El faro de cada año
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El faro de cada año
Aparece en medio de Saltillo cada año desde hace siglos. Es el Santo Cristo de la Capilla. El personaje saltillense más antiguo y más famoso, está ahí todo el año y en estos días es trasladado a la Catedral para dar cabida a los innumerables creyentes que acuden a él. Son ríos multitudinarios de personas que desde la madrugada hasta el anochecer lo visitan, lo ven, se postran ante él y oran con la fe del corazón, de la misma manera como lo han hecho sus antepasados y los antepasados de sus antepasados.
Para los que no están familiarizados con esta fe saltillense, les puede provocar admiración o sorpresa que en el Siglo 21 se manifieste todavía este movimiento multitudinario que parece una masa anónima de creencias impersonales. Pensarán “¿cómo es posible que haya tantos creyentes ingenuos todavía?
Pero no son solamente creyentes. Un creyente acepta algo como verdadero, sin someterlo a un juicio crítico. Obsequia su confianza a un autor o a un testigo, a una persona que ofrece unas palabras, una información, una promesa o una propuesta como verdadera.
De esta manera conocemos las historias antiguas y los sucesos actuales, aunque no los hayamos visto o percibido por nosotros mismos. Esa información entra en nosotros con las palabras, las letras o las imágenes. Y creamos nuestras creencias y opiniones.
Hoy, después del 1 de julio, estamos tratando de creer en una propuesta política y gubernamental diferente a la que vivimos en las décadas anteriores. Creemos que va a haber un cambio, una reforma o una transformación, aunque no sabemos con certeza el cambio de qué, de cuánto, de cómo y a qué puerto vamos a llegar. Hubo una votación mayoritaria de creyentes en un cambio de la corrupción, de la inseguridad, del desempleo, de tantas deficiencias en la salud, en la educación y en la pobreza que hemos vivido. Para muchos son creencias con esperanza, para otros son con temor y miedo, que se irán confirmando o diluyendo, como el polvo, cuando las creencias se conviertan en acciones reales.
Las creencias son por naturaleza mutables y transitorias. La fe es un conjunto de creencias que forman parte de la existencia de cada fiel. Implican algo más que un mero conocimiento. Generan una sólida esperanza que da sentido a la existencia de cada fiel, de cada practicante de esa fe.
Para los fieles del Santo Cristo tener fe en él no es solamente conocer la crónica de su existencia en Israel y en Saltillo, sino aceptar su mensaje, su forma de vida y su amor trascendente que se resumen en una imagen centenaria de crucificado.
Es una fe que cree que la propia existencia no va al vacío o hacia lo desconocido, sino que tiene un sentido y una dirección amorosa para sus decisiones, compromisos y relaciones. Una fe que es afectiva, no fría como una ecuación o una operación comercial, una fe que enciende y mantiene el difícil ejercicio del amor al prójimo y al enemigo, una fe que proporciona la paz y el bienestar esperado, aún en medio del dolor y las dificultades.
El Santo Cristo del 2018 se encuentra con la fe de sus fieles, pero que hoy viven en un contexto social y político con muy diferentes creencias humanas. El mundo de esos fieles está cambiando en lo familiar y lo conyugal, en lo educativo y lo laboral, en lo global y lo nacional, en las estructuras gubernamentales y partidistas. Los conceptos de democracia y leyes están sujetos a sus intérpretes y ejecutores, y estos tienen mentalidades diferentes.
En este contexto su fe no ha cambiado, pero dará nueva luz a las conciencias de sus fieles para conservar, renovar o cambiar sus creencias humanas.
Será el faro que ilumine la noche de las creencias inciertas en que hay que navegar.