Entre gritos y silencios

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Entre gritos y silencios


“El Grito” de hoy sábado es algo mucho más que un grito folklórico, multitudinario, tradicional, amorfo, impersonal y masivo (o masificante).Es más que un rito nacional que se repite en todos los lugares públicos de México y que por unos momentos integra las voces y los corazones en una emoción patriótica, que se funde con un fuerte anhelo de libertad. Es tan intenso que revive la escondida ambición de libertad del ser mexicano. Es un estruendo que resuena en todo el País… por unos minutos.

El resto de los días del año es un grito silencioso que ha sido silenciado con explícitas o sutiles amenazas de pérdidas: de la vida propia, de privilegios adquiridos, de subsidios y limosnas institucionales o partidistas.

Es un grito paralizado en la garganta por el pánico y la tragedia de los terremotos, y su sangre y sus víctimas y sus cadáveres inocentes, empobrecidos por la inseguridad, y por los fraudes de constructores y burócratas.

Es un grito enmudecido por el miedo a la irracionalidad del poder arbitrario, a la injusticia institucional, a la violencia familiar y escolar, a la burla y al desprecio de los “amigos” y condiscípulos, al despido o al castigo por disentir en el trabajo, al ostracismo por pensar diferente.

Son muchos los gritos que nos tragamos por educación y prudencia, porque hay situaciones en las que el silencio vale oro, cuando gritarle a un sordo, por convicción o fanatismo, intensifica el coraje y el conflicto, eleva el muro interpersonal, aumenta la distancia y el aislamiento, y deforma el significado de las palabras y las intenciones.

Gritar a coro muchas veces es señal de triunfo, de superioridad 
transitoria, de euforia fugaz, de una supuesta superioridad muy limitada por la suerte o las débiles circunstancias del contrincante, o la miopía de los jueces o de una sociedad que sobreestima lo superficial y subestima lo profundo, lo constante, lo noble y lo estable.

El daño o el beneficio de gritar no estriban solamente en la fuerza de la voz. Es incontrolable cuando no se tiene otra manera de expresar el dolor. Los bebés, los hijos, los enfermos y los marginados necesitan sorprender a los demás con la molestia de sus gritos incómodos e inesperados.

El grito social de un grupo improvisado, pero profundamente irritado puede ser tan efímero como una manifestación sin consecuencias, que soporta a un político hasta que se extingue por sí misma porque carece de raíces de liderazgo, de organización o de conciencia social. O puede ser el inicio de un proceso que puede derrocar un sistema corrupto y corruptor, un dictador inhumano y cínicamente criminal, o una revolución que pretende la derogación de la injusticia institucional y el florecimiento de una nueva conciencia, justa y comunitaria, que nació desde hace varias décadas.

¿Cómo interpreta, usted, “El Grito” de hoy (o como se le ha dado en llamar por los locutores: la “Ceremonia del Grito”? ¿Es un mero ritual que incluye un muy respetuoso tratamiento de la bandera nacional y que impone por sí misma una atención de fervor patrio incondicional, y un bono político para el Presidente de la República, sea quien sea? ¿Es un grito silenciado durante 364 días? ¿Es un grito enmudecido de los millones de víctimas de la injusticia social que domina la vida del mexicano? ¿Es un grito de triunfo político y de esperanza en un mayor bienestar equitativo para la inmensa mayoría de mexicanos? ¿O es uno más de los eventos folklóricos que elevan la intensidad de la emoción efímera o revive la conciencia de patriotismo a pesar de tanta violencia, injusticia y corrupción?

Le confieso, amable lector, que mi experiencia de patriotismo me empuja a seguir caminando en el lodo y en el prado en la compañía de los gritos y los silencios.