El frenesí del lunes próximo

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El frenesí del lunes próximo

El lunes próximo retornan. El ritmo del vivir cotidiano altera su velocidad desde temprano, desde antes del amanecer o quizás desde la víspera. Los hogares se llenan de prisas con uniformes, mochilas, cuadernos, libros, desayunos apresurados, expectativas infantiles de encuentros con maestros desconocidos y cómplices reconocidos.

En este frenesí familiar hay un ímpetu silencioso y marginado: la inquietud vital de la mente del escolar, que no es atendida y tomada en cuenta a pesar de los adelantos científicos y filosóficos del humanismo que está revolucionando la manera de ser humano en el Siglo 21.

Hoy todavía se utiliza como criterio de evaluación la inteligencia lógica matemática, el famoso “IQ” (Coeficiente de inteligencia) que fue definido hace un siglo, sin darse cuenta de que este criterio reduce el potencial de la mente humana en la educación y en el trabajo. Los escolares que tienen otro tipo de inteligencia (no reconocida institucionalmente) van a ver la escuela y el proceso educativo con terror cuando se enfrenten a los retos matemáticos y se les exija únicamente pensar con lógica racional, y se excluya la intuición, la imaginación, la poesía y la pasión multiforme como forma de conocimiento y de manejo de la realidad en la que viven. Serán tachados como poco inteligentes y hasta marginados como “burros”, cuando pueden ser sumamente inteligentes en la concepción de los espacios, en la creación artística, en las relaciones interpersonales o en la introspección que hace descubrir las verdades que solamente se perciben con el corazón.

Estas inteligencias son ese ímpetu mental marginado por las instituciones educativas institucionales. Ese capital humano es un niño desconocido, percibido como limitado, cuando puede poseer la llama de la genialidad en cualquiera de las seis inteligencias adicionales, descubiertas desde hace 30 años en Harvard por Howard Gardner. Esa impetuosa fuerza mental de inteligencia vivirá sus próximos años escolares reprimida por los padres y educadores burocráticos, o será una rebelde incontrolable e insoportable por la educación institucional, cuadrada y rígida, formal pero inhumana.

Esta ceguera educativa tiene varias causas, una de ellas quizás la más importante es la concepción moderna del hombre. La globalización comercial, con su codicia irrefrenable, ha encontrado que para competir y ganar el mercado hay que convertir todo en procesos y productos estandarizados, homogéneos… incluyendo al hombre y su educación. El hombre ha dejado de ser sujeto y autor de su historia. Hoy es un simple objeto utilizable para producir el poder de otros.

En nuestras escuelas nuestros niños y jóvenes son vistos como objetos educables. Hay que forjarlos en lugar de cultivarlos. Hay que producir el robot que requiere la industria de la producción a base de golpes de cincel, de castigos y de una memorización que sustituya la creatividad y la imaginación.

Hemos olvidado el principio fundamental de que tanto el hombre como el niño son sujetos y autores de su aprendizaje, de su historia. Lo que no aprendan a partir del interior de su persona, de su pasión y talento individual será un aprendizaje artificial que se convertirá en basura, en deterioro humano y en corrupción social.

Este ímpetu, por ser sujeto y autor de sí mismo, es el verdadero frenesí que agitará las casas y las calles el próximo lunes.