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Salvador Novo: El ‘homosexual problemático’
Tras la Revolución Mexicana el siglo 20 fue para el país un periodo de sanación y construcción. La identidad del país fue conformándose, las instituciones le dieron mayor promoción y apoyo a algunas expresiones afines a sus objetivos y relegaron a otras como parte de este proceso.
El arte fue una de las herramientas para llevar a cabo tal misión, sin embargo, la lucha no fue pareja en este sentido y mientras los Muralistas buscaban trabajar en pro de las ideas populistas hubo otros grupos, como el de Los Contemporáneos, más enfocados en hacer arte por el arte y esto creó una constante rivalidad.
Miembro de este último fue el escritor Salvador Novo, quien nació hace 115 años, un 30 de julio de 1904 en la Ciudad de México, y cuya persona entera se oponía a los objetivos del muralismo.
Artista cosmopolita y homosexual abiertamente declarado se unió desde temprana edad al grupo de Xavier Villaurrutia y fue fundador junto con él del teatro experimental Ulises y de la revista Contemporáneos, donde también militaron autores como Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, José Gorostiza y Gilberto Owen, entre otros.
Por ello, ante un hombre como Diego Rivera, Novo no estaba bajo la mejor luz e incluso llegó a ser retratado por el muralista en posición de sumisión —a cuatro patas, con orejas de burro y pateado por un revolucionario— en una obra que hizo en la SEP.
Si bien sus diferencias radicaban principalmente en su percepción del arte, con Rivera convencido de que debía estar al servicio de los ideales políticos y Novo más decantado por una creación libre y personal, también fue relevante la manera en que demostraba su sexualidad en una época donde la figura del macho y los roles de género, en muchas facetas culturales, políticas y sociales, estaba adquiriendo fuerza.
Por lo mismo, ante esta afrentas, el poeta no se quedó atrás y cuando se enteró que en una de las magnas fiestas que el pintor organizó su entonces pareja, Guadalupe, fue conquistada por el colega de Novo, Jorge Cuesta, escribió un poema donde le tundió con todo.
En La Diegada, de 1926 —cuando el autor tenía apenas 22 años y Rivera contaba ya con 40— se soltó con su particular humorismo en verso y describió no sólo la anécdota, sino que también hizo una crítica a la obra del artista.
Así fue como el mexicano que conquistó a España, a través del corazón de Federico García Lorca, lidió con el toro del muralismo mexicano aunque no salió bien librado, pues a pesar de su longeva y prolífica carrera, como poeta, escritor, historiador y biógrafo; de haber sido Cronista de la Ciudad de México y de haber contado con una silla en la Academia de la Lengua no fue aceptado en la Rotonda de los Hombres Ilustres tras su muerte en 1974 —fecha de la cual se cumplieron 45 años el pasado enero—.
La Diegada 1926
(extracto)
Marchóse a Rusia el genio pintoresco
a sus hijas dejando —si podría
hijas llamar a quienes son grotesco
engendro de hipopótamo y arpía.
Ella necesitaba su refresco
y para procurárselo pedía
que le repiquetearan el gregüesco,
con dedo, poste, plátano o bujía.
Simbólicos tamales obsequiaba
en la cursi semanaria fiesta,
y en lúbricos deseos se desmayaba.
Pero bien pronto, al comprender que esta
consolación estéril resultaba,
le agarró la palabra a Jorge Cuesta.
[…]
Y Diego, el comunista distinguido,
que maneja el pincel ultramoderno
y que es tan buen pintor como marido,
por el largo desfile hacia el infierno,
en homenaje al desaparecido,
aporta una corona en cada cuerno.
Pues la revolución todo lo premia
con aproximaciones y reintegros,
y la cena fatídica de negros
está por terminar, y el tiempo apremia,
nombraron director de la Academia,
a quien cambió una madre por dos suegros,
a quien con sus pinceles pelinegros
la pintura mural hizo epidemia.
—Salvador Novo