Dar vida y Danzar la vida
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Dar vida y Danzar la vida
Dar vida y Danzar la vida
Eres hijo una buena parte de la vida,
pero en el momento que te conviertes en madre,
cambias de la actitud de recibir a la de dar
y eso a nivel artístico influye muchísimo
porque las vuelve más generosas en cierto sentido
Pilar Gallegos
Sin involucrarnos en polémicas sobre la maternidad vista como la máxima realización de una mujer, o como “el último peldaño de la pirámide hacia su felicidad” dicho por Samantha Villar que también afirma que tener hijos, disminuye la calidad de vida, en términos de la dureza, las dificultades extremas, los inconvenientes insoportables y el sacrificio estratosféricos que se ocultan tras el velo idílico de la maternidad romántica. O por Lupita Ramos Ponce, que resalta en esta fecha el festejo de la exaltación de ser madre en una sociedad heteropatriarcal, como una forma de perpetuar los roles estereotipados de una madre sacrificada, sufrida y silenciosa, distrayendo la atención de los problemas reales de la maternidad en un país machista, misógino y feminicida.
Sea cual sea su concepción de la maternidad, las bailarinas profesionales se enfrentan a una realidad similar a la de otras mujeres trabajadoras en nuestros días, con algunas particularidades que pueden generar mayor temor a la hora de decidir ser madres.
Aunque existen pocos registros, algunos historiadores se remontan a principios del siglo XIX, cuando María Taglioni, ícono del período Romántico en el Ballet, a quien se le atribuye el baile sobre las puntas anunciara al público su retiro de la Danza “por una lesión de rodilla” ocultando un embarazo que en esos tiempos era vergonzoso para una bailarina. Ya en nuestros días, encontramos en cualquier sitio imágenes de bailarinas sobre las puntas, mostrando orgullosas su nueva figura: portando en su vientre un nuevo ser. Aún así, existe cierta limitación en función al impacto que tendrá sobre su carrera. Más allá del principal temor a perder la figura, que pone en riesgo su permanencia en una compañía debido al estandar físico obligatorio; la dificultad de continuar el entrenamiento diario, sobrellevando durante la clase los síntomas de los primeros meses (náuseas, vómito, cansancio) y posteriormente les demanda modificar la propiocepción del esquema corporal, rectificar un nuevo eje para balance y equilibrio, encontrar un nuevo ritmo en la respiración y lograr la coordinación del movimiento de un cuerpo que cambia cada día, se debe también mecionar, que aunque el riesgo de lesiones o caídas no es significativamente mayor, sí lo son sus consceuncias. Y más tarde, una vez que ha nacido el bebé, la bailarina deberá en poco tiempo recuperar su figura y reorganizar su vida, pues entre clases, montajes, ensayos, funciones y giras, habrá que incluir el cuidado y atención del nuevo ser.
Mucho se ha hablado y escrito sobre este tema, Para Margarita Tortajada, investigadora de la Danza en nuestro país, la bailarina vive la maternidad como un obstáculo para su trabajo concreto, pues afecta a su cuerpo-instrumento, lo modifica, le resta posibilidades de vivirlo en la danza. Como menciona en su libro Danza y género: la bailarina pierde el recnocimiento social que las mujeres obtienen por la posibilidad de ser madres, pues la aparta de la danza, lugar donde se consuma y se manifiesta como cuerpo. Para comprobarlo, en su investigación “Vetas abiertas” entrevista a tres bailarinas mexicanas, que hablan de su experiencia como madres quienes coinciden en el principal reto, de pasar mayor tiempo con los hijos, pero también coinciden en la maternidad como una forma de lograr ser mejor intérprete, artista, creadora y persona. Patricia Aulestia piensa que para que una artista sea mejor debe ser madre, porque el parto le produce mayor sensibilidad en el momento histórico que vive, en su relación con sus semejantes, le hace un mejor ser humano. Y mientras fue directora de la Compañía Nacional de Danza, reformó el contrato en torno a los permisos de maternidad, para hacerla más accesible a las bailarinas de dicha compañía. Por otro lado, la fotógrafa Lucy Gray, quien durante una década logró plasmar escenas de madres bailarinas que con el nacimiento de sus hijos lograron más confianza, seguridad, superar la bulimia, relajarse, y dejarse llevar.
Son más las bailarinas que tras superar los miedos y decidir ser portadoras de vida, coinciden en su crecimiento y madurez, que les permite conectar de una forma distinta con su público, con la humanidad, y con la vida misma. Dice un pensamiento náhuatl sobre la mujer y la madre: “Generar vida es su misión suprema. Continuadora del trabajo de los dioses. Tierra fértil, de donde fluye el río de la vida, receptáculo donde crece la semilla. Donde será el origen de los hombres.
Dar la vida y Danzar la vida es más que un juego de palabras, es darse cuenta que crear y dar confluyen y se fusionan en el amor y la generosidad, que son el motor del universo. Y más que una fecha o una celebración, con gratitud profunda reconozco a mi madre, y a todas las que cada día, abren los ojos y crean una coreografía de movimientos: de lucha y de pasión: que corren, que estudian, que alimentan, preparan, corrigen, guían, se caen, se levantan… se entregan… Danzan.