Sor Juana en drama
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Sor Juana en drama
“Va de exornación escasa / la comedia que he trazado, / aunque para vuestro agrado / no sé si es buena la traza. / Si por larga os embaraza, / sus jornadas dilatadas / van a vos encaminadas, / y no es bien, que os cause espanto; / que para caminar tanto, / aun son pocas tres jornadas.” (Poema 131 en Sor Juana Inés de la Cruz, Obras Completas, Vol. I, FCE, ed. Antonio Alatorre).
Esta décima de Sor Juana fue titulada “Enviando una comedia”. ¿A quién fue enviada? ¿Qué comedia fue esa? Hay cierto tono irónico en estos versos: ¿a quién va dirigida esa ironía? Como muchos otros poemas de Sor Juana, éste encierra algunos enigmas. Acaso no sobre decir que, en la poesía rimada, la “décima” es “una estrofa poética de diez versos octosilábicos [de ocho sílabas] que riman con una estructura definida (abbaaccddc)”.
Es extraño que precisamente Sor Juana hable “exornación [ornamentación] escasa”. Se refiere, por supuesto, a los perifollos retóricos propios, en este caso, del Barroco. Grosso modo sabemos que en la poesía lírica, uno de sus grandes modelos fue Góngora; en el drama, Calderón de la Barca y otros. No obstante, también supo ser sencilla y coloquial, como en muchos de sus romances y sus villancicos.
Pero ¿Sor Juana hablando de “exornación escasa”? ¿Ella, la autora de “Primero sueño” y “Amor es más laberinto”, por citar sólo dos ejemplos -su máximo poema y una de sus obras de teatro profano-, para no mencionar su auto sacramental “El Divino Narciso”?
“La comedia que he trazado…”, dice nuestra jerónima. Después habla de “tres jornadas” o actos. Esto empuja una pregunta: ¿cómo se “trazaba” lo que Aristóteles llamó “la fábula” de una obra de teatro? ¿Tenía Sor Juana una técnica dramatúrgica? ¿Dónde la aprendió? ¿En Lope de Vega, en Calderón, en los clásicos griegos.
Hoy muchos técnicos, teóricos del drama y del guion, y otros tantos dramaturgos, guionistas y hasta directores escénicos y de cine, suponen una “técnica” para escribir historias representables, es decir, obras de teatro, guiones de cine y de televisión, etc. Hay autores considerados clásicos en el tema, como Robert McKee. En Hollywood, en Broadway, en Europa hay varios cuyos esquemas se presentan como canónicos, si algo puede ser llamado así en esta época.
No sabría Sor Juana de “puntos de inflexión” o “de quiebre”, ni de “escaletas” y otros términos que hoy son comunes en los ámbitos del menester dramático; recursos, por cierto, poco o nada respetados por muchos pues saben que cada autor inventa su propio método, su propia poética.
Pero ella supo construir historias que se desarrollaban a partir del diálogo, lo cual no resulta fácil: eso es lo que importa. En autos sacramentales y comedias, la monja aprendió a desarrollar una trama –un drama: un tejido: una acción-, bien de carácter profano, bien de tipo religioso.
Alguna utilidad tendría, quizá, la escritura de tantos villancicos, pues el villancico es una suerte de “oratorio en arte menor”, por decirlo de algún modo: no hay escenificación, pero sí cierto desarrollo argumental -en el sentido dramático del sintagma- que se desenvuelve sólo gracias a la voz humana, solista o coral, en compañía de pocos instrumentos musicales.
La estructura del drama había sufrido ciertos cambios a lo largo de la historia. A Sor Juana le toca el momento en que la trama se desarrollaba a lo largo de tres “jornadas” o actos; en España, gracias finalmente a Lope de Vega. No fue así ni para Shakespeare ni para Racine; tampoco lo será en el siglo XIX: Ibsen, Chéjov, Wilde. Estos y otros autores echarán mano de cuatro actos y otros hasta de cinco.
