El Cristo de la correccional de menores que carga una cruz desde los once años
Por: Jesús Peña
Fotos: Cortesía
Edición: Nazul Aramayo
Diseño: Edgar de la Garza
Segunda Estación.
Jesús Carga con la cruz.
Miro a “Jongo” caminar con la cruz a cuestas por la cancha incendiada de sol de la correccional de menores.
“Jongo” lleva la cabeza coronada de espinas y su cuerpo envuelto en una túnica blanca, cruzada al pecho una estola roja de un rojo muy vivo, y en sus pies chatos unos huaraches de cuero.
“Jongo” no es como el Cristo güero, esbelto, barbado, melena, que estoy acostumbrados a ver en los cuadros o esculturas.
“Jongo” es un Cristo más bien morocho, chaparrito, rollizo, lampiño, con la cabeza al rape y tiene 18 años, no 33.
Confieso que me cuesta creer que “Jongo” esté vestido así, de Nazareno, después de que supe que hizo lo que hizo.
“Mátalo”.
“Que muera”.
“Quiero verlo muerto”.
Dispara la turba de judíos, o sea, el grupo de jóvenes de Jornadas de Vida Cristiana, un organismo católico que cada Semana Santa viene al reformatorio a traer la representación de la Pasión y Muerte de Jesús.
Pero esta vez es diferente porque es el primer año que se hace con un chavo de “la peni”, “y sí, es diferente, porque nunca te los imaginarías a ellos haciendo algo así”.
“De la peni”, dice Roberto Saldaña, 21 años, uno de los coordinadores del Movimiento Jornadas de Vida Cristiana que interpreta a Anás, el sumo sacerdote que participó en la captura y crucifixión de Jesucristo.
¿Quiénes vienen?, le pregunto a Roberto a la hora de la paraliturgia.
“La mayoría son mujeres. Muchos piensan de que ‘ay, cómo las mujeres van a venir aquí’. Los chavos son muy respetuosos con ellas, las tratan muy bien, nunca se han tratado de propasar y las obedecen mucho”.
Hace cuatro años que “Jongo” está acá, no voy a decir por qué, ese fue el trato para que me dejaran entrar al tutelar a entrevistarlo.
Sólo puedo decir que “Jongo” cometió un error, que tuvo un conflicto con la ley, un tropiezo en su vida.
Sólo diré que cuando estaba fuera, que andaba en las calles, “Jongo” era, desde los 11 años, cliente de la comandancia de policía, porque caía, cuando menos, dos veces a la semana por riña o por lo que fuera.
Y siempre andaba su madre “mijo, es que no te andes peleando”, entonces “Jongo” era rebelde, contestón, decía palabrotas, no le gustaba ni que le dieran un beso, “con eso le digo todo”, y siempre estaba a la defensiva.
Era de pleito, así, de que no podías ni quedártele viendo porque luego, luego: “eh, qué, por eso” y se iba a los trompos.
Ahora es todo lo contario, me contará horas después, lejos de aquí, María del Rosario López, la mamá.
“Un orgullo, qué le digo, mi hijo me ha dado muchas satisfacciones ahorita, a pesar del error que cometió, está mejorando mucho”.
“Jongo” no es actor profesional aunque ha tomado clases de teatro y de todo en la “corre”.
Observo que se ha aprendido de memoria todos los diálogos de la Pasión y Muerte de Cristo, según San Marcos.
“Estoy sorprendida”, dice María Elena Estrada Rodríguez, la auxiliar del equipo de coordinación de jóvenes de Jornadas, mientras “Jongo” nos pasa por delante cargando con la cruz, trastabillando, lastimado por los latigazos.
Martes a mediodía, la hora en que “Jongo”, algunos de sus compañeros internos y los jóvenes de Jornadas realizan el último ensayo antes del Viernes Santo, el día del viacrucis.
Varios placas con radio, y sin macana, vigilan de cerca a los 37 adolescentes, de 14 a 19 años, entre ellos “Jongo”, que están en el ensayo y que permanecen en esta correccional unos por robo, otros por secuestro, algunos por violación y otros por asesinato.
¿No te dio miedo entrar aquí?, pregunto a Fátima Condado, 18 años, estudiante de Industrial en el Tecnológico Saltillo y a la que hace un rato vi en su papel de María, la madre de Jesús.
“Al principio le voy a decir que sí. Sabía que venía con personas que han cometido crímenes, pero podemos ver a Jesús a través de esos chicos. Decimos: ‘pero cómo Jesús va a estar en ellos, están en un centro penitenciario’. Jesús está en todos. Dios nos da el perdón, tenemos un Dios misericordioso”.
