Voces, desasosiego

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Voces, desasosiego

Escribimos para ser lo que somos o para ser aquello que no somos.
En uno o en otro caso, nos buscamos a nosotros mismos.
Octavio Paz

Entre los grandes poetas contemporáneos del mundo, hay uno cuya esquizofrenia logró arrancarlo de la absoluta locura. Me refiero, por supuesto, al lusitano Fernando Pessoa, el proteico hacedor de tantos heterónimos: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos,  Ricardo Reis, Bernardo Soares…

Quien escribía era Pessoa, pero el que se expresaba era este o aquel “yo” -ficcional- para algunos de los cuales el poeta inventó una biografía, una forma de ser, una manera de pensar y hasta un estilo.

¿Dije “un yo ficcional”? Esto parece un pleonasmo. En el budismo hasta ese caro “yo” es por completo relativo, algo inconcebible para los occidentales, siempre desesperados por la individualidad, la identidad y el egotismo. ¿Qué pensaría Freud al respecto?

Como sea, Fernando Pessoa, tal vez inconforme consigo mismo, se forjó muchos heterónimos, es decir, muchos otros “yo”, muchas y diversas proyecciones, o versiones, de sí, Y temeroso de precipitarse en la demencia, parece que este acto onto-malabarístico le permitió sobrevivir hasta los 47 años, escribiendo frenéticamente mientras, para sobrevivir, cumplía con un trabajo ordinario de redactor de cartas comerciales.

Es legendario el baúl rebosante de manuscritos que el poeta dejó al morir. Legendario también es el hecho de que la publicación de su obra está aún en proceso: tal obra -y la de sus heterónimos- alcanza miles y miles de folios, aunque con lo que ya conocemos basta para darnos una idea de la magnitud de su genio.

Selecciono entre sus poemas algunos versos, ya que no podría citar muchos y memorables párrafos de su “Libro del Desasosiego”. Lo hago porque hace unos días, buscando un volumen, me encontré con una antología que de la poesía de Pessoa hizo en 1998 su también traductor Marcelo Cohen.

Al no encontrar lo que buscaba me puse a releer el pequeño libro publicado por Losada/Océano y subrayé unos versos que no había destacado en la anterior lectura:

“Tenemos, los que vivimos, / una vida que es vivida / y otra que es pensada. / Y la única que tenemos / es la vida dividida / entre la verdadera y la errada.”

Una “vida vivida” y una “vida pensada”, dice el poeta. Pero ¿cuál es “la verdadera” y cuál “la errada”? ¿Debemos añadir un “respectivamente”? Es decir, ¿la vivida es la verdadera y la pensada, la errada?

De inmediato, y casi sin advertirlo, me remonto a Sor Juana gracias a la métrica y al sentido laberíntico del poema. Aclaro que éste, como el siguiente, no pertenece a alguno de los heterónimos sino al mismo Fernando Pessoa. He aquí algunos versos del segundo que traigo a cuento:

“Lo que no acerté en la vida / me lo encontré en la muerte, / porque la vida está dividida / entre quien soy y la suerte.”

Otra vez la bifurcación de “la vida”, aunque ya no en ella misma sino ante la muerte. Dos palabras más, escalofriantes: el ser y el destino. No “la realidad y el deseo”, como pensaría Cernuda, sino el Ser y la Fatalidad.

Hay algo de moneda lanzada al aire en estos versos. Hay también un hondo sentido de lo macabro. Parecieran frases escritas en un lienzo barroco del género “vanitas”: “Finis gloriae mundi”, por ejemplo, de Valdés Leal.

El poema anterior es también de Pessoa. El siguiente se atribuye a Álvaro de Campos. Cito una de sus estrofas:

“Todos tenemos dos vidas: / la verdadera, que es la que soñamos de niños, / y la que seguimos soñando, adultos con un sustrato de niebla; / la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros, / que es la práctica, la útil, / ésa en que acaban metiéndonos en un cajón.”

Corolario de su idea de la vida, estos versos condensan los antes citados y más en los que Pessoa, y algunos de sus heterónimos, debaten su escéptica concepción de la existencia.