Escuchar otras voces

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Escuchar otras voces

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

La Feria del Libro ha aportado no pocos eventos. No me refiero únicamente a la adquisición de libros. Considero valioso escuchar a personas que están muy alejadas de nosotros porque habitan lugares que nos son inaccesibles. Son muchas las que han publicado libros de los que jamás habíamos oído hablar. La cartelera ofreció algo para todos los gustos, edades, intereses, formaciones y posibilidades. Había que escoger y, a veces, ni siquiera eso, puesto que algunos programas sucedían en momentos incompatibles con otras responsabilidades (por ejemplo, el trabajo).

Dada esa incapacidad física me restrinjo a decir algo de lo que fui testigo en lo que toca a presentaciones de libros o conferencias. Lo que significa que no estoy privilegiando autores ni temas.

Una sorpresa, pues fue algo que no esperaba ya que no aparecía en el programa, fue la presentación de una recopilación de “Alabados de la Villa de Patos”, realizada por el profesor Jorge Luis Esquivel e impresa por Paco Cázares como producto del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias. Aparecen en el libro 67 alabados. El alabado es un género musical relacionado con la muerte, puesto que se les canta a los difuntos. Entre los cantores incluso se le llama “canto del cuerpo” ya que, según ellos, si no hay cuerpo no hay canto. El libro aporta una memoria con las grabaciones, cosa que se agradece.

Escuché con enorme placer la conferencia de Aurelio Asiain sobre “Octavio Paz y el Japón”, que fue una muestra de inteligencia y honestidad intelectual impar. Asiain dejó saber lo que publicó en su libro sobre el tema, pero también dijo lo que no había logrado conocer o comprender en su momento, y anunció lo que prepara. Habló de Paz con cariño, sin escatimar algunas críticas a él y a algunos de sus biógrafos.

Lo que se esperaba sucedió. Paco Ignacio Taibo tuvo un lleno total. José María González presentó su libro “Bolcheviques” de manera muy técnica y con referencias históricas y teóricas abundantes. Siguió Paco y dio una lección sobre “cómo se escribe la historia”, a propósito de su propio libro. Este es un libro ya viejo, aunque no avejentado. No lo compré porque era muy caro y porque tengo la primera edición de 1983. Simpático, crítico, puntual, desmitificó algunos de los temas que la “izquierda” considera casi sagrados. Mencionó personajes, dejó saber de no pocos errores cometidos por la juventud comunista mexicana que leía el mundo desde la Unión Soviética en vez de abrir los ojos a lo que estaba pasando en México frente a sus narices.

Sesión de preguntas: lo que se esperaba. Nadie preguntó sobre el libro. Todos deseaban saber acerca de AMLO, de las mañaneras, de sus planes como director del Fondo de Cultura Económica. Sus respuestas fueron sinceras y chistosas, como puede imaginarse. El auditorio aplaudió no pocas de sus frases. Una pregunta: ¿qué opinas de Saltillo, ciudad conservadora? Paco repitió la adjetivación y dijo que sí, que Saltillo era así, pero que también tenía en su seno personas muy valiosas. Propuso que aceptásemos esa contradicción, que era una característica interesante.

Quitzé Fernández y Carlos Vélez presentaron “Los Niños del Mezquite” a un auditorio inundado por no menos de mil chiquillos traviesos, pero que se descubrieron interesados. Puedo decir que es un libro hermoso como objeto. Trata de una niña cuachichil, Jamé, que descubre en su familia y la sociedad india con la que convive que está empezando a ser mujer. Y, claro, todos lo celebran con ella.

Se presentó al público el también hermoso libro “Los Negros Mascogos. Una Odisea al Nacimiento”, por Seidi Loera y Cristina Martínez, dos de sus autoras. Es una obra que hacía mucha falta. Tenemos en Coahuila una comunidad de afrodescendientes que llegaron a Coahuila huyendo de la esclavitud cuando se enteraron que el Gobierno mexicano acababa de incorporar en su Constitución, la primera, el decreto que abolía la esclavitud y declaraba que cualquier esclavo extranjero que tocara tierras mexicanas, por ese sólo hecho, quedaba libre. Los mascogos no perdieron tiempo. En Coahuila se les aceptó y protegió de los gringos cazadores de esclavos que llegaban a tratar de secuestrarlos para regresárselos a sus amos.