llegó a la Ciudad de México el año pasado, Daniela contó su historia en la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) y la mandaron de vuelta a Nicaragua. Pero la ONG Comisión Unidos Contra la Trata se enteró de su caso y le dio seguimiento. Una integrante de esa asociación viajó por cielo y tierra hasta Centroamérica y ayudó a Daniela a ponerse en contacto con la fiscal Ángela Quiroga de Fiscalía Especial para Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas de la Procuraduría General de la República y con su testimonio se abrió un expediente judicial. Ahora, Daniela recibe el tratamiento psicológico que no hubiera recibido en su país, mientras espera que la justicia investigue y llegue hasta los culpables.
'Los narcos tomaban video de cómo las maltrataban [a las secuestradas] y nos obligaban a verlos para que no nos atreviéramos a huir'.
Daniela tiene abiertos dos frentes de lucha: su recuperación física y la reconstrucción emocional. Y ya empieza a acumular victorias: tiene una visa humanitaria que la mantiene en México, donde pretende un nuevo inicio.
— Yo sólo pensaba en mis hijos... yo decía, 'Diosito, ayúdame, no me dejes morir aquí, déjame vivir para encontrarme con mis hijos, seguro me están buscando'. Me enojé con Dios, sí, la verdad, pero él no me abandonó —cuenta aún sin tocar la pizza que se ha enfriado frente a ella durante la primera sesión de entrevista.
— ¿Qué pensaste cuando te escapabas?
— Que era un sueño. Me decía '¿estás soñando?'. Yo no lo podía creer. Soñé tantas veces con eso que... no sé, era un sueño.
— Casi nadie regresa de esos largos secuestros...
— ¡Ay, cómo quisiera que todos volviéramos! Pero esa gente...
— ¿Qué planeas hacer ahora?
— Quiero poner mi taller de costura, quiero volver a empezar. Dar pláticas, talleres, hacer vestidos...
"Aquí estoy, mamita"
Una mujer habla por teléfono a su casa después de más de siete años. En algún lugar de Nicaragua, el timbre repica. "¿Aló? ¿Mamá, eres tú?". "¿Quién habla?". "¡Mamá, soy Daniela, tu hija!". Y del otro lado hay un silencio que se alarga. "¡Mamá, soy yo!". Y más silencio. "Sí, ajá, ¿qué necesita?", responde una anciana desde Centroamérica.
La frialdad sorprende a la mujer. La descoloca. Pero entiende: "para ella, yo morí hace años y siente que le está hablando un fantasma. "¡Mamita, soy yo, de verdad! ¡Pregúntame lo que quieras para que veas que soy yo". Y la anciana abre en su mente una gaveta con recuerdos: "¿en qué fecha nació tu hermanita?, ¿de qué color era tu vestido de quince años... que te bordé para tu fiesta?, ¿verdad que te quedaba muy bien tu vestidito?".
"¡No, mamá, no me quedaba bien, usted me hizo ese vestidito, pero me quedaba grande de acá!" y aunque está al teléfono, desde una oficina policial en la Ciudad de México, se toca las piernas simulando que la tela le impide lucir los zapatos. Pero el silencio sigue.
De pronto, esa mujer escucha que su mundo explota. "¡HIJA, ESTÁS VIVA!", grita la anciana por teléfono y ambas entran en un llanto feliz, acumulado, que quiere compensar tanto sufrimiento. "¡Aquí estoy, mamita, aquí estoy!".
Esa mujer desciende con alegría de un avión en verano de 2015. Las piernas le tiritan mientras entra al aeropuerto internacional de la capital de su país, pequeño, austero, bajo el calor selvático de Centroamérica. Le ordenan mostrar sus documentos que ha conseguido con ayuda de las autoridades consulares y avanza detrás del resto de los pasajeros. Atraviesa una habitación, otra, escaleras, la estación migratoria. El edificio se va aclarando. Se abren las puertas de la sala de llegadas internacionales y sus ojos se fijan en un niño pequeño, uno jovencito y una adulta, junto a una anciana, que brincan de emoción al verla. Ahí está la familia. La abrazan. Se besan. Balbucean. Están en sus primeras horas de una vida que creyeron que se había acabado.
Entonces, esa mujer extasiada cae en la cuenta: así es la vida como debió ser, sin el cerrojo de Los Zetas, ni del Cártel del Golfo. Sobrevivió. Y sueña con el día en que cuente cómo resistió a dos cárteles y prevenir, con su testimonio, que más mujeres caigan en las redes trata de personas de los grupos más violentos de un país "en guerra".
Pero, por ahora, sólo es una mujer que sabe que ya no viaja aterrada. Es una mujer que va de vuelta a casa.
Con información de VICE y Radio Fórmula