Humberto González, presbítero

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Humberto González, presbítero

Por los tiempos que corren, hablar mal de todos los sacerdotes es la ocupación y diversión de algunos periodistas. Creo recordar que fui el primero en Saltillo en denunciar al padre Marcial Maciel cuando todavía nadie se ocupaba de él. Lo hice después de escuchar a dos adultos ya mayores que habían sido sus víctimas de abuso sexual. Después vino la andanada de cuestionamientos a partir de denuncias de quienes habían sufrido a curas y monjas pederastas (éstas sobre todo en Irlanda). El primer ataque público en México lo realizaron Carmen Aristegui y Javier Solórzano en su programa Círculo Rojo. Fue su última aparición porque los grandes empresarios de derecha –como Lorenzo Servitje, dueño de Bimbo– amenazaron con retirar la propaganda de sus productos de ese canal si no cesaban a ambos periodistas. Servitje apoyó la pederastia.

Después vendría lo que todos sabemos. Se intensificaron las denuncias y ya no sólo se acometió a los Legionarios de Cristo, sino que aparecieron experiencias de pederastas salesianos, jesuitas, maristas y lasallistas, entre otros. ¡El escándalo mundial! Creo, y espero no exagerar, que es una de las peores experiencias históricas que ha sufrido la Iglesia. La Reforma de Lutero, las guerras de religión y otras tuvieron motivaciones políticas, económicas e ideológica profundas. Lo que desató Maciel es del orden personal, de lo ético, de lo pecaminoso. Leyendo los evangelios uno encuentra que de las pocas veces que Jesús lanzó condenas absolutas fue cuando dijo que “cualquiera que escandalice a uno de estos pequeños más le valiera echarse una rueda de molino al cuello y lanzarse al mar”. Añado algo más: el Derecho Canónico determina que un sacerdote que comete un delito equis no puede confesar y absolver a quien fue su compañero o su víctima. Dice el canon que queda excomulgado ipso facto (por el hecho mismo o en el mismo instante de la confesión). En este sentido el padre Marcial Maciel estaría excomulgado y por lo tanto condenado al infierno al menos 36 veces, por los 36 seminaristas a los que violó.

Todo lo anterior lo expreso precisamente para decir que hubo y hay sacerdotes católicos perversos (también pastores protestantes y maestros de primarias…) que han estado siendo castigados tanto por las leyes eclesiásticas (la renuncia obligada de los obispos de Chile) y las civiles. Pero es injusto condenar en montón a todos los sacerdotes católicos. Considero que una mayoría han sido personas generosas, entregadas y honestas.

Traigo a cuento precisamente a un sacerdote saltillense, el padre Humberto González Galindo, que ha sido un ejemplo de coherencia durante los 60 años que acumula en el sacerdocio. Él estudió en el seminario de Monterrey porque no lo había en Saltillo, luego fue al de Montezuma, en Nuevo México (seminario que fundaron los obispos mexicanos en la persecución religiosa de Plutarco Elías Calles) y de ahí a Roma, donde estudió en el Colegio Pío Latino una especialidad en Derecho Canónico.

A su regreso el obispo Luis Guizar Barragán le confió la conducción del Seminario Diocesano de Saltillo con el título de vicerrector (en papel el rector era el obispo, pero el efectivo, el padre Humberto). Éste escogió a un grupo de sacerdotes con ciertas características: un gran latinista, Carlos Dávil;, un extraordinario helenista, Enrique Flores; un buen músico, Alberto Dávila; un perito en química, Francisco Méndez; un destacado literato formado en Comillas, España, Gonzalo Alonso Barragán y otros más. Creó una institución del mejor nivel imaginable.

El padre Humberto también impuso en el seminario un régimen prácticamente militar: mucho deporte, mucho estudio, mucha oración y el hábito de lectura de los clásicos. Incluso en el refectorio, durante la comida estaba prohibido hablar: todos oían a un lector. En la cena, también en silencio, se escuchaba música clásica: Vivaldi, Bach, Beethoven, Mozart se iban conociendo y gozando lentamente.

Humberto González acaba de cumplir 90 años, que, al parecer, no lo han vencido. Tiene tras de sí el cumplimiento del deber, la generosidad, la honestidad y una cercanía con quienes fueron sus feligreses o alumnos las últimas décadas. Ha sido un hombre fiel. Merece un reconocimiento.