Letras de oro en muros grises

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Letras de oro en muros grises

Hace 50 años la melodía y su contexto social eran muy diferentes a los actuales. Hoy “Movimiento estudiantil de 1968” se escribió con letras de oro en el Senado y en la Cámara de Diputados. En aquellos años se escribía con calumnias y persecución, con la complicidad del silencio mediático y las genuflexiones a la “dictadura blanda”, disfrazada de Juegos Olímpicos, rutilantes de amistad.

La melodía que denunciaban las manifestaciones, a pesar de gritar la verdad de la injusticia y los ideales democráticos, fue lentamente silenciada durante 71 días de persecución política verbal en el inicio, y sangriento en el trágico final del 2 de octubre. El fondo musical del poder enmudeció a la libertad de la conciencia, pero no pudo asesinarla. Hoy, 50 años después, aparece con letras de oro.

Hace un mes describí en estas páginas de VANGUARDIA el otro contexto social y político que le dio vida al Movimiento: “Un sistema dominante y antidemocrático que ejercía el control gubernamental de la libre expresión, mediante la persecución y encarcelamiento de los líderes del pensamiento y la oposición, y mantenía la injusta repartición de la riqueza conforme a los intereses de unos cuantos”.

La melodía, los discursos y las letras de oro hoy son diferentes. Tienen resonancia, son promisorias de justicia social y son una política reformadora de una cultura tanto política como ciudadana. Es una noble y honorable melodía que carece de los gritos, sudor y sangre del 68. Después de 50 años pretende convencer y cambiar el contexto político y social, el fondo musical que ha prevalecido durante siglos con su cinismo y criminalidad.

Los 70 días del Movimiento del 68 maduraron a la juventud universitaria mediante la participación en éste. Los cambió de ser unos ingenuos estudiantes despolitizados, desconectados de la realidad social que los rodeaba, y los hacía creerse unos privilegiados, a unos ciudadanos del pueblo, comprometidos con la autonomía de la verdad y el pensamiento, y responsables de participar en la construcción de la justicia para todos. Los transformó en demócratas.

Todos ellos, cada quien a su manera, han seguido manifestándose cantando la misma melodía durante 50 años. Y gracias a ese canto silencioso de esos setentones, la democracia y los ideales en México no se han muerto a pesar de las múltiples traiciones. Es un canto orgulloso que va transmitiendo en cada hogar el entusiasmo, la crítica, la indignación ante la injusticia y la corrupción, el compromiso con la verdad y la justicia, la duda crónica y el escepticismo ante los súbitos enriquecimientos, el esfuerzo personal por salir adelante con una conciencia madura y con una digna honorabilidad que ya dura 50 años.

El contexto social de México ha avanzado en conciencia y derecho democrático. Su evolución no ha sido tan acelerada como todos la desean. Los sueños y los ideales no son tan mágicos, como los formulan los jóvenes, para transformar una cultura en 50 años. Solamente el paso constante de un Rocinante “cincuentón” que ha cabalgado desde el 68 –sin cansarse de buscar y realizar la verdad, la justicia y la evolución social– logrará lo que muchos creen un “sueño imposible” para los mexicanos: una Patria segura para todos.