Cubanos en Coahuila: Bienvenidos al capitalismo
Texto: Jesús Peña
Fotos: Marco Medina y Luis Salcedo
Diseño: Édgar de la Garza
Edición: Quetzali García
Noche canicular del jueves 4 de abril en la Plaza Mayor de Torreón a espaldas de un escenario montado para un concierto magistral.
Entre la espesa oscuridad veo surgir a Harold, que viene metido en un traje negro, zapatos lustrosos y camisa blanca sin moño ni corbata.
El gesto triunfante de Harold es ahora como el de un hombre que acabara de salir victorioso de una dura prueba.Y no es para menos.
Harold Ricardo Corella, cubano, violista principal de la Orquesta Filarmónica del Desierto de Coahuila, acaba de tocar, con la Filarmónica de Coahuila, en un recital de una de las figuras del canto lírico más importantes de todos los tiempos: Plácido Domingo.
¿Habías imaginado este momento Harold?
Jamás, no, nunca en la vida. Uno siempre tiene sueños y deseos, anhelos. que dices “yo quisiera, ojalá en mi vida…”, pero ya de ahí a materializarlo, a verlo como algo que sí puede ser, hay una distancia muy grande.
¿Y qué significó para ti este acontecimiento?
Es todo un premio a tus años de estudio, de preparación. Compartir escena con una persona que es un Dios de la música, que es parte de la historia de la música y estar ahí al lado de él, compartiendo, acompañándolo con la música. No tengo palabras para decirte cómo uno se puede sentir en un momento así.
La plaza que hace apenas unos segundos lucía como un tsunami humano, de a poco queda vacía y silenciosa.
Una noche como ésta, pero en otro lugar, en otro tiempo, Harold recibió una llamada de larga distancia.
Era Natanael Espinoza, fundador y director de la Orquesta Filarmónica del Desierto de Coahuila.
Harold se encontraba en Holguín, Cuba, su tierra natal, con un grupo de amigos ensayando para un concierto “muy importante”.
La voz de Natanael sonó rotunda, tajante, en el auricular.
A Harold se le movió el mundo.
Maestro, ¿recuerdas la conversación que tuvimos hace ocho años, en la que te pregunté si estarías dispuesto a venir a México a colaborar conmigo en el proyecto de una orquesta?
Sí, sí recuerdo, respondió Harold.
Pues llegó el momento de que me respondas esta pregunta: ¿estarías dispuesto a venir a colaborar conmigo?, te quiero invitar, dijo Natanael.
En ese instante una andanada de imágenes colmó la cabeza de Harold.
Fue como si toda su vida pasara por su cerebro, ante sus ojos, como un tren a 120 kilómetros por hora:
La casa de 20 metros cuadrados con sala – comedor, cocina y en la segunda planta un baño y una habitación.
Aquella casa que Harold levantó con ayuda de sus padres y unos ahorros en un terreno que le había donado su abuelo.
La casa que, por años, había sido la barbería de su abuelo, un ex - combatiente en la clandestinidad, o sea, una de esas personas que no estaban en la Sierra Maestra con Fidel, que no estaban reconocidos como guerrilleros rebeldes, pero que apoyaban al movimiento.
En Cuba hacerse de una casa es difícil.
A Harold le vino al pensamiento su hija Lauren, que entonces tenía una cuna, pero que cuando cumpliera siete años, 10 años, dónde la iba poner.
Y Harold se acordó de su sueldo de 120 dólares mensuales, por 16 horas diarias, en al menos cinco empleos distintos como músico y docente.
En Cuba, me dirá Harold, con el salario hay que hacer magia para llegar a fin de mes.
Mientras escribo esta historia veo en la televisión las imágenes de una turba de migrantes cubanos amotinados en la estación migratoria Siglo XXl, de Tapachula, Chiapas, para evitar ser deportados, mareados todos por el fervor de cruzar México y llegar a los Estados Unidos.
