El debate sobre el debate
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El debate sobre el debate
Conforme a lo deseable, el primer debate presidencial del domingo anterior logró el cometido de animar una contienda en la cual queda poco, o casi nada, por decir, sobre todo porque quienes aspiran a sentarse en la silla del águila tienen poco para decir y llevan mucho tiempo diciéndolo.
A diferencia de ejercicios anteriores, el primer debate de la temporada sí tuvo un formato de auténtico debate y a quienes se encomendó la tarea de conducirlo cumplieron con el cometido de promover la confrontación de ideas, e incluso de provocarla cuando fue necesario.
En este sentido, nadie debería regatearle al Instituto Nacional Electoral el reconocimiento por haber acertado en la clausura del viejo esquema de pretendidos debates a los cuales todos los aspirantes, pero sobre todo quienes se encontraban arriba en las encuestas, acudían a medrar.
Desde luego, nadie debe echar las campanas al vuelo a propósito de este ejercicio. Hemos dejado atrás la era de los debates simulados, pero aún no hemos otorgado a estos ejercicios el papel protagónico suficiente para convertirlos en elemento central de las contiendas y, por ende, en un insumo obligado para definir el voto.
Y esto es así porque, como lo señalamos en este mismo espacio hace una semana, los políticos mexicanos son refractarios al debate porque han sido formados —como la inmensa mayoría de los mexicanos— en la cultura del monólogo. De acuerdo con ésta, uno tiene razón de antemano y por ello no requiere contrastar sus ideas con las de los demás, sino solamente pronunciar su discurso el cual es, por naturaleza, irrebatible.
Y aquí es necesario insistir en el señalamiento: en esto, como en muchas otras cosas, los políticos domésticos son sólo un reflejo fiel de la comunidad de la cual forman parte.
Porque quienes pueblan ese contingente denominado “clase política” no están solos en su alergia al debate. En general, los mexicanos rechazamos este tipo de ejercicios porque obligan a confrontar una realidad indeseable: podemos encontrar, como respuesta a nuestro discurso, una avalancha de argumentos con los cuales nuestras ideas, aparentemente invulnerables, terminan hechas añicos.
Para fortuna colectiva, el INE se fajó ante la pretensión de partidos y candidatos de mantener el formato acartonado, rígido, monológico de los pretendidos debates del pasado y nos regaló un ejercicio interesante respecto del cual seguimos debatiendo una semana después.
Gracias a este acierto del INE pudimos ver, por ejemplo, cómo nuestros candidatos son, en general, arrogantes a la hora de prepararse para confrontar ideas. Y la arrogancia se nota porque no se hacen cargo del formato del ejercicio y por ello, en general, se les terminaba el tiempo antes de concretar sus ideas o evadían tratar el tema correspondiente a cada bloque.
Gracias al formato del debate pudimos apreciar las enormes debilidades estructurales de la mayoría de las ideas pregonadas por los candidatos. Porque sólo si éstas son escuchadas en un contexto carente de confrontación suenan lógicas, coherentes y realizables en el mundo real.
Gracias a este formato pudimos apreciar, sin maquillajes, las deficiencias argumentativas de quienes quieren gobernarnos, pues ante señalamientos puntuales fueron, por regla general, incapaces de articular una respuesta coherente, cuando no decidieron refugiarse en la vieja premisa de ignoran el cuestionamiento como fórmula para negar su existencia.
Pero justamente porque el formato del debate expuso de verdad a los candidatos, el gran reto inmediato será defender el ejercicio y no permitir el retorno al modelo anterior, es decir, la vuelta al tedio.
Habríamos de estar atentos a los posibles intentos por descarrilar el recién estrenado formato en los dos debates restantes de esta contienda. Porque quienes no tienen empaque para, ni interés en, debatir, tampoco tendrán interés en mantener el esquema, pues los ejercicios de auténtico debate son tóxicos para sus ambiciones.
ARISTAS
Tengo personalmente pocas dudas respecto de quién le sacó mayor provecho al ejercicio del domingo anterior. Jaime Rodríguez, “El Bronco”, fue sin duda el personaje de la noche: una suerte de Donald Trump región 4 —si acaso esto no es un pleonasmo— para quien ser políticamente incorrecto ha sido sumamente redituable.
Pero no es el estilo frívolo del Gobernador con licencia de Nuevo León, el elemento sobre el cual debe concentrarse nuestro asombro, sino en lo más lamentable del asunto: el enorme contingente de quienes están de acuerdo con él en la idea de “soluciones radicales” para combatir la criminalidad.
Eso somos en el fondo: broncos potenciales a quienes sólo les hace falta el estímulo correcto, transmitido en cadena nacional, para mostrarnos sin maquillaje. Por eso mismo, no merecemos sino esta clase política.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3