El enemigo público número uno
Usted está aquí
El enemigo público número uno
No se trata de la corrupción. Mucho menos de la política neoliberal que cada mañana se intenta denostar por una fijación inexplicable que vaya usted a saber de dónde provenga.
Se trata más bien de la frase utilizada por el doctor etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, para referirse al peligro inminente que significa para el mundo entero la propagación a escala global del famoso coronavirus, ahora llamado oficialmente covid-19.
Desde luego la pérdida de vidas humanas y los daños a la salud en aquellos que padecen esta enfermedad deben ser las prioridades en términos de política pública para combatir y erradicar este virus. No obstante como un daño colateral de suma importancia, debe considerarse el impacto que tendría en la actividad económica de aquellos países que padezcan esta enfermedad.
Evidentemente el daño a la actividad económica dependerá de la gravedad con la cual el virus se expanda al interior de cada país. No obstante, es imperativo identificar en primera instancia cuales serían los canales de contagio a la economía y en particular los efectos sobre nuestro país.
Comercio exterior. Un eventual repunte en el número de contagios y su diseminación por varias naciones podría provocar que ante la psicosis los gobiernos adopten medidas defensivas en el tema comercial. Desde retardar la entrada de bienes extranjeros ante mayores controles sanitarios, hasta impedir definitivamente el ingreso de mercancías consideradas susceptibles de contagio. Para México esto sería un golpe mayúsculo, ya que el sector externo es uno de los dos motores que aún sostienen la economía.
Sector industrial. Ya sea que estemos hablando de personas contagiadas, o bien por acciones preventivas por parte de la población que den pie a evitar contagios, el ausentismo de trabajadores en las empresas eventualmente mermaría la capacidad de producción del sector industrial. Lo anterior aunado a la franca debilidad del sector, explicado en parte por la desaceleración industrial en Estados Unidos, sería el colapso para las manufacturas nacionales.
Servicios y comercio. Tal como ocurrió en el caso de la influenza AH1N1, una mayor psicosis por el riesgo de contagio llevaría a la población a evitar en lo posible la concurrencia a sitios públicos, entre ellos comercios y servicios, llevando al caos a este tipo de establecimientos. El sector terciario, aporta casi dos terceras partes del Producto Interno Bruto, por lo que el shock a la economía sería de consideración.
Finanzas Públicas. La necesidad de mayores recursos presupuestarios para atender los casos de pacientes, aunado al desabasto de medicamentos que se observa en los centros de salud gubernamentales, metería mayor presión al erario público para atender estas contingencias, ya que de lo contrario, el problema crecería exponencialmente, tanto en vidas humanas, como en los tres anteriores puntos.