Otra mañana en un cubículo alfombrado de la Escuela Superior de Música de la UAdeC, hasta donde sus cuatro alumnos de la carrera de viola vienen a tomar clases individuales con él, Harold me hace una súplica:
“Chuy, te pido encarecidamente, que no vayas a hacer de esto una cuestión política y a poner que yo salí de Cuba porque ya estaba harto. No, yo vine acá por un contrato… y porque si Saltillo ya cuenta con una Orquesta pues… seguir preparando a las generaciones de músicos jóvenes para que dentro de 10 ó 15 años puedan integrarse a esta Orquesta o a otros proyectos musicales. Creo que Saltillo, que es una ciudad de primer mundo, tiene un gran potencial para esto”, dice.
Recuerdo que una tarde, en un aula del Centro de Estudios Musicales, plantado en las entrañas de la Alameda Zaragoza, Harold me contó de aquella vez que estuvo en la Unión Americana, de visita en casa de una familia, amigos de su familia en Cuba.
Vivían en Miami y le propusieron que se quedara,
“Quédate, quédate, acá hay trabajo y todo…”.
Harold pensó “¿hay trabajo, en qué?, de valet parking, en un Mcdonalds?”. No, él no había estudiado una carrera durante 15 años para tenerla como un plan “b”, "a ver si un día logro colocarme dentro de la música. Tengo muchos colegas que sí lo hicieron así y han triunfado y les ha ido muy bien. Esa nunca fue una opción para mí. La opción para mí siempre fue mi trabajo, en lo que yo estudié, en lo que me gusta hacer y de eso tengo que sacar los beneficios para mi vida, los que pueda sacar, y hasta ahí llegaré”.
Jueves, como a las 11:00 de la mañana.
La Plaza de Armas incendiada de sol.
Recargado en una jardinera, a la sombra prepotente de la Catedral, Harold, 43 años, espigado, perlina piel, cabeza lampiña, me cuenta su infancia en un cubano rápido, pero entendible:
Holguín, con sus parques y su mar turquesa; sus viejos, dos profesionales del arte; un hermano, Fabián; un abuelo que, cuando chico, le contaba anécdotas de la Revolución, Harold y su familia de vacaciones en la playa.
En fin, una infancia feliz.
“Mi abuelo siempre me cuenta la anécdota de un héroe local de Holguín que se llama Alex Urquiola y que se fue a alzar, le decían allá. Alzarse era irse a la sierra, y mi abuelo le dio su reloj para que tuviera cómo saber la hora”, cuenta Harold.
Harold pertenecía a esa estirpe de niños que habían nacido después de la Revolución, a finales de la década de los setenta, principios de los ochenta, la época de mayor esplendor en Cuba, allá, cuando la palabra escasez no era de uso corriente en el vocabulario de los habitantes de la isla.
“Si bien te digo que Cuba en los años 80 era un país de mucho esplendor, hay que reconocer que era por todo el apoyo que tenía de parte del bloque socialista de Europa. Era una etapa en la que no había ningún tipo de escasez, no había limitaciones, en lo que uno conoce como limitaciones y escasez profunda, no, no había”, dice Harold.
Y fue una infancia en la que, desde segundo de primaria, Harold tuvo el privilegio de escoger la carrera que quería estudiar, gratis.
En Cuba todas las carreras son gratis y la de arte se estudia desde la primaria.
Harold tenía siete años cuando sus padres lo pusieron a estudiar violín.
La mañana que platicamos en aquella como especie de cabina afelpada de la Escuela Superior de Música, Harold me platicó que una de las cosas que más le chocó cuando llegó a Saltillo desde Cuba, fue que los jóvenes comenzaran a estudiar la carrera de música en el nivel universitario y no en el básico, como en su país.
Mientras Harold se la vivía en la escuela desde las 7:40 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, sus amiguitos del barrio jugaban pelota.
Por la mañanas veía el contenido normal de sus materias de primaria y en las tardes el de la carrera de música.
Harold recuerda haber jugado pelota hasta después que se graduó de la universidad.
¿Te traumaste Harold?
De niño lo sufres un poco, pero ya después comienzas a entender que estás en un camino de la vida que es muy hermoso, estás haciendo algo que te gusta hacer y lo disfrutas.
“Le hago pasar un buen rato a las personas que escuchan cuando damos un concierto. Es reconfortante y eso que sufriste de niño no es para nada traumático, Al contrario después agradeces la exigencia de tus maestros, de tus padres, de tu familia, de decirte, “no, tienes que estudiar”.
