Tan inmortal como la vida
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Tan inmortal como la vida
Nuestro tiempo y nuestro planeta parece que están repletos de miserias y de una desesperanza crónica creciente. Las noticias nefastas son tan innumerables como las hojas de un otoño interminable, alimentan cotidianamente el desánimo y la visión negativa del futuro, plagada de nubes grises.
A la crónica de la esperanza, si se escribe con las letras de molde de los periódicos o se relata con las voces de los locutores, se le adjudican los adjetivos de “ilusa”, “ingenua” o “flor de un día”. Lo posible o lo esperable es diluido por una tempestad de observaciones y análisis críticos “realistas” de lo que “no se puede llevar a cabo”, llámense proyectos sociales, cambios culturales o cambios personales. Parece que los innumerables y extraordinarios cambios tecnológicos ya resolvieron todas las necesidades del hombre y ya llegó la hora de la comodidad… y de la apática desesperanza.
Sin embargo, la esperanza como fuerza vital está presente en cada día ordinario y/o extraordinario. Algunos ejemplos nos pueden sorprender si “no pasamos de largo” y detenemos el frenesí operativo a que nos ha sometido la tecnología moderna con su multitud de canales, conexiones, mensajes y redes sociales, afinados cada vez más para robar el tiempo, la atención y la reflexión como si fuéramos unas simples hormigas.
La esperanza está enérgica y vibrante en millones de padres y madres que dejan la comodidad de su cama en la madrugada e inician un largo esfuerzo sin darse cuenta de su propio cansancio, desde el amanecer hasta la noche prolongada, más allá de las fuerzas. Esta energía bioquímica y espiritual no es una respuesta, según Viktor Frankl, a la clásica pregunta del filósofo antiguo o del científico moderno: ¿por qué vivir?, sino un compromiso con la esperanza que se pregunta ¿para qué vivir?
Cada ser humano tiene dos alternativas: 1) voltear a su pasado, descubrir los errores cometidos y aprender a no repetirlos (este procedimiento tiene muchos peligros invisibles a pesar de su lógica, entre ellos en convertirse en una “estatua de sal” que no mejora nada, o 2) mirar hacia adelante y buscar un “para qué vivir”. Caminar hacia la salida y el cambio que ofrece una esperanza de vivir.
Durante años los saltillenses hemos ido cambiando nuestra actitud hacia los millares de migrantes que encontramos en las calles y conviven durante algunos días en su caminar hacia donde vivir. Es un vivir que incluye salario para comer, tener casa, vestido, seguridad y salud en familia cercana o distante. Inicialmente para los saltillenses eran extranjeros peligrosos que había que perseguir con las fuerzas públicas y con nuestras actitudes. Hoy hemos descubierto a seres humanos que no tienen nada, que lo dejaron todo y que solamente tienen una riqueza espiritual más poderosa que el dinero, el transporte, la ropa o los zapatos.
Tienen una esperanza tan fuerte que los ha hecho caminar miles de kilómetros. No sabemos que es más fuerte en ellos, si su humanidad o su esperanza que la vitaliza.
Los migrantes ya no nos sorprenden, conviven con nuestra ciudad y ahora admiramos profundamente la esperanza de los hondureños, nicaragüenses, salvadoreños o guatemaltecos, aunados a los innumerables connacionales que no tienen esperanzas de vivir en su patria y buscan vivir a toda costa. La fortaleza espiritual del ser humano nos es todavía desconocida, sobre todo porque estamos acostumbrados a asociarla al poder físico, económico o intelectual, pero nunca a su esperanza y a sus creencias.
En esta semana nos ha sorprendido la presencia de migrantes africanos en Piedras Negras. Su esperanza y su peregrinación la iniciaron en el muy lejano continente de África. Navegaron a través del océano Atlántico. Llegaron a Brasil y desde esa distancia se transportaron quién sabe cómo, pero ciertamente impulsados por la fortaleza de su esperanza que no se derrumbó con las distancias, el hambre y la persecución. ¿Por qué lo hicieron? Porque en su tierra solamente encuentran muerte y persecución? ¿Así se inicia el camino de la libertad humana convertida en liberación? Ellos piden asilo político. Su argumento no es determinada convención internacional o alguna ley constitucional. Su argumento es más fuerte: quieren tener esperanza de vivir.
No vienen a enriquecer al país más rico del mundo con su ciencia, tecnología o su capital económico. Cualquiera de estas razones sería suficiente para admitirlos al menos como turistas. Pero su derecho a vivir parece que no es importante, ni merece consideración alguna en una comunidad cuya esperanza es el dinero y el poder comercial.
México y Saltillo están cambiando de la sumisión a la indignación; de la comodidad aparente que enmudece la protesta y se contenta con “pan y circo”, a la creciente agitación que da la esperanza de vivir mejor en su propia patria. No está emigrando a otras tierras extranjeras, está emigrando a otra mentalidad: la democracia, la equidad en la administración de los bienes comunitarios.
Está reviviendo su esperanza. Es una vitalidad que cada vez tiene una mayor fortaleza renacida, balbuceante hace 50 años. Desde entonces han tratado de asesinarla con Tlatelolco, Acteal, Aguas Blancas, Ayotzinapa, Allende… pero la esperanza humana es tan inmortal como la vida. Y México seguirá caminando porque su esperanza ha sido siempre más fuerte que la muerte y la corrupción de los sepulcros.