La vida, la caprichosa vida
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La vida, la caprichosa vida
Es difícil separarse de los temas que son obligados y la tragedia de Tlahuelilpan es uno de ellos. Se ha hablado tanto desde muchos puntos de vista que se ha banalizado el problema tanto el real como el interpretativo, según los intereses de cada comunicador o de distintos estratos de los burócratas. Lo que podemos decir como una síntesis es que gobiernos anteriores permitieron (o participaron en) el robo de hidrocarburos; que una buena parte de los dueños de gasolinerías (se habla del 80 por ciento) participaron del saqueo; que ahora no sabemos si se está fomentando el delito o si van a castigar a los culpables. Dejo el tema.
Una cuestión que se ha venido tratando de manera lenta es la de la vejez. Los viejos eran pocos, al menos en México, y no dolían casi porque nuestro sistema familiar es tan fuerte que siempre los protegió. El abuelo estaba en la casa y, aunque los nietos bromearan o, de plano, se burlaran de él, se sabía que en el fondo el viejo era respetado, querido y (pocas veces) escuchado. Cuando leíamos que en Bélgica y Alemania había demasiados ancianos no pensábamos que México alcanzaría ese récord alguna vez. Ya lo alcanzó. Éramos un país de jóvenes hasta 1970, ahora somos uno de viejos.
Me puse a leer a Cicerón, por supuesto su breve texto “De senectute” (De la vejez), y logré disfrutar ese maravilloso conjunto de reflexiones. El libro data del año 44 antes de Cristo y aporta no pocas ideas sobre el tema.
Me viene a la cabeza el recuerdo de un estudiante de Hermosillo que cuando iba en su camioneta y veía a un anciano le gritaba “¡ya ríndete!”. Claro que era una especie de broma, aunque no tan graciosa. Ahora ese estudiante es un señor de 76 años. Me pregunto si alguien le pide que se rinda, es decir, que se muera, que no le quite oxígeno a los niños…
Cicerón habla de la sabiduría como un acervo conseguido a través de la experiencia. Haber vivido, haber escuchado, haber leído, haber participado son algunas de las experiencias enriquecedoras. Él fue senador, lo cual era una de las más importantes posibilidades de disputar la autoridad de los emperadores que, por lo regular, eran tiranos. Cicerón, aún joven, enfrentó en el año 63 al dictador estúpido y violento Catilina. Lo hizo en el Senado mismo, no por detrás sino frente a él. Catilina intentó burlarse de Cicerón y se sentó para mostrar su enojo y desprecio al tribuno, pero éste le dirigió la bella frase: ¡no te sientes, lárgate! (juego de palabras en latín: ne sedeas sed eas).
Regreso al texto. Exalta la memoria como uno de los elementos que coronan una vida. Recordar, por supuesto, no implica hacer referencias nostálgicas (¡cuando yo era niño…!, o algo parecido) sino aprovechar la edad y la dignidad para ponerte en el sitio que te corresponde. Quiero decir que hay que saber que la lucha no debe ser un calentamiento juvenil, lo cual es fácil, sino una constante en una vida. Varios filósofos franceses así lo han entendido en referencia al Mayo 68 en París, en el que ellos participaron como estudiantes. El 68 quedó en el 68, ¿qué estás haciendo el día de hoy? De ahí que ellos mismos se burlaran de los que seguían viviendo en 1968 cuando estaban en 1990. Nombraron a los nostálgicos “sesentayocheros”. Muy su razonamiento.
Cicerón no dejó de participar hasta su muerte. Su obra “De la vejez” es una gota de agua límpida, por ejemplo para mí, que soy viejo. Y yo me apropio de la burla del sonorense Pedro Pérez Pérez como si me hubiera dicho a mí “¡ya ríndete!”, y le digo que todavía no lo haré.
Otro vejete romano se le plantó al dictador del momento y también escribió con mucha fuerza contra él. Se trata de Séneca. El emperador no aceptó sus críticas y lo desterró de Roma, pero Séneca lo siguió molestando. Entonces lo mandó matar. Séneca era demasiado digno como para permitir esa muerte; entonces se metió en un baño y se cortó las venas. Su suicidio fue una burla para el poder. Un viejo enfrentaba a un déspota matándose.
La vida, la caprichosa vida (Agustín Lara) que no se acaba hasta que se acaba, hay que disfrutarla en la vejez; seguir chingando a los malvados y queriendo a los amigos, que son la sal de la vida y el regalo de la senectud haciendo eco a otro libro hermoso de Cicerón: “De la amistad”.