Mientras sus amiguitos del barrio jugaban pelota, Harold se pasaría los próximos 15 años de su vida metido, primero, en la Escuela Vocacional de Artes de Holguín, estudiando violín; luego, en el Conservatorio Profesional de Música, de Holguín, estudiando viola; más tarde en la Escuela Nacional de Música de la Habana y por último en el instituto Superior de Artes, también de la Habana, donde se graduó como violista profesional.
A Harold le gustaba la viola, le llamaba la atención su sonoridad.
“Lo menospreciada que ha sido durante muchísimo tiempo. La viola, en el argot musical, es como el instrumento… huérfano. Sin embargo es la madre de la familia de los instrumentos de cuerdas, lo que hoy conocemos como violín, viola, violonchelo, contrabajo”.
Apenas y comenzó a estudiarlo ese instrumento le fascinó.
Harold se había encantado con el repertorio que existía para viola, su sonoridad y la importancia de su timbre dentro de una agrupación de cámara.
“En un cuarteto de cuerdas la viola es como el eje central de toda la armonía. Y me fui cada vez enamorando más de esa carrera”, recuerdo que me dijo Harold la mañana aquella que lo visité en la Escuela Superior de Música donde es maestro de viola, desde hace casi tres años.
¿Cómo encontraste la Habana?
Una ciudad completamente grande para mí, inmensa, con una vida cultural que vale la pena gastarte el poco dinero que tengas en el bolsillo. Festivales de cine, de música, de teatro. Festivales de música de todo tipo: clásica, barroca, contemporánea, la que quieras.
Siendo estudiante en la Habana Harold se había al hábito de recorrer las calles de la capital cubana los domingos, con un grupo de amigos
“En esta casa vivía Julio Lobo, de los mayores millonarios de Cuba. Tenía fábricas azucareras y todo. Hoy es la sede del Ministerio de Cultura, un edificio monumental, con una arquitectura hermosa. Así te encuentras cada paso que das por la Habana. Cada lugar tiene una historia, cada lugar tiene algo interesante. Ahí la cultura se vive, se respira en cada esquina”, narra Harold.
Y no sé por qué a mí como me salta la palabra “millonario”.
Recuerdo que en uno de mis viajes a la Habana, a finales de 2009, mientras callejeaba en un almendrón por la ciudad, el taxista me señaló una zona residencial a la que se refirió como de los “ricos de Cuba” y yo me pregunté, ¿millonarios en la isla?
De vuelta a la Plaza de Armas, ambientada por el murmullo de los paseantes, el tañido del reloj de la Catedral y el arrullo de las palomas, un hombre con facha de indigente se acerca a nosotros, estira la mano y pronuncia unas palabras en un idioma ininteligible.
Le pregunto a Harold que si en Cuba es común ver este tipo de escenas y dice que no. No.
Ni en el peor momento de la época de crisis en Cuba, conocido como el Periodo Especial en Tiempos de Paz, que ocurrió tras el derrumbe, en 1991, del campo socialista en Europa, el colapso de la Unión Soviética, y la suspensión de la ayuda comercial y militar de Rusia a la isla, establecida al triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y luego del embargo de Estados Unidos.
A Harold, que entonces tenía 15 años y estudiaba en el Conservatorio, le tocó pasar lo más duro del temporal. Seis años de una crisis total. No había luz eléctrica ni combustible escaseaban los alimentos y el transporte.
Imagino a Harold y a su padre en una gasolinera de Holguín, formados en filas de más de 12 horas para poder cargar 20 litros de combustible en el carro soviético que su padre se había ganado el derecho de comprar al gobierno por méritos propios, por su trabajo, en un país donde hacerse de un automóvil es difícil.
20 litros, no más. Lo permitido por el gobierno.
Y me figuro a Harold y su padre durmiendo toda la noche en una estación de gas para conseguir apenas unas cuantas gotas de combustible.
“Pero con 20 litros a lo más que podías aspirar era a una semana, quizá, de moverte en carro, el resto del mes como pudieras. Entonces para nosotros los cubanos caminar o andar en bicicleta es algo muy normal”, dice Harold.
“Si no había corriente en el Conservatorio pues… irnos a estudiar al patio con la luz del día era algo normal. Yo creo que una virtud, si se le puede llamar así, de los cubanos es que nos adaptamos al momento y las necesidades de cada situación”.
