Críticas que fomentan la ignorancia

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Críticas que fomentan la ignorancia

El pasado 22 de enero Avelina Lésper publicó en Milenio una columna en la que compartió su opinión sobre la ópera Wozzeck de Alban Berg, la cual vio en el Auditorio Nacional a través de la transmisión en vivo que se hace de la temporada de ópera desde la Metropolitan Opera House. En el texto plasma una vez más y del mismo modo visceral y sarcástico que le caracteriza su perspectiva sobre todo lo que huela a vanguardista o contemporáneo.

La crítica de arte se metió en terreno inhóspito para ella —hasta donde he alcanzado a indagar no ha escrito sobre música antes a este grado y mucho menos sobre ópera— y tomó muy poco tiempo para que la comunidad musical comenzara a señalar errores e incoherencias en el texto, como, por mencionar algo básico, colocar a Pierre Boulez con Arnold Schoenberg y Alban Berg en la misma “escuela” —probablemente refiriéndose a la Segunda Escuela de Viena, desde donde se planteó la atonalidad y el serialismo dodecafónico en ruptura con la tradición tonal que se mantuvo sin mayor modificación durante los periodos barroco, neoclásico y romántico—, cuando el tercer miembro de esta triada es Anton Webern, no Boulez.

En cuanto a su aproximación a lo musical —sobre lo visual, la escenografía y el montaje de William Kentridge aseguró encontrarse más satisfecha con el resultado, dijo que eso sí era una obra de arte en sí misma y calificó a la música de Berg como mero fondo musical para apreciar la propuesta visual— creo que es mucho mejor que los deje en manos del texto del también crítico de arte Erick Vázquez —quien ya ha analizado el trabajo de Lésper en el pasado— “La posición ideológica de Avelina Lésper” publicado en su blog El escudo y el espejo hace unos días, pero rescataré la idea de que las intenciones de ella en cuanto a temas de arte contemporáneo se trata es el equivalente al niño del cuento “El nuevo traje del emperador” de Hans Christian Andersen; él fue el único que se atrevió a decir lo que todos ya sabían, que el mandatario estaba desnudo, pero no se atrevían a decir.

Sin embargo, como sucede de manera similar con el concepto de hamparte, acuñado por el youtuber Antonio García Villarán, Lésper desacredita de manera tajante la obra en cuestión, sin aportar más al análisis de la misma, sus qués y porqués, y al decir lo mismo que ya todo mundo opina coarta la posibilidad de sus lectores y seguidores de ahondar en el tema y establecer un pensamiento crítico alrededor de este tema, una perspectiva propia o hasta un cambio de opinión y, lo que es peor, impide que sean críticos ante cualquier otra situación que se presente en el futuro, sea o no relativa a las artes, pues se vuelve otro eslabón más de la cadena de productores de contenido de fácil consumo.

En efecto, las expresiones que surgieron de las vanguardias artísticas la mayor parte del tiempo son ejercicios endebles de creación conceptual, que buscan capitalizar sobre el éxito de sus predecesores, pero al tratarse de piezas tan actuales, que están sucediendo ahora, sin un ejercicio verdaderamente crítico —que investigue, coteje y analice y no solo opine desde la víscera— seremos incapaces de apreciar las grandes obras de este momento hasta que el tiempo las muestre por lo que verdaderamente valen, como el caso de Wozzeck de Berg, o sus aportaciones al arte en general, como la apertura que dieron las vanguardias para la inclusión de otros sonidos y que están generando en la actualidad un regreso a la tonalidad habitual desde una perspectiva nueva, tal es el caso de los compositores contemporáneos como Philip Glass o Max Richter —conservando las proporciones—, que incorporan lo mejor de ambos mundos, fenómeno que Lésper menciona brevemente pero sobre el cual no ahonda, situación que a su vez pudo ser la oportunidad perfecta para dar a conocer el trabajo de estos autores que se han reconciliado con las formas tradicionales —y las han conciliado con las expresiones experimentales—, tipo de producción que ella profesa apoyar.

Esta práctica donde solo se señala lo que ya es del conocimiento público, sin aportar más que eso, es una que fomenta la ignorancia, pues mientras al espectador no se le estimule para probar algo más allá de lo “clásico” o habitual, sus experiencias estéticas permanecerán en un nivel básico, su curiosidad no se desarrollará y estarán sujetos a lo que el mercado, en cualquiera de sus facetas, les entregue.

m_marines_9@hotmail.com