El cadáver de la justicia
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El cadáver de la justicia
Por qué será que aquí no se aplica esa parte tan sugerente del apotegma juarista que habla de la “justicia a secas”, sino que a ese concepto de justicia lo hemos llenado de solemnidad y de frases huecas con palabras de charol, que pretenden ser profundas cuando lo sencillo es lo más correcto, pues la esencia misma de una frase simple es ser profana y secular: “Justicia a secas”, nada de seguir jodiendo con esa divinidad envuelta en túnica griega y que lo más frecuente es que jueces y juezas la exploten como a una vulgar prostituta.
Y es que la trama de horror y perversidad humana ha rebasado ya los límites de lo concebible, como en la más reciente masacre de Minatitlán, donde cayó herido un bebé de un año y los asesinos lo remataron con el tiro de gracia en una embriaguez de sangre y muerte indescriptible, y donde los asesinos de ahora son los Calígulas de Camus, con toda su furia destructiva pero en su versión más infame y vulgar.
Y es que en este País, mientras más surgen los santones de la ley, las academias de derechos humanos, los institutos de investigaciones jurídicas, las fiscalías especializadas, las ONG’s de la justicia y los inútiles Consejos de Judicaturas, más y más sangre se derrama, más fosas clandestinas aparecen y se multiplican los homicidios, los secuestros, las desapariciones, las violaciones, el prevaricato, la corrupción y la impunidad. Aquí la justicia ha muerto, esa es la verdad.
Y en este contexto hay que citar parte del discurso del Nobel José Saramago, pronunciado en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, Brasil (2002), y donde el escritor hizo el siguiente relato referente a la finada justicia: Sucedió un día en que los habitantes de un pequeño pueblo estaban ocupados en sus labores cuando de pronto escucharon la campana de la iglesia tocando a difuntos. Se congregaron los aldeanos en el atrio y más les extrañó ver entre ellos al propio campanero esperando conocer a quién deberían enterrar. Finalmente la campana calló, se abrió la puerta de la iglesia y apareció un campesino del lugar; “¿Quién murió?”, le preguntaron, y el campesino respondió: “Nadie que tuviese nombre y figura de persona; he tocado a muerto por la Justicia, porque la Justicia está muerta”.
Lo que sucedió fue que el cacique del lugar lo había despojado de sus tierras, animales, cosechas y hasta de las mujeres de la familia y, aunque acudió a todas las instancias de justicia, finalmente lo perdió todo por lo que, desesperado y vencido, decidió anunciar a todo su mundo conocido la muerte de la justicia.
Y así vivimos hoy con una justicia muerta, pero llena de una fraseología hueca y redundante: “Nadie por encima de la ley”, excepto los nuevos millonarios como el exrector Ochoa. “Todo el peso de la ley”, pero ni un gramo le ha tocado a la Marucha. “Justicia pronta y expedita”, menos en el Sistema Estatal Anticorrupción, el más corrupto de México. “Guardar y hacer guardar la Constitución”, sí, la más violada del orbe. “Justicia para todos”, menos para los despojados del Infonavit por juezas corruptas. Este es el cadáver de nuestra justicia. Vergüenza del mundo a la que velamos todos los días.