Los públicos no nacen, se hacen
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Los públicos no nacen, se hacen
“Sin la presencia del espectador, estas joyas no alcanzarían la función para la cual fueron creadas.
El espectador es por tanto el artista final.
Su vista, corazón, mente, con una mayor o menor capacidad para entender la intención del creador,
da vida a las joyas”.
Salvador Dalí
Al llegar al escenario, la Danza eclosionó de su profunda concentración interior, y comenzó a necesitar un tercero que, sin pisar el foro pudiera también recibir “lo que la Danza da”. Y aparece entonces desde otro plano, “el que contempla” que desde el s. III A.C. fuera ya nombrado spectatoris.
Tan importante el que mira como el que danza, éste último, que como hemos mencionado en otro momento: ha recibido, perfeccionado y evolucionado, tiene ahora la misión de compartir y envolver a aquél que ha decidido coincidir, por un instante a través de sus sentidos con la corporeidad del movimiento.
Es así, como menciona Ranciere, que el espectador no es un sujeto pasivo que recibe información desde el escenario, sino que tiene la capacidad de preguntarse lo que ve y reflexionar sobre la obra. Peter Brook habla de un cerebro compartido, es la relación entre el creador/artista y el espectador lo que define un hecho escénico.
¿Y qué obtiene a cambio quien decide asistir a un espectáculo de Danza?
Melissa Giorgio habla de un carácter bidimensional, que mientras produce placer y bienestar, genera procesos cognitivos y reflexivos, mostrando estructuras sociales, puntos de vista, retratando la sociedad y su incidencia en la formación de una personalidad crítica, flexible, tolerante y compasiva.
Todo ser humano debería experimentar la sensación de presenciar una función de Danza en su vida, con ejemplos como Suiza, que ha incluido la formación musical como un derecho constitucional; o Cuba, donde un impresionante porcentaje de la población asiste asiduamente a las Funciones de Ballet, conoce su historia y sus principales figuras, surgiendo incluso los denominados “balletómanos”. Esto multiplicaría exponencialmente sus beneficios, democratizaría el acceso a la cultura y permitiría un desarrollo y evolución de la sociedad en todas sus vertientes, incluyendo la ya tan trillada reconstrucción del tejido social. Valdría la pena entonces centrar la mirada en la formación de públicos, enfatizando particularmente la atención en la infancia, como menciona Giorgio: acercar al niño a las artes escénicas, sembrará en él la curiosidad por descubrir mundos, circunstancias y experiencias nuevas.
La necesidad del desarrollo de audiencias ha sido ya considerada en múltiples ocasiones, incluyendo la más reciente en nuestro país: el Plan Nacional de Desarrollo de la Danza, el concenso pendiente, en el que participamos casi 700 artistas de la Danza, identificando la necesidad de abordarlo desde la educación básica, que aunque en la más reciente Propuesta Curricular de 2016 incluye entre los 10 rasgos del perfil del egreado de educación básica: “aprecia la belleza, el arte y la cultura: reconoce sus diversas manifestaciones, valora la dimensión estética del mundo y es capaz de expresarse con creatividad”, todavía dista mucho de lograrse en la práctica real.
La Organización de Estados Iberoamericasnos para la Educación, la Ciencia y la Cultura dedica una parte de sus acciones al fortalecimiento de los vínculos entre educación y cultura en el ámbito de los sistemas escolares. Ya otros países en latinoamérica han comenzado importantes esfuerzos: Brasil y Chile, integrando las artes escénicas a la educación básica y Perú, con un Programa de Formación de Públicos muy bien estructurado, que incluye Funciones didácticas, ensayos abiertos y visitas guiadas.
Porque “los públicos no nacen, se hacen” habrá que trabajar en ello, y la primera acción es ofertar espectáculos de calidad y facilitar su acceso. Llevar la Danza a todos los rincones, escuelas, plazas, calles, centros comerciales, descubriendo que cualquier espacio puede ser un escenario y por supuesto, asistiendo también al Teatro, permitirnos respirar y sentir en la piel su imponente majestuosidad, la intensidad de las sensaciones y emociones que estremecen durante la obra, la comunicación profunda con el artista y consigo mismo; el contacto, la conexión, la conmoción, el alcanzar a tocar fibras, desprenderse, sentir, experimentar en toda su maginitud, el disfrute de ver, escuchar y vivir la Danza.