La Caja

Usted está aquí

La Caja

ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

Por: René Alejandro Pérez Hernández

Fue un día extremadamente normal, sin un solo obstáculo en mi camino hasta que estaba escuchando la radio mientras estaba aburrido, y oí decir esto:

-Es muy desafortunado que tenga que decir esto, pero el mundo va a terminar hoy. -

Así lo dijo el presidente de algún país, llorando mientras hablaba. Fuera de la ventana había una gran bandada de pájaros, congestionándose para cubrir el cielo, al tragar la luna creciente, se dirigió a una dirección desconocida...

Tenía un juego a medio terminar sin guardar, un libro apenas tocado estaba sobre mi escritorio. Y, para evitar que mi cuerpo tiemble, inmediatamente me pongo los audífonos.

Mientras escuchaba a un artista desconocido, un número lo hicieron con un título desconocido, tal como vino a mis oídos, escuché:

-Quieres sobrevivir, ¿no? - Dijo una voz desconocida un tanto distorsionada.

Saludando sobre el mundo retorciéndose, los rascacielos parecían temblar, la voz parecía inconfundible: era la mía, que estaba cansado de escuchar los gritos de la gente.

-Si cruzas esa colina, en 20 minutos sabrás lo que quiero decir, para bien o para mal, no lo dudes, solo escucha atentamente, ve 20 minutos más adelante...-

La intersección estaba abarrotada, por supuesto; hombre, mujer, niño, no importaba.

Me enterraron bajo los gritos de la gente y los gritos de los bebés alborotando a la gente, una chica sollozante, un sacerdote rezando; los pasé a todos. Una sola persona se dirigió hacia otro lado, hacia lo que fuera más allá de esa colina mientras la veía lentamente distorsionándose en el horizonte. La voz de los audífonos persistió: -quedan doce minutos-, y me dijo.

Si todo iba a subir y desaparecer, entonces no tenía otro camino el coro de chillidos y gritos se convirtió en lágrimas en diez segundos, tenía mis dudas, pero no importaba quién hiciera qué, no había final para la canción de la humanidad.

-¡Corre, solo queda un minuto! -

Pero ni siquiera podía escucharlo para entonces. La colina que busqué cruzar estaba justo delante de mí...

Mi respiración se paró, finalmente llegué ante una pared que proyectaba el cielo, detrás de él, los científicos con sus batas blancas aplaudieron -magnífico-, dijeron.

Desde allí, vi que la ciudad era una especie de instalación experimental, donde yacía mi hogar, el lugar donde crecí.

-Ya no es necesario-, dijo un científico, y tranquilamente arrojó una bomba, me dijeron que había estado viviendo toda mi vida dentro de un pequeño mundo en una caja, así que solo pude mirar, estupefacto, a los restos que una vez habían sido la ciudad, y, de los audífonos en mis oídos, escuché un débil -Lo siento...-

René Alejandro Pérez Hernández

ESTUDIANTE

(Saltillo, Coahuila, sep. 2005) Es estudiante de secundaria y ha publicado cuentos  anteriormente en esta sección.