Pero cuando Harold volvía a casa de la escuela y miraba que sus viejos le cedían su porción de carne a la hora de la comida, sentía en la espalda el peso de la crisis.
“Yo creo que uno a medida que va creciendo, que va madurando va empezando a percatarse de que eso no está bien. Digo, cuando eres niño ni te enteras de cómo le hace tu familia, pero ya cuando eres un joven… Estamos hablando de una familia de profesionales que, con lo profesionales que son, su salario no les alcance para nada que no sea comer”.
Había brotes subversivos en las calles, ¿no?
En Cuba la seguridad del estado controla todo eso. Yo creo que más que nada las personas tienen mucho miedo a manifestarse porque saben que van a ser reprimidos. Si te paras en una calle con un cartel a gritar consignas contra el gobierno viene la policía y te llevan detenido. Vas a enfrentar un proceso por contrarrevolución. Yo creo que por eso mucha gente no se pronuncia.
Después que terminó sus estudios básicos en el Conservatorio de Holguín, Harold asistió becado a la Escuela Nacional de Música y luego al instituto Superior de Artes de la Habana.
La comida que servían en el internado de la universidad era a veces mala, a veces mejor, entonces Harold tenía que salir a comer fuera para completar.
“El hecho de haber estudiado una carrera, completamente gratis, con un nivel de maestros de enseñanza realmente alto, reconocido internacionalmente, eso como que siempre ha tenido mucho más peso en mi vida que el hecho de que cuando estaba estudiando una beca quizás la comida no fuera buena, fuera escasa, sí, pero era joven y los jóvenes a veces vivimos esas cosas con mucho más carácter deportivo de que ‘ah no hubo comida o la comida estuvo mala, pero vamos a seguir estudiando me como esa misma comida y sigo, no voy a detenerme’”
A Carlos Suárez, violinista, amigo de Harold, músico de la Filarmónica del Desierto de Coahuila, no le da miedo decir que pasó hambre.
“En la escuela nos daban agua con azúcar de desayuno, sopa de col, sopa de arroz. Comenzó una época del picadillo de soya, mucha soya, pero mal elaborada. Al menos a nadie le gustaba. Por supuesto, no había otra cosa. Cuando tú tienes hambre te comes lo que sea”.
Al desabasto que trajo la crisis en la isla, la gente respondió con el trueque para conseguir comida.
“Si tenías zapatos ibas al campo y los cambiabas por comida, un campesino que tuviera algo, frijoles lo que sea, cerdo o lo que sea y que tú tenías ropa, la cambiabas. Y así estuvimos mucho tiempo. Yo hice viajes con mi papá al campo a hacer trueques con los campesinos para conseguir comida”, cuenta Carlos.
Había algo que no funcionaba bien en el mecanismo., me dice Harold.
Y yo pienso en los grupos de estudiantes que a esta hora de la mañana observo retozar despreocupadamente en las bancas de la Plaza de Armas.
Harold que jamás salió de Cuba, porque de Cuba hasta hace muy poco nadie podía salir ni regresar, ahora sí ya se puede, viajó a Venezuela en 1997 como parte de una delegación de estudiantes, para participar en la Cumbre iberoamericana de Jefes de Estado, como miembro de la Orquesta Sinfónica Juvenil Iberoamericana.
Era la primera vez que Harold se iba de Cuba y ver a los niños venezolanos mendigando en los semáforos le dio en la cara.
“Eso en Cuba no existe. A lo mejor te encuentras uno que te pasa y te pide, pero ese uno que tiene problemas, no es lo normal. Aunque se ha incrementado...”, dice Harold.
Y a mí me viene el recuerdo de cuando visité la isla a finales de 2008, que un señor, con atuendo casual, me abordó intempestivamente mientras caminaba por las calles de la Habana vieja y se ofreció a llevarme con el doctor para que me arreglara mi problema oftalmológico, a cambio yo le daría unos pesos para comprar el pastel a su niña que estaba de cumpleaños.
Después de un viaje que hiciera Harold a España a finales de los noventa, acompañado a una orquesta de cámara, tuvo la sensación de que se podía quedar a vivir fuera de Cuba.
Fue en la ciudad de Murcia, en un festival de jóvenes.
Harold vio la ciudad, miraba todo y decía ‘wow, me gustaría vivir en un lugar así’”.
