Lidiar cretinos
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Lidiar cretinos
Muchos y variados vicios ha traído consigo el advenimiento de las redes sociales como vehículo privilegiado de la comunicación. Personalmente encuentro entre los más desagradables la proclividad, compartida por muchos habitantes del mundo virtual, a comportarse como cretinos.
Tal conducta resulta despreciable, en general, pero la encuentro particularmente nociva cuando la adoptan quienes pretenden pasar por comunicadores o enarbolan la bandera de ese nuevo fundamentalismo denominado “lo ciudadano”.
¿De cuáles conductas hablo al referirme al cretinismo de redes sociales? Básicamente a esa arrogancia desde la cual, muchos “periodistas” y “representantes ciudadanos” (título autoimpuesto, by the way) se consideran legitimados para lanzar acusaciones falsas, agredir, calumniar, juzgar y dictar sentencia en contra de quien les plazca.
Pero si los cretinos de la web se sienten legitimados para juzgar a cualquiera, se afirman de manera particular en esta posición frente a quien ocupa una posición pública. Desde su atalaya de francotiradores actúan a partir de una premisa tan retorcida como falsa: quien ocupa un cargo público está obligado a tolerarlo todo.
Aclaro sin ambigüedades antes de avanzar: ni todos los “periodistas” ni todos los “representantes ciudadanos” de la web actúan como cretinos. Los hay honorables y decentes pero, para infortunio colectivo, no son la regla.
También es necesario reconocer, sin ambigüedades, la existencia de múltiples razones para la animadversión de los ciudadanos hacia lo público pues, como lo hemos señalado en otras ocasiones en este mismo espacio, una buena parte de nuestra clase política se ha esforzado largamente en hacer de la indecencia su estilo personal de vida.
Pero una cosa es reconocer la legitimidad del hartazgo y la existencia de sobrados motivos para la insatisfacción colectiva y otra muy distinta justificar, a partir de tales elementos, el cretinismo de quienes, como lo ha dicho de forma insuperable Arturo Pérez-Reverte, apenas encajan en la clasificación de “imbécil que grita fuerte”.
Trepados en un montículo de superioridad moral, construido con ladrillos sacados sólo de su imaginación, los partidarios del cretinismo arrojan escupitajos a diestra y siniestra, convencidos de su corrección y de la imposibilidad de obtener como respuesta un portazo en la cara.
El diálogo civilizado es imposible con ellos, pues incluso si se realiza un esfuerzo para incorporarlos al territorio de la civilidad, su ímpetu locuaz les empuja a insistir en la posición y, por regla general, suelen incrementar la apuesta cuando se les señala el equívoco desde el cual actúan.
Refractarios al uso de la inteligencia, han convertido a la descalificación en su estrategia argumentativa —si acaso puede llamársele así a su vociferación— gracias a la cual no requieren confrontar ideas, pues las suyas son de antemano ciertas.
En múltiples ocasiones he discutido —por llamarle de alguna forma al ejercicio— con individuos de esta calaña. El resultado ha sido indefectiblemente el mismo en todas las ocasiones: el reconocimiento de la inutilidad de todo intento de razonamiento, debido a la inexistencia de una vocación para ello.
El debate, lo he sostenido antes aquí, es una herramienta para la búsqueda de la verdad, básicamente porque se trata de un ejercicio en el cual se confrontan ideas y quienes debaten se ocupan de hacer ver las debilidades de la posición contraria, lo cual deviene en enriquecimiento para ambas partes.
Pero el ejercicio sólo es útil en la medida en la cual quienes debaten ingresan al ejercicio sin la petulancia de creerse poseedores de la verdad y con una dosis mínima de disposición a escuchar el argumento opuesto para, a partir de éste, matizar el propio.
Los cretinos de la web son ajenos a esta idea. Su posición parte de la certeza absoluta de la infalibilidad propia y de su legitimidad para escupir en la dirección contraria a la menor provocación… o incluso sin ella.
Curiosamente, cuando reciben la respuesta a la cual son merecedores se llaman a ofensa, se indignan con la “insolencia” del interlocutor y afirman con mayor vigor su legitimidad para la descalificación, el insulto fácil, la insinuación grosera y la calumnia.
Parten para ello de una idea a la cual, infortunadamente, se ha extendido carta de naturalización, tanto en el mundo real como en la red: el servidor público está equivocado por regla y no solamente debe permanecer impasible ante la agresión, sino aceptarla dócilmente como un justo castigo a su “naturaleza perversa”.
Están equivocados desde luego y nadie debe asumir la obligación de tolerarles.
Personalmente no estoy dispuesto a ello y por eso, cuando he debido confrontarles, no tengo dudas respecto de la forma en la cual debe lidiárseles: tras un razonable intento por sostener una discusión civilizada es preciso azotarles la puerta en la nariz.
No es lo deseable, pero algunos cretinos de la web no merecen otra cosa.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3