Cárcel para el Obispo

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Cárcel para el Obispo

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

La semana pasada sucedió algo inédito, algo que al menos yo jamás había encontrado en la larga historia de Saltillo o de Coahuila o, aun, del noreste mexicano: los dueños de una empresa denuncian a Raúl Vera López, obispo de Saltillo. Según ellos lo llevarán a juicio y, si la justicia es justa, podrían internarlo en el Centro de Readaptación para varones. Saltillo sigue dando de qué hablar y arroja al aire cuestiones de un nivel asombrosamente vulgar.

Los señores Calvert, padre e hijo, modificaron la historia. No imaginan cómo les deseo éxito. Si logran su cometido veremos al obispo tras las rejas y no en calidad de sacerdote, como acostumbra cuando visita a los presos, sino como detenido. No está mal para una empresa que es en sí misma un oxímoron, es decir, una contradicción: tiene un nombre que se refiere a ecología y cuidado del ambiente, pero implanta un centro de residuos tóxicos en plena zona de comunidades campesinas y con mantos freáticos cercanos a la superficie.

Hago un paréntesis para hablar de obispos que en la larga historia de Saltillo y el noreste novohispano han dejado sus acciones en manuscritos que localicé en México y Europa. No cabe la menor duda de que varios de ellos se distinguieron como defensores de causas perdidas, grupos marginados y personas indefensas a la vez que emprendieron acciones valientes contra los poderes constituidos. El primer obispo que pisó tierras saltillenses fue Antonio de la Mota. Dejó un bello texto en el que decía que los indios de la región eran muy inteligentes, tanto que engañaban a los españoles con productos que éstos creían mágicos. Dijo que los indios estaban en paz. Anduvo por aquí en 1604. Otro obispo, Juan Ruiz Colmenero, tuvo la fuerza para denunciar la crueldad de algunos encomenderos y acusar a los alcaldes de maltrato ante las autoridades de México y Madrid (su escrito es de 1645). El tercero fue Juan de Santiago de León Garavito que en 1682 lanzó su fuerza contra los esclavistas de la región, realizó una encuesta entre españoles y excomulgó de la Iglesia al gobernador de Nuevo León, luego lanzó la misma pena al virrey por no castigar a los perversos. Ese fue nuestro Bartolomé de las Casas.

Don Raúl Vera tiene antecesores que lo avalan. Y considero que aún obispos recientes como Luis Guizar y Francisco Villalobos nunca fueron ajenos al grito de los pobres.

¿Qué dicen de don Raúl esos empresarios? Que los ha denigrado, que su negocio ha perdido dinero por sus críticas, que los ha ofendido verbalmente. ¡Claro que lo ha hecho! ¿Será ofensivo decir que el basurero tóxico expande malos olores?, ¿que los ejidatarios se están enfermando?, ¿que el agua se va a envenenar? Tales declaraciones no han logrado detener a la empresa. ¿Cómo se atreven a decir que les han bajado las ganancias cuando se ve que llegan tráileres continuamente a depositar la mierda que se produce en otras entidades y pagan mucho por ello? No hay duda que esa familia se ha enriquecido con el Cimari.

Si el Poder Judicial funciona como se lo marcan las leyes tendrá que abrir una investigación contra el obispo y, en su caso, recluirlo en una mazmorra. Pero ellos saben y todos sabemos que ese sería el peor de sus errores. ¡Qué lo intenten!, entonces sí la gente acabaría con el Cimari y seríamos miles los que apoyaríamos al obispo.

Permítanme recordar cuando en Bélgica el poder judicial decretó la expulsión de 500 familias extranjeras. Estudiantes de Lovaina nos lanzamos a la huelga y en 14 días todo el País estuvo en paro, incluso las diócesis: no habría misas ni sacramentos excepto in articulo mortis (en peligro de muerte). Renunció el gobierno en masa; del primer ministro para abajo, y no se expulsó a ninguna familia.

Que la piense bien el gobernador Miguel Riquelme antes de favorecer a una familia que tomó al obispo como chivo expiatorio de sus propias culpas. Hay, cuando menos, dos mil ejidatarios con él. Y con don Raúl no hacen diferencia católicos, protestantes o incluso ateos: saben que ese señor tiene bien firmes sus preferencias: ¡primero los pobres!