El hombre que plantaba árboles

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El hombre que plantaba árboles

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

En 1953 el gran escritor Jean Giono publicó un bellísimo texto en el que relataba sus relaciones con un personaje solitario de las montañas del sur de Francia que durante años se dedicó a sembrar árboles junto a su tarea como pastor de ovejas. Anualmente sembraba alrededor de mil en aquellas tierras desoladas en las que el viento hería los rostros. Casi no había agua más que en una noria de la que la sacaba con una garrucha aun para darla a los borregos. El hombre que plantaba árboles trabajó hasta que advino su muerte en un asilo. Arriba, en la montaña, habían regresado los manantiales, la República Francesa declaró al bosque como área natural protegida (ojo: le llamaron bosque natural sin serlo).

Jesús León Santos era un joven mixteco de Oaxaca que un buen día sintió que el predio, propiedad de su familia, era un páramo. Y lo era, porque hay fotografías. Pensó que aquel paisaje desértico no encajaba con su terruño, pues en vez de arena debiera haber un bosque. Empezó a plantar árboles y esto a 40 años de que Giono había muerto: es claro que desconocía su escrito. Cada año avanzaba en su afán y, al ver que crecían sus sotos y huertos, se animaba más. Cuando los árboles de la parte alta crecieron, Jesús León fue introduciendo otras especies. Unos años después, de pronto brotó agua: el manantial regresó tras muchas décadas de ausencia.

No sólo tenía agua, también leña cerca de su casa y frutos, además del preciado maíz, calabaza, magueyes y otros productos.

De un panorama lunar aquello era ahora un bosque con agua corriente. Cuatrocientas familias se unieron al proyecto y cambiaron su medio ambiente de forma radical. Añado para mis lectores que el número 400 era (y sigue siendo) un símbolo mágico: se dice que a Saltillo llegaron 400 familias (es mentira), la Coyolxauhqui tuvo 400 hermanos, el cenzontle es “pájaro de cuatrocientas voces”, etcétera. Pero los mixtecos, que fueron muchos, crearon el mundo de nuevo. Al menos el suyo.

Jesús León Santos recibió el Premio Ambiental Goldman creado en 1990 por dos generosos filántropos y activistas estadounidenses, Richard N. Goldman y Rhoda H. Goldman. Recibió más de dos millones de pesos con los que intensificó su labor. Él había aprendido las técnicas de creación de terrazas y de combinación de cultivos con indígenas de Guatemala. Entre mixtecos plantaron más de 400 millones de árboles. Hoy en día abundan el agua, la comida, la madera y hasta los peces.

De alguna manera una asociación civil saltillense tiene ya 32 años luchando por recuperar nuestra hermosa sierra de Zapalinamé: se trata de Profauna. Nuestra montaña había sido depredada de manera irracional por nuestros antepasados y ahora por nosotros mismos. Se devastó el bosque, se instalaron carboneras, se introdujo ganado, se incendió no pocas veces. Al perderse los árboles se perdieron los animales. La misma guacamaya estuvo a punto de desaparecer. El alcalde de Saltillo dejó por escrito en el año de 1895 el estado de la sierra y declaraba que había animales que estaban en peligro de extinción. Señaló al águila real, al oso negro, al berrendo, a las guacamayas y a otros más.

Profauna, apoyado por 48 mil saltillenses que cooperamos para ello, ha sembrado poco más de un millón de pinos (de diversas especies), encinos y otros.

La noticia más transcendental es que hay de nuevo osos y en buena cantidad, centenares de guajolotes silvestres (que reintrodujo Profauna), miles de parejas de guacamayas, zorros, coyotes, serpientes y venados. Profauna se propone reintroducir el berrendo.

¿Qué nos falta? No lo tengo claro. Hice el intento de platicar con los miembros de otra asociación, San Lorenzo, pero no lo logré. Estoy enterado que tienen un plan de reforestación, de creación de espacios de paz (meditar o leer), de festejo, de disfrute familiar. Los animo a llevarlo a cabo (lean a Giono, sigan a Jesús León).

Debemos estar orgullosos como saltillenses porque un estudio internacional señalaba al rescate de Zapalinamé como uno de los tres más importantes del mundo realizados por sus propios habitantes, lo que significa que somos los ciudadanos los que estamos tras los pasos del hombre que plantaba árboles.