Hoy no es así. Desde hace tiempo, las obras suelen escribirse en dos actos, pero en muchos casos la acción se compacta en un solo acto –como en la loa barroca- menos o más extenso. En la actualidad, las reglas se han hecho tan flexibles que no es fácil la clasificación, tan cara a los académicos.
En el principio de la citada décima de Sor Juana parece haber una falta de sintaxis: “Si por larga os embaraza, / sus jornadas dilatadas…”. No es así. “Las jornadas dilatadas [de esta larga comedia]” constituyen el sujeto plural del enunciado siguiente: “van a vos encaminadas…”.
Es en estos versos donde encuentro la ironía: “…y no es bien, que os cause espanto; / que para caminar tanto, / aun son pocas tres jornadas.” Es decir: “me quedo corta con esto que, directa o indirectamente, digo sobre ti en esta comedia, pero como la convención exige sólo tres actos, acato la norma. Si así no fuese, encontraría la manera de extender este velado reproche hasta una quinta jornada, de ser posible. Ya vería yo qué recursos narrativo-dramáticos emplearía para ello. Si de enredo se trata…”. (Ofrezco disculpas por la osadía de hacer hablar de modo tan prosaico a mi amada jerónima).
En este, como en muchos casos, hay demasiadas preguntas: ¿a quién envía Sor Juana esta comedia? ¿Quién es ese “[a] vos [encaminadas]”? No me refiero al texto, al papel sobre el que escribió la obra, ni al destinatario “oficial”, sino al personaje aludido en la décima. ¿Dónde, cuándo se representó dicha comedia? ¿Se trata de “Los empeños de una casa”? El epígrafe de la décima no dice más que lo transcrito aquí. Y no tengo tiempo de agotar mis libros de o sobre Sor Juana para detectar algunas respuestas.
Pero quiero seguir otro camino: ¿por qué hacía esto Sor Juana? ¿Por qué escribía obras elogiosas para personajes destacados de la Corte? ¿Qué obligación tenía de componer poemas, villancicos, comedias y otros textos por encargo o por obvia lisonja? No la movía (sólo) la vanidad sino también la necesidad.
Para su convento, y especialmente para ella, resultaba imperativo congraciarse con lo que hoy llamamos “el poder”. Pronto se dio cuenta de que estas actividades literarias y artísticas no eran vistas con buenos ojos por el alto clero de la Nueva España, pero como siempre tuvo el beneplácito y el afecto de la Corte, o sea, de los virreyes en turno, Sor Juana se sintió protegida y continuó con su carrera de poeta, dramaturga e intelectual, hasta que llegó aquel tenebroso episodio.
Lo que movió a Sor Juana fue primero la estrategia, después, el miedo: enviaba poemas laudatorios a este o a aquel personaje importante de la vida política o religiosa; escribía poemas, comedias y villancicos para mantener la protección de los virreyes y la de algún prelado. Pero, poco a poco, se vio cercada por la envidia de muchos y la misoginia de algunos jerarcas de la Iglesia de la Nueva España. Y todo se vino abajo.
No pertenezco al bando de los que piensan en la “santificación” de Sor Juana –para lavar las culpas de la Iglesia-, sino del contrario: ella corrió la misma suerte que muchos otros en la historia, censurados, silenciados, torturados o asesinados por una Institución que se apropió del Evangelio, traicionándolo de cabo a rabo.
Lo sorprendente, como tantos estudiosos lo hacen notar, es la permisividad en aquellos tiempos novohispanos. Pero debajo de esta aparente permisividad, se libró una lucha constante entre el poder terrenal y el “divino”, ambos enzarzados en una red de enloquecedora burocracia. Entonces –estamos en el siglo XVII-, en un encaramado rincón del convento de San Jerónimo, una brillante monja escribía, entre otras cosas, nada menos que “Primero Sueño”.