El transporte funcionaba, te montabas a una guagua, como le dicen a los buses en Cuba, y no había aglomeración de personas.
“En Cuba montarte a un trasporte público es toda una aventura, es como Parque Jurásico”, me cuenta Harold.
Y yo pienso que Saltillo no canta mal las rancheras.
“Luego comentando y conversando con colegas allá veías que con su salario les daba para rentarse un apartamento, siendo jóvenes, para seguir estudiando o para trabajar, tener su vida”.
¿A ti para que te daba?
Para ayudar a mis padres, a mi familia con la comida de la casa. Y no te diría que para mucho más.
A su retorno de España, Harold visitó México por primera vez, con un cuarteto que tenía la universidad.
“Fue una experiencia muy bonita, venir a México, conocer la Ciudad de México, tener conciertos en sitios importantes. Ya comenzaba a ver este mundo exterior a Cuba como algo normal, como que esto es lo normal, como nosotros vivimos no es lo normal. Tenemos nuestras condiciones excelentes, la salud gratuita, la enseñanza gratuita, la formación como profesionales en donde tú quieras: arte, medicina, deporte, lo que quieras, gratuita y de primer nivel. Y es cierto, cualquier profesional formado en Cuba está apto para competir a nivel internacional en cualquier ciudad, cualquier empresa que se lo proponga”, pero…
Corría 1999 cuando Harold conoció Nicaragua.
Y…
DATOS:
15 años de estudios de nivel superior en Música ofrece Cuba gratis
2015 Harold y su familia pisan Coahuila por primera vez
Otro golpe:
Nenes descalzos pidiendo en los semáforos en horario de escuela ¿Qué hacía un niño a las 10:00 de la mañana en un semáforo?
Harold se enteró por amigos nicaragüenses que en realidad los padres de esos chicos que él veía en los semáforos mendigando, estaban detrás de un árbol, escondidos, esperando a que sus hijos les trajeran el dinero para drogarse o lo que fuera, que explotaban a los niños.
¿Dónde he escuchado yo esa misma historia? Cualquier parecido con la realidad mexicana es pura coincidencia, pienso mientras Harold sigue hablando:
“Entonces empiezo a valorar que en Cuba hay cosas muy buenas. Si como profesional te cuestionas el hecho de que ‘por qué de mi trabajo no puedo vivir mejor’, también ves que socialmente la Revolución en Cuba tiene muchísimos méritos. Nunca vas a encontrarte a un niño pidiendo nada y los niños son el futuro. Cuando tú ves a un niño estás viendo el futuro de la sociedad, de la humanidad, un niño preparado, inteligente, feliz”.
¿Qué pensabas de Fidel?
Pensaba y sigo pensando que era un hombre con muchos méritos, en el sentido de que era un líder innato, una persona que aglutinaba, que imantaba, que se hacía seguir. Sin ser yo especialista en temas de economía, política, creo que fue un hombre que buscando un bien para su país, para su sociedad, cometió errores, quizás, por su misma personalidad tan temperamental que tenía o no sé por qué, no estoy en condiciones de analizarlo.
¿Qué errores?
Por ejemplo, el hecho de que la economía en Cuba sea un total desastre no es culpa del pueblo, es culpa de las políticas del gobierno. Por otro lado Cuba es una sociedad reconocida internacionalmente por sus bajas tasas de mortalidad infantil, por su educación, es un mérito ¿Dónde está el fallo?, formas profesionales de primer nivel y luego no les retribuyes a ellos por su calidad. Al contrario es como que ellos te tienen que retribuir a ti por haberlos formado.
Y aquí Harold evoca unas estrofas de la canción “Gracias por el fuego”, del dúo cubano de trovadores “Buena Fe”, que dice “no me regales más nada, déjamelo ganármelo yo, no me lo cobres luego a pedraaa…”.
“No tratarme como el profesional que tú mismo formaste, está difícil”, dice Harold.
Al atardecer de un viernes, en la cochera de su casa de alquiler en Real del Sol, Iván González Ramírez, violinista, uno de los miembros del cuarteto “Pizzicato”, de Harold Ricardo, y músico de la Filarmónica el Desierto dirá:
“Gracias a la Revolución, estudié música, a lo mejor en un país capitalista no hubiera sido músico, hubiera sido pobre. Estudié música y eso se lo debo de alguna manera al sistema. Pero el sistema tiene sus lagunas y ojalá algún día se resuelvan”.
