Aromas y recuerdos

Usted está aquí

Aromas y recuerdos

Ilustración: Vanguardia/Salma Hernández

Por: Virginia Lara Sánchez

El olor a comida me despertó y desde la cama observé a mi abuela trajinando en su fogón. A esa hora mis tías ya le habían llevado flores de cempasúchil, capa de obispo y crisantemos; además una canasta con mandarinas, guayabas, limas y caña en trozos. Antes de salir a jugar me sirvió una taza de chocolate caliente, tortillas recién palmeadas, frijoles, queso fresco y salsa.

Por la tarde le ayudé a colocar las flores en jarros pequeños con agua, la fruta, los tamalitos de pedo rellenos con habichuela, mole negro, arroz colorado, gorditas con piloncillo, una gelatina color de rosa hecha con maíz morado, jarros con café, atole con canela, pan, sal, agua, botellas de cerveza, tequila y dos cajetillas de cigarros alas azules. Mi abuela puso la fotografía de un hombre desconocido junto a la de nuestros familiares ausentes; veladoras y velas colocadas en la orilla de la mesa.

Cuando terminamos los quehaceres nos sentamos a descansar en el patio, ella como siempre debajo de su buganvilia. Años más tarde, cuando mi abuela ya había fallecido, los del pueblo decían que se aparecía en el que era su lugar preferido. 

Los rayos del sol desaparecieron y mi abuela se perdió en la obscuridad. Sólo su voz me guiaba hacia ella; justo aquí -- le escuché decir-- donde tú estás sentado mi niño, el año pasado en esta misma fecha se encontraba el difunto Cutberto. Mi corazón latió más aprisa y un sudor frio recorrió mi cuerpo. 

--¿Aquí? Le dije con voz temblorosa y escuché su risa; no tengas miedo, entonces él estaba vivo; tomé mi silla y antes de que ella terminara la frase ya estaba a su lado. 
-- ¿Te acuerdas de Cutberto? 
--No, abue. 

Bueno, pues esa noche me visitó y tomamos café de la olla y unos panes que sobraron de la ofrenda. Platicamos largo y tendido; cuando me di cuenta que cabeceaba me levanté y le dije: te quedas en tu casa ya me voy a dormir, y él me contestó en un tono burlón:
 -- Yo me quedo otro rato saboreando mi bebida, ¡Quien quita y hasta saludo a tus difuntos! –  y cerró la frase con una sonora carcajada; ¡Con eso no se juega Cutberto, le respondí molesta!  Caminé hacia la casa y como siempre le dejé la puerta abierta por si se le antojaba tomar un poco más de café, y le pedí que cuando se fuera la cerrara.

El aire frio de la madrugada me despertó y noté que la puerta seguía abierta, me levanté para cerrarla pero vi que él continuaba ahí sentado bajo la luz tenue de la luna; me acerqué y le puse mi mano sobre su hombro, le hablé quedito para que no se espantara –ya vete a tu casa--, pero no se movió,  solo abrió sus ojos y los fijó en el camino, balbuceó algunas frases en voz baja como si temiera que alguien más lo oyera; entonces pegué mi rostro al suyo para escucharlo mejor.

--Los vi Negra, murmuró arrastrando las palabras; hombres y mujeres formaban una hilera, todos cabizbajos envueltos en una espesa neblina, yo creo que por eso no me vieron; vestían ropas largas y no se les asomaban los pies, me pareció que flotaban cuando pasaron junto a mí; entraron a la casa y rodearon la mesa de las ofrendas y se quedaron observando todo cuanto había.

--¿Cuánto tiempo pasó? -- no lo sé, luego salieron en silencio y se perdieron al final del camino.

Fue entonces cuando recordé la fotografía del hombre desconocido; su rostro alargado y en sus labios gruesos había un intento por sonreír, nariz aguileña y sus ojos tenían el color de mi canica preferida. 

 

Virginia Lara Sánchez
INGENIERO Y NARRADOR

Nacida en el Puerto de Veracruz, estudió
ingeniería en la UAM. También formó
parte del Diplomado de Cuento impartido
por Alejandro Pérez Cervantes
en la Universidad Iberoamericana.