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‘Llevo 13 años sin dar una buena pelea’; masculinidad alternativa vs machismo
En la película “Hell or Higth Water”, casi al final, el ranger que buscaba a los hermanos asaltantes de bancos en el Oeste de Texas, lugar que refleja una fuerte crisis económica que se vivió en Estados Unidos hace casi una década, fue a la granja del único que quedó vivo y a quien no se le pudo demostrar su culpabilidad.
Después de abrir una cerveza y cruzar algunas palabras, le preguntó: “¿Por qué lo hiciste?”. A lo que el hermano respondió: “He sido pobre toda mi vida, también mis padres y sus padres. Es como una enfermedad. Se vuelve una enfermedad. Infecta a todas las personas que conoces […] Pero no a mis hijos. Ya no”.
Mi abuelo era un gran hombre gordo que peleaba en las cantinas con las manos rodeadas de cadenas como guantes de boxeo. Murió de diabetes cuando yo tenía ocho años. Lo recuerdo comiendo grandes trozos de carne colocando los huesos a un costado de su plato; en la imagen que tengo en la cabeza llevaba las manos llenas de grasa animal.
Sus mandíbulas tronaban con cada mordisco. Daba sorbos a la cuchara que sonaban en toda la cocina mientras mi abuela estaba al pendiente de lo que le faltara para comer. Nadie hablaba mientras él comía. Mis tías lo rodeaban también atendiendo las necesidades del patriarca.
Después de morir, mis tíos narraban con gloria las veces que lo sacaban de los tugurios por hacer trifulca a quien lo mirara como a él no le gustaba que lo hicieran. Era un zacatecano sanguinario. Y mis tíos poco a poco fueron imitando su actitud. Los Luna, apellido de mi abuelo, eran reconocidos en el barrio por su habilidad para pelear, beber y tener mujeres.
La vida de mi abuela se vació en dos recipientes sin fondo: en el de tener hijos, y en el de preocuparse por ellos. Éste, desde luego, era de los destinos más concurridos por las mujeres del siglo 20 en México.
La mujer mexicana estuvo embarazada y en la cocina mientras se reinventaba lo que se tenía como nación. Llegaron las empresas con los tratados comerciales y de estar en la cocina teniendo montones de hijos, salieron a trabajar a la maquila y se convirtieron en la mano de obra barata y de calidad que ahora son todos los obreros mexicanos.
Mi abuela murió por las complicaciones ocasionadas también por la diabetes ocho días después que mi abuelo. Tuvo 12 hijos, por lo que al menos 20 años de su vida los dedicó por completo a ser madre y otros 20 a ser abuela. No sé cuándo se dedicó a ser mujer.
Entiendo perfectamente de qué va esta mierda: machismo es el insulto de mi padre a mi madre a las nueve de la mañana antes de que ella me llevara a la escuela; es mi abuela sirviendo un gran plato rebosante de comida a mi abuelo como si este no pudiera hacerlo solo. Mis “compas” y yo hablando de qué tan bien o qué tan mal tienen sexo alguna mujer. La inseguridad que produce la posibilidad de que tu pareja haya tenido más sexo que tú durante su vida. El preferirlas “vírgenes” a “auténticas”. El percibirlas intelectualmente inferiores. El hacer menos al “menos” masculino del grupo. Golpear a todo aquel que no se parezca a mí. Ser los suficientemente estúpido para no darme cuenta de qué tan estúpido soy. De eso va esa mierda y está teniendo consecuencias catastróficas.
En mi familia fueron mi madre y mi hermana las que no resistieron el machismo. Al momento de decir “no” a los cabezas huecas que tenían como parejas, también me estaban jalando la oreja, y enseñándome a leer y a escribir, porque mi padre estaba muy ocupado siendo estúpido.
Así fui descubriendo a las mujeres de manera progresiva y empecé a entender sólo un poco de lo difícil que es significa ser una de ellas.
No vengo a escribir sobre feminismo. Vengo a escribir sobre epidemias: las epidemias culturales, como la pobreza heredada y el machismo heredado, son asintomáticas hasta que alguien despierta y grita “¡Esto no está bien!”.
Primero serán ignorados y si persisten, se les tildará de locos.
Después sufrirán exilios internos. Hasta que otros y otras se les unan y griten, “¡esto no está bien!”. Y algún “loco” o “loca” que provenga de la Academia (si es que todavía sirve para algo) observe, investigue y diga: “En efecto, según lo observado, eso no está bien”. Así hasta que sea una buena cantidad de “locos” y “locas” que griten al unísono “¡Esto no está bien!”. Así se curan estas epidemias: gritando y recordando que el camino es el de la Justicia física, real y palpable.
Dentro de mí sé que hay algo de mi abuelo y de mi padre. De los Hombres de mi familia. Sólo es cuestión de rascarle. A veces sale.
No sé si exista tal cosa nombrada “masculinidad alternativa”. Pero no tengo dudas que se puede intentar dejar de ser un hijo de puta “amarrándose los huevos” y apelando por el autoconocimiento.
Tengo 30 años a veces bebo y llevo 13 años sin dar una buena pelea. El machismo infecta a todos. Pero no a mis hijos, si es que tengo.