Hacen malabares en asilo de ancianos de Saltillo para enfrentar la depresión en cuarentena

La oficina de Cáritas de Saltillo pide a la sociedad que se solidarice con los adultos en plenitud para tratar de que tengan una vejez digna en medio de la pandemia
Entretanto. Las horas de los abuelos transcurren largas en este encierro obligatorio, esperando que mañana se un día mejor. JESÚS PEÑA

Aún falta que culmine la cuarentena y los 50 ancianitos del Asilo del Buen Samaritano ya extrañan jugar a la lotería, bailar, hacer manualidades, cantar y rezar el rosario con los grupos de voluntarios, que día con día, antes de la pandemia, acudían a este albergue para hacerles la tarde.

La falta de compañía, de un abrazo, de una palmada, de un apretón de mano, un beso, de alguien que simplemente los escuchara, ha provocado en los abuelos una profunda depresión.

“Hace algunas semanas todavía los abuelos estaban desesperados, entramos en una crisis de depresión, ya estaban en la depre de que nadie los quiere, de que están solos, que mejor se quieren morir, se sentían abandonados, pero creo que ya logramos salir”, dice Silvia Padilla Luna, la directora de Cáritas de Saltillo, la asociación que sustenta a este asilo.

Entonces, a falta de los voluntarios que hoy están resguardados en casa, los trabajadores del asilo, unos 22, desde coordinadores, hasta el que limpia, tuvieron que entrarle a elaborar rutinas de juegos y dinámicas diarias para entretener, distraer a los viejos.

Ya estaban en la depre de que nadie los quiere, de que están solos, que mejor se quieren morir, se sentían abandonados, pero creo que ya logramos salir”.
Silvia Padilla Luna, la directora de Cáritas de Saltillo

“Ahora sí que las cuidadoras se han convertido en terapeutas, no son cuidadoras nada más. Ya están haciendo actividades todos los días, el trabajo se ha acumulado muchísimo, porque los voluntarios son los que nos ayudan a dar entrenamiento a los abuelos.

“Con los voluntarios, bendito Dios, nos ayudamos a tener atención espiritual, capacitación para el trabajo, juegan a la lotería, bailan, hacen manualidades y ahorita sin voluntarios…”.

Fue así que la alegría volvió al salón del Buen Samaritano y estos abuelitos, huérfanos del tiempo, volvieron a sonreír, a encontrar sentido a su vida.

“Aquí en el Asilo está un poquito complicado, aunque hemos tratado de cómo hacer que las cosas sí funcionen. Estamos cerrados al público completamente desde el 12 de marzo y los abuelos son gente que vive sola, que no tiene mucha compañía de la familia, pero con las actividades que han implementado los cuidadores volvimos a salir otra vez adelante”, dice Padilla Luna.

EL TEMOR A LA PANDEMIA

Sin embargo una sombra volvió a oscurecer la sala de tertulias de este albergue, cuyas paredes encierran las más bellas anécdotas de los años idos.

Y fue la sombra de la crisis económica que ha traído, para casi todos, la pandemia.

Los donativos de pañales, que en asilo se requieren de unos cuatro mil al mes, y de alimentos, bajaron. “Con los pañales no damos abasto… Los donativos en efectivo han mermado, pero… considerablemente y la vida aquí con los viejitos no se detiene…”.

Entonces los cuidadores tuvieron que ponerse a pensar duro e idearon una forma de mantener el asilo y fue solicitando algunas ayudas a través del Facebook.

Parece que la estrategia ha funcionado, pero no como se esperaba y los ancianos del Buen Samaritano, como el resto de los grupos vulnerables de la comunidad, están pasando carencias.

“Aquí las muchachas ponen cuáles son nuestras necesidades y la gente ha respondido. Sí nos faltan muchas cosas, pero ahí vamos poco a poco”.

Por eso es que la oficina de Cáritas de Saltillo pide a la sociedad que se solidarice con los adultos en plenitud para tratar de que tengan una vejez digna en medio de la pandemia.

La buena noticia es que hasta hoy el coronavirus se ha mantenido a raya y no ha entrado por la puerta de este asilo, enclavado en el corazón de La Aurora. Aquí ninguna medida de salubridad está de más.

Y aunque ya se les han explicado esto del COVID 19 a los viejitos, que son como niños, todavía no entienden por qué sus cuidadores andan todo el tiempo con tapabocas.

“Estamos con todas las medidas. Hay una llave por aí para que los trabajadores lleguen y se laven las manos, se cambian hasta de zapatos, hay un tapete con agua clorada, se toma la temperatura, los trabajadores traen cubrebocas, No estamos exentos, pero tratamos de hacer lo mejor posible, lo más que podemos para evitar el virus”, apunta Silvia Padilla.