El gran varón
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El gran varón
Hablando de equidad de género en la danza: ¿En qué momento comenzó a albergarse la absurda idea de que el Ballet es sólo para niñas? ¿que la presencia del hombre en la danza puede cambiar su orientación o preferencia sexual? Tal vez los prejuicios machistas basados en la idea del hombre como como proveedor necesita una “profesión seria” adecuada para sostener a una familia puedan incomodar a quien observa a un hombre usando mallas o maquillándose para una función. Es tal vez la razón por la cual pocos hombres toman la valiente decisión de acercarse a la danza, venciendo temores y obstáculos y superando la crítica de amigos y familia. Esto explica por qué sólo del 1 al 5% de las personas que bailan en academias, escuelas y compañías son varones (hasta 30% en algunos géneros de danzas urbanas o folklóricas). Pero no siempre fue así. La presencia del varón en el arte del movimiento tiene también sus encuentros y distanciamientos. Inevitablemente volvemos a los primeros danzantes, y al no existir un registro preciso, que excluya a algún género, fuera del chamán como figura principal, inferimos que la danza era desde entonces para todos, sin distinción, cual libre y espontánea puede ser. En las llamadas primeras civilizaciones, con la división del trabajo, con el florecimiento de las danzas arcaicas, se otorgó a la mujer el privilegio de agradar a los dioses, (principalmente figuras masculinas) por lo que la mayoría de las danzas egipcias, griegas, indias y hebreas eran exclusivas para las mujeres, en las que los faraones y sacerdotes eran solo espectadores, con excepción de China y Japón, donde existían también danzas guerreras, interpretadas por hombres, que en ocasión también representaban los roles femeninos usando máscaras y abanicos.
Fue hasta el surgimiento de las danzas folklóricas en el medioevo, que en ciertas regiones alejadas del oscurantismo religioso, se recupera la participación de hombres y mujeres por igual en la celebración de la fertilidad, a través de variadas danzas de pareja y grupales ejecutadas por los miembros de la comunidad, sin distinción de género o edad. Ya en el s. XVI surge en Italia el nombre del primer maestro de danza: Domenico Da Piacenza, y es en Francia, durante el siglo XVII, desde el reinado de Luis XIII cuando se decreta la exclusividad de la danza para los varones, incluso más tarde, Luis XIV: el Rey Sol, (nombrado así por su participación como Apolo en el “Ballet de la Nuit”), amante de la danza, fundador de la Real Academia de la Danza en Francia, y quien, según algunos historiadores, (siguiendo los consejos de Sócrates y Confucio: “Nunca le des una espada a un hombre que no es capaz de sonreír y bailar”) la volvería obligatoria para sus guerreros y para la obtención y mantenimiento de cualquier título nobiliario. Fue hasta 1681 que Mlle. De la Fontaine recuperó el lugar para la mujer (a pesar del desagrado y el escándalo de los espectadores). Aún así, el s. XVIII continuó bajo el reinado de la figura masculina, con el surgimiento del primer “Dios de la Danza” Luis Dupré, a quien seguiría Gaetano y su hijo Augusto Vestris, y lo grandes virtuosos que con sus potentes saltos hicieron que la elevación se convirtiera en la constante de la Danza Clásica, y que más tarde, en el s. XIX, el Romanticismo impregnando las artes de temas trágicos de muerte y seres de ultratumba, las mujeres retoman el protagonismo interpretando sylphides, willis, ninfas y otros seres etéreos, por su fragilidad y ligereza llevándolas, a forzar sus elevaciones hasta la punta de los dedos, y relegando al hombre a un papel secundario: de acompañante, soporte y elevador, esto originó un decaimiento en el interés por su parte, a tal grado que se cuenta que en el estreno de Coppélia, en 1790, una bailarina debió interpretar el papel de Franz, protagonista masculino. Luego de la guerra francoprusiana, con la decadencia del Ballet en Francia, Rusia crea su nueva Escuela con maestros de la Escuela italiana y francesa (Enricco Checchetti y Marius Petipa) y hace resurgir la figura del bailarín con Mijail Fokin y Vaslav Nijinski, (el nuevo dios de la Danza), que en ocasiones, según los críticos de la época, incluso opacaban la figura femenina. Grandes nombres ha dado esta Escuela al mundo: Rudolf Nureyev, Mijaíl Baryshnikov, abriendo camino al mundo entero: Julio Bocca, en Argentina, Fernando Bujones, José Manuel Carreño y Carlos Acosta, en Cuba Roberto Bolle, en Italia, Ángel Corella, en España, y en nuestro país: Jaime Vargas, ex Primer Bailarín de la Compañía Nacional de Danza, y del Royal Winnipeg Ballet de Canadá actualmente maestro; Isaac Hernández, primer bailarín en el English National Ballet, Ganador del Premio Benois de la Danse 2018, y como ejemplo saltillense: Said González, 1er. Lugar Nacional del Concurso de Ballet Infantil y Juvenil 2017, merecedor de una beca anual en English National Ballet School. Todos ellos haciéndonos sentir orgullosos de su labor, demostrando que el hombre tiene un papel preponderante en el espectáculo escénico, y abriendo las puertas a quienes por temor no se habían atrevido a ponerse unas zapatillas, porque sin distinción de género ni condición, la danza es para todos.