“Tú sabes cómo me dicen a mí los mismos cubanos, ‘tú comunista’, me dicen que yo soy comunista porque a mí no me gusta que hablen mal de la Revolución, el que habla mal yo enseguida le digo ‘no, no, no, eso no es así’. Es verdad hay cosas malas, pero loco dime las buenas. Hice mi carrera desde los 12 años, terminé a los 25, y mis padres no pagaron un centavo por mi carrera, hasta la licenciatura. Ni un centavo, la escuela me lo daba todo, desde el lápiz con que escribía hasta la goma con la que borraba, los instrumentos, el uniforme. Todo”, dice Maiquel Rodríguez, contrabajista de la Filarmónica, una tarde fría que platicamos en los patios de la Escuela Tipo 20 de Noviembre, la sede del proyecto social de música “Esperanza Azteca” del que Maiquel es maestro.
¿Regresarías a vivir a Cuba Maiquel?
No quisiera regresar, al menos si Cuba dentro de 10 o 15 años cambia y pudieras vivir bien de tu salario,
Harold supo lo que era estar en la gloria cuando vivió en Panamá.Fue en 2000. Y advirtió por segunda vez que podía vivir fuera de Cuba sintiéndose bien.
“Un país maravilloso”, dice.
¿Qué hacías allá Harold?
Uno siempre va a su mundo, el mundo en el que tú te desenvuelves, el de la música de concierto en la Orquesta Sinfónica Nacional de Panamá. Podías vivir, hacer eso, estar bien y establecerte. Luego comencé a dar clases. Los músicos tenemos esa dualidad, que somos intérpretes y maestros. Fue bien interesante, Panamá es un país muy lindo, tengo muy lindos recuerdos de Panamá…
Al cabo de algunos meses Harold regresó a Cuba, a la Habana, le faltaba ya sólo un año para licenciarse, por fin, como todo un profesional de la viola.
A la vuelta de la vida, como dice Harold, se graduó de la universidad.
Y esos 15 años que se había pasado metido en las aulas estudiando música, comenzaron a rendir sus frutos.
Un día Harold se vio dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Holguín y dictando cátedras de viola en el Conservatorio.
Era 2001.
A la sazón sus ingresos fluctuaban entre 400 y 500 pesos cubanos al mes, unos 20 dólares.
“No es mucho. En Cuba, es realmente poco, la verdad, pero 500 pesos al mes no era un salario mínimo, en esa época era un salario medio alto”.
Pienso que la pasión y el amor por la música debe ser algo así:
Harold tocando la viola sin descanso en un cuartero que él mismo había formado: “Pizzicato”, con Iván y Maiquel, unos amigos de Holguín a los que había conocido desde el Conservatorio y en la universidad.
Con este cuarteto Harold y sus socios se contrataban para ofrecer conciertos privados en los hoteles del polo turístico de Holguín, el tercero más importante de la Isla, y participaban en todos los festivales nacionales de música de cámara que había en Cuba.
“Teníamos reconocimiento a nivel nacional”, dice Harold.
Harold, trabajaba mucho.Trabaja mucho.
En los casi dos meses que lo estuve siguiendo para conocer su historia, recuerdo haber visto a Harold apenas unas cuantas veces porque, “Chuy tengo el día complicado; Chuy fíjate que se canceló el ensayo, pero me voy a ocupar; no Chuy, a esa hora tengo clases particulares; mi estimado chuy te tengo una noticia mala …”.
Ese retorno a Holguín, de Panamá, donde Harold había vivido por más de un año, no se le olvida.
“Nunca se me olvida mi sensación de ir caminando por el centro y ver que todo estaba más deteriorado que la última vez que yo había caminado por ahí. Regresar y ver que la pintura de las casas estaba más gastada ni siquiera se habían pintado las casas. Se me apretó el pecho, me dio mucha tristeza. Y estaba evitando ser ‘ah es que porque yo vengo ahora del extranjero lo veo todo feo’, no quería yo que esa fuera la lectura. Pero sí me daba tristeza de ver que ... reafirmarme el hecho de que no hay prosperidad. No ves un desarrollo, un avance. Sigue la escasez, sigue la tristeza, el saludo del cubano ‘¿cómo estás?’, ‘ahí’, o sea en lo mismo. Nadie te dice ‘bien, tengo este proyecto, el otro, el otro, el otro’. Ahí se van, ‘a ver qué aparece’ o ‘a ver qué hago’. Te encuentras a muchas personas que no tienen sueños.”
