Fiestas de guardar

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Fiestas de guardar

“Los bailarines son los atletas de Dios”.
Albert Einstein

En estos días, en los que el 89.3% de los mexicanos que profesan la religión católica, conmemoran la Semana Santa, (junto al 8% de cristianos evangélicos, pentecostales, mormones, testigos de Jehová, adventistas, incluso los judíos: que con el matzá, celebran la liberacion de la esclavitud en Egipto), parece interesante comentar la intensa relación que la Danza, como puerta de conexión a lo sagrado, ha llevado con la religión a través de la historia.

Nacieron juntas, inherentes ambas al ser humano, que en su proceso de descubrir, conocer y explicar su mundo, buscaba repeler el mal y atraer el bien, imitando de manera simple a la naturaleza, y tratando de influir en ella a través de rituales de carácter mágico, en los que el movimiento pélvico dirigía al cuerpo hacia la tierra, o hacia el aire, acompañado de percusiones y sonidos guturales, de manera libre y espontánea pero de intensa concentración interior.

 Al volverse sedentario, comienza la especialización del trabajo, la división de clases y también de manera conjunta, surge la casta sacerdotal y con esta: las danzas sagradas, impregnadas de solemnidad, de reglamentacion técnica y otorgando el respeto por la figura del bailarín, que es contemplado con admiración como parte fundamental de un ritual, una forma de llegar a la divinidad. Así entre las danzas fúnebres egipcias, la representación de Shiva, el dios danzante de India, las frenéticas danzas a Dionisio en Grecia; el culto a los espíritus antepasados de China, o la danza cósmica del yin y el yang de la danza taoísta; hasta las danzas hebreas de alabanza, el hombre sigue bailando hacia la deidad.

Fue hasta la Edad Media cuando tuvieron su primer desencuentro, en medio del oscurantismo religioso, la Iglesia prohibió la danza por considerarla pagana, al hacer surgir pensamientos mundanos y carnales  que encaminaban al disfrute de la vida terrenal, y aunque todas las manifestaciones artísticas fueron censuradas, la danza fue la más perseguida, por usar el cuerpo para inducir al pecado. Siendo, como lo hemos reiterando una necesidad humana, surgieron, de manera clandestina, por las noches, en cementerios y lugares de poco acceso, las danzas de la muerte y las danzas macabras, que plasmaban la realidad de la epidemia, la peste y las guerras, el descontento ante la opresión y con movimientos histéricos y salvajes, se rebelaban contra la Iglesia terminando incluso en sacrificios y ritos sexuales dedicados a los espíritus, demonios o brujas. Los más temerosos buscaban el movimiento bajo la tutela de la Iglesia, en festividades cristianas en las que podían representar a San Vito con movimientos espasmódicos o flagelarse entonando estribillos hasta llegar a un estado hipnótico. Sólo pudieron fluir libremente las danzas campesinas de recreación colectiva, que por estar territorialmente alejadas de la Iglesia, permitían la expresión de la alegría de vivir, la fertilidad, la cosecha y cualquier celebración que ameritara danzar.

Más tarde, en los siglos XVI y XVII la Iglesia se reconcilió con la Danza convirtiéndola en una excelente aliada como estrategia evangelizadora, al suprimir las costumbres de los nativos, ofreciendo, mediante fiestas patronales, el sincretismo de los cantos y danzas ofrendados a las deidades prehispánicas con la nueva religiosidad, legaron también un mestizaje cultural junto a otras formas de convertirles “con la espada en una mano y la cruz en la otra”.

Pero la Danza siempre perdona, y en nuestros días, alrededor del mundo se sigue danzando: los Derviches en Turquía, al ritmo de música sufí, una de las ramas místicas del Islam junto a los Recitadores del Corán, dedicando la Sura a la Virgen María (Mariam), la Pascua judía con cantos hebreos de liberación y esperanza entonados por el Pueblo de Israel. Definitivamente, la Danza sigue siendo el lenguaje de todos los tiempos, y en nuestro propio país, apenas hace un año, con el estreno de “La Pasión”, coreografía de Rodrigo González, a través de la danza clásica y contemporánea con coro y orquesta en vivo, en el alcázar del Castillo de Chapultepec, se plasmó la crucifixión y muerte de Cristo como una forma de explorar mediante el movimiento lo que Bach logró con la música, en las palabras que Herman Hess pondría en la boca de Demian: “Cuando escuchaba La Pasión según San Mateo, de Bach, el sombrío y poderoso fulgor del dolor que irradiaba aquel mundo misterioso me inundaba con estremecimientos místicos". 

La música, la danza, el arte nos permite alcanzar más allá de cualquier rezo, o de cualquier religión, la más íntima conexión del ser humano con lo divino, la reconciliación con su propio ser y con sus hermanos, la más profunda espiritualidad, la más sublime elevación del alma.

“Dios te respeta cuando trabajas, pero te ama cuando bailas”.
(Proverbio Sufi)