Sucedió un octubre

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Sucedió un octubre

“El amor no sólo aspira a que el ser querido viva, sino que viva bien, que llegue a su plenitud, que alcance su perfección, lo cual corresponde exactamente a uno de los fines del amor conyugal. ¡Qué compromiso tan grande, como pareja, el lograrlo!”, dice el catecismo.

Aprendimos que únicamente el amor nos hace capaces de penetrar en una persona, admirar la grandeza y los matices que encierra, y potenciarlos por el amor. Que tal vez esa vaguedad entre el “No sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a ti, todo lo que soy”, es decir, te quiero por lo que eres y por lo que llegarás a ser o llegásemos juntos.

No es raro hablar del amor en estos tiempos y más en este mes significativo que nos regala sus lunas y sus leves vientos. No sólo fue el compromiso pactado de formar una familia, sino también esa complicidad entre el tú y yo para siempre, la que unificó nuestro matrimonio que hoy llega a los 30 años y los que vengan.

El vago azahar o la precisa ley de la que hablaba Borges, en no recuerdo qué relato, me indicó el camino vivencial para que la vida en pareja fuera la óptima para trazar la senda hacia la felicidad.

La lluvia torrencial acompañó nuestra celebración a las puertas de la Iglesia de Guadalupe en aquel octubre del 88, con la bendición divina y la palabra empeñada.

Refiere el Papa Francisco en relación a la vida en pareja y la construcción del matrimonio: “El amor es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que construye la familia queremos que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la ‘cultura de lo provisional’. Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona!”.

El paso en firme no es constante, porque la vida te plantea atajos, recovecos, por lo que la vida en pareja nos permite sobrellevar esos caminos y situaciones con el aliento hacia lograr las cosas, que de no ser así también llega el consuelo.

Estoy de acuerdo con Kierkegaard, en que la vida de la pareja forja la reciedumbre del hombre, puesto que lo inclina a una vida más responsable y le ayuda a dejar atrás la disipación de la soledad. A su vez, el estado conyugal concilia adecuadamente la necesaria dulcificación del varón y el necesario robustecimiento de la mujer; en sí, el matrimonio ordena la vida plena de los casados.

Y es que para que el hombre no estuviera solo, entonces Dios creó a la mujer y después refirió que abandonara el hombre a sus padres para unirse a su mujer y ser uno solo.

En el matrimonio amamos también las cualidades del otro, pero a través de su persona. Deseamos que tenga cualidades, en el caso de que no las posea, y en la medida en que las puede tener. Porque amar es afirmar el valor absoluto de un ser.

Aparece Benedetti para hacer entender el concepto: “Sin embargo todavía /dudo de esta buena suerte / Porque el cielo de tenerte /me parece fantasía /pero venís y es seguro /y venís con tu mirada /y por eso tu llegada /hace mágico el futuro. / Y aunque no siempre he entendido /mis culpas y mis fracasos /en cambio sé que en tus brazos /el mundo tiene sentido /y si beso la osadía /y el misterio de tus labios /no habrá dudas ni resabios/te querré más todavía”.

Esta unión de fortaleza que redunda en el conocimiento profundo del yo que quiero y tú que sientes, nos embarcó hace tres décadas que hoy te entrego en homenaje, Isabel, confirmando aquel secreto que te comenté, que aceptaste y que dios bendice. Así sea.