Una mañana en la sala de su casa, la casa que Carlos Suárez, violinista de la Filarmónica, siempre soñó tener en Cuba, me dice que el cubano es como el delfín, que siempre tiene el agua hasta el cuello, pero se está riendo.
“Somos alegres y eso nos ayuda”.
Vendrían para Harold tiempos de mucho trabajo y prosperidad profesional. “En el sentido de proyectos”, aclara.
Su cuarteto “Pizzicato”. La Orquesta Sinfónica de Holguín, de la que llegó a director. Su orquesta de cámara.Y su cátedra de viola en la Escuela Elemental de Arte y el Conservatorio de Música de Holguín.15 horas diarias de trabajo.
“Todo mundo me pregunta, ‘¿cómo te alcanzaba el tiempo?’, yo no sé”. Harold se había casado ya con Norkristian García Morales, otra profesional de la música, y empezado a construir su casa.
“Qué decirle. Como esposa siento mucha admiración por él porque es muy sacrificado en su trabajo, le gusta muchísimo la enseñanza y por supuesto la música y gracias a eso fue que nosotros nos conocimos.”, dirá Norkristian, la esposa de Harold, un ocaso que conversamos en las Alameda, a las afueras del Centro de Estudios Musicales, donde Harold es maestro.
Harold trabajaba mucho en lo que le gustaba hacer. Vivía del arte. Con tantos trabajos como tenía obviamente ganaba dinero suficiente para, ahora sí, no preocuparse por muchas cosas. “Si había que comprar comida tenía dinero para comprar bastante comida y que esto no fuera una preocupación”.
Hasta que nació Lauren su hija. Era 2012.
Comprarse una casa pequeña en Cuba, que ya para entonces se había autorizado en la Isla la compra de casas, era un sueño que le costaba a Harold unos 10 mil dólares.
Ni pensarlo.
“Eso me daba para comer bien, para irme los fines de semana con mi hija al parque, comprarle su helado… Pero ni de chiste como para reunir, no digo, 10 mil, mil dólares …”.
Fue entonces que le cayó la llamada de Natanael Espinoza, el fundador y director de la Orquesta Filarmónica del Desierto Coahuila, invitándolo a mudarse a Saltillo para trabajar con él.
Lunes a mediodía.
Natanael me cuenta en su oficina su versión del encuentro con Harold.
Fue en uno de los viajes que hiciera Natanael a Cuba con el Trío de Cámara Coahuila: un proyecto musical conformado por un pianista, un violinista y Natanael, al mando del violonchelo.
Nos tocó participar en el festival ‘Romerías de mayo’, en Holguín.
Harold, que entonces era el director de la Sinfónica de Holguín, se acercó con Natanael y le dijo que quería platicar, conocerlo.
“Me contó que Holguín adolecía mucho de chelistas, tanto de maestros como de alumnos y que estaban buscando siempre la manera de poder atraer o buscar estos intercambios culturales para que el maestro que llegara de violonchelo diera algunas clases”.
De ahí nació la amistad.
Después Harold invitó a Natanael para que fuera a Cuba a dirigir la Orquesta Sinfónica de Holguín el siguiente año.
Natanael aceptó.
En aquel tiempo, 2008, el proyecto de la Orquesta Filarmónica del Desierto de Coahuila aún era un embrión.
“En alguna reunión que tuvimos le dije que me interesaba mucho que él se sumara al proyecto, una vez que estuviera concretado”, relata Natanael.
Harold titubeó.
Cuando el proyecto afloró Natanael telefoneó a Harold hasta Holguín desde Saltillo para reiterarle su invitación. Entonces, Harold se hallaba en un momento inmejorable de su vida profesional. Había hecho contactos para participar en todos los festivales.Y ya cosechaba prestigio como intérprete y profesor de viola. Lo habían nombrado miembro de la Comisión Nacional de Evaluación de la Enseñanza Artística. A él le tocaba evaluar a los alumnos de todo el país. Pero en lo personal necesitaba más y sabía que en Cuba no iba a poder tener más.
“Por eso es que mi visión de mi salida de Cuba es más como un tema, en primer lugar, profesional y, en segundo lugar, como una oportunidad de buscar una mejoría para mi familia”.
En principio la respuesta de Harold a la propuesta de Natanael fue “sí”.
“Le dije al maestro ‘yo tengo muchísimas responsabilidades profesionales y dejarlas todas atrás implica un riesgo para mí. Entonces esto yo creo que vamos a necesitar hablarlo de frente”, narra Harold.
Natanael le había preguntado a Harold si consideraba que su hermano Fabián y sus amigos Maiquel e Iván, con quienes Harold había formado el cuarteto “Pizzicato”, podían integrarse también a la Filarmónica.
Harold dijo que sí.
Natanael le pidió entonces que organizara una comida con los muchachos del cuarteto y sus esposas, “dijo, porque quiero que todo el mundo pregunte lo que tenga que preguntar, tanto ustedes como su familia, para que no haya dudas, que todo sea claro”.
Semanas después cenaban todos en un paladar de Holguín.
“Hablamos de todo, de la seriedad del proyecto, de las posibilidades de desarrollo del proyecto y bueno se tomó la decisión y vinimos”.
En enero de 2015 Harold, Fabián, Iván y Maiquel, pisaron Saltillo por primera vez.
Conocí a Harold dos meses antes de aquella noche inolvidable con Plácido Domingo en La Plaza Mayor de Torreón, días después de aquel concierto en que la Filarmónica acompañó el célebre tenor italiano Andrea Boccelli, en Monterrey.
¿Cómo ve a Harold?, le pregunte a Natanael. "Yo lo veo contento, desarrollándose profesionalmente muy fuerte, no nada más en la parte sinfónica, sino en su vida como docente, fuertísimo. Llegó a Saltillo para dejar un legado y lo está haciendo".
Harold dirá que hasta ahora lo que más les ha costado trabajo es acostumbrarse al frío de la ciudad y al capitalismo… A su llegada a Saltillo Harold, Iván, Maikel, Fabián y Carlitos, otro músico de la Habana, conocido del cuarteto, que también vino contratado por la Filarmónica, se pusieron vivir en una casa grande de Jardines Coloniales.
“Nos íbamos a hacer las compras al mercado de abastos, la comida para un mes. Éramos cinco hombres solos en esa casa, cocinando a gusto lo que quisieras, dándonos esos gustos que a veces en Cuba es muy difícil el podértelos dar con el tema de la alimentación. Y sí, cuatro tipo de pan diferente, comprábamos la mayonesa, las tanquetas así, de galón”.
Después que los músicos trajeron de Cuba a sus esposas y a sus hijos se independizaron, buscaron una renta cada cual por su lado y se compraron coche.
“El cómo manejar con los bancos el tema de los préstamos, de los créditos, de que si una tarjeta… El cómo funcionaba eso de los intereses, de que si pides tanto vienes pagando una cifra mayor de las que pediste. Eso para nosotros era una asignatura completamente nueva, nunca la habíamos vivido. Y esas cosas nos asombraban, aunque uno sabía que así funcionaba el mundo, no nos había tocado experimentarlo en carne propia. Aquí aplica una frase que nos decía un amigo de Saltillo, Iván Montiel, recién que llegamos ‘¡bienvenidos al capitalismo!’”.
La tarde que lo visité en su casa de renta de Real del Sol, Iván González Ramírez, violinista, integrante de la Filarmónica, amigo de Harold, me contó, algo que me dejó boquiabierto.
“La sociedad de consumo capitalista es muy brava, muy brava. A cualquiera le puede chocar, a cualquiera que viva en Cuba o en cualquier país que tenga su pobreza. He sabido de cubanos que se han echado a llorar cuando ven un mercado como Soriana, HEB. Es muy fuerte para ellos”.
¿Te dolió dejar Cuba?, le pregunto a Harold.
Siempre duele. Dejas atrás una parte de tu familia, tu historia, tu cultura, el lugar donde naciste, donde creciste, donde has estado toda tu vida...