¿Es difícil trabajar con estos chavos?
“Sí, hay veces que están muy cerrados y que no nos quieren escuchar, pero creemos que con una persona que nos escuche y se le quede alguna palabra, basta”.
Tercera Estación. Jesús, es decir, “Jongo”, cae por primera vez.
Me pregunto si la cruz que “Jongo” carga en la vida real es pesada.
Su madre dice que sí, llorando.
A lo mejor sí ha sido una cruz pesada, por no tener al papá a su lado, dice su madre.
A “Jongo” desde chiquito le hizo falta su padre, “porque desde que él nació no estamos juntos y como su papá tiene otra familia, pues… no lo veía muy seguido. Y yo por tener que trabajar, no por gusto de dejarlos solos, tenía que llevarles qué comer... Me imagino que por hacerle falta los dos”.
“Jongo” ya no quiso ir a la escuela en el quinto grado y empezó a juntarse con los pandilleros de por ahí, sus homeboys.
Una mañana en su oficina, José Nicolás Ruvalcaba Sifuentes, subdirector del Centro de Internamiento Especializado en Adolescentes Varonil Saltillo (CIEAVS), me está leyendo un letrerito pegado en la pared que dice:
“Oración de la serenidad.
“Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.
Sobre un librero de madera lucen los nueve trofeos de futbol que el equipo de la penitenciaría, en el que juega “Jongo”, ha ganado.
Hasta ahora no ha habido quién les gane en futbol.
Han venido a retarlos de universidades…
Los trofeos aquí se han quedado, dice Nicolás.
Nicolás es maestro de Historia y nunca se imaginó trabajando en la “peni”.
“Los maestros colegas que tengo en el exterior dicen ‘en mi salón tengo uno que es con el que siempre batallo’, ese uno lo tenemos aquí multiplicado por 37. Son con los que siempre batallaban los maestros afuera, los que no estudiaban, los que no hacían la tarea, los que no ingresaban a la escuela, que se corrían las clases”.
“Jongo” llegó a “la corre” como todos: desorientado, triste, asustado, renuente.
“Era muy agresivo, se le veía en su cara, su cara era de agresividad. Empezó a ver que tenía muchas cualidades. Lo invitábamos ‘ven, mira esto te sirve para esto, te va a ayudar a desarrollar esto, entra, tienes esta cualidad’. Era lo que le hacíamos ver cuando entraba a alguna actividad, ‘eres bueno, síguelo realizando, échale ganas’, pero él no se la creía, no sabía que podía hacer muchísimas cosas, ahora ya lo sabe”, me está contando a la hora del lunch de los funcionarios del centro de internamiento, Juli Cabello, la encargada del Departamento de Trabajo Social.
Quinta Estación.
Jesús es ayudado por el cirineo.
De a poco “Jongo”, con el apoyo del personal del tutelar, el Comité Técnico Interdisciplinario, compuesto por una psicóloga, un trabajador social, un abogado, la gente de seguridad y custodia, se fue haciendo a la disciplina del centro y a meterse en cuantas actividades y talleres le ofrecían.
Aprendió baile moderno, se enseñó a hacer repostería, a dibujar, a reparar automóviles, instalaciones eléctricas, a manejar la computadora, a hacer cortometrajes, a cultivar un huerto de hortalizas y está por terminar la preparatoria.
“Dicen que soy todólogo. La institución me ha dado como que un empuje, me ha brindado cosas que en la calle nunca hubiera tenido”, dice “Jongo”.
El personal del centro dice que es uno de internos más sobresalientes.
Llevo casi ya una semana en el reformatorio y es la primera vez que me dejan entrar a las áreas donde conviven los internos, el corral, como le llaman los custodios de la vieja guardia.
A las 10:00 de una mañana caliente estoy con Mario Alberto Canizales Trejo, el director de la “corre”, contemplando el huerto de hortalizas, lechuga, coliflor y cebolla, que tienen a su cuidado los niños reclusos.
El huerto es un cuadro de tierra bajo relieve, como una gran jardinera, al centro del corral.
Para llegar hasta aquí hay que pasar cinco filtros, el primero con detector de metales, todos vigilados por celadores de uniforme.
“Les digo a los muchachos ‘tú eres una planta que necesita tratamiento, que necesita cuidado. La plaga es la delincuencia contigo. Quítatela, hijo, esa te va a dañar’. Se los pongo de ejemplo en su vida”, dice Mario.
¿Ellos fueron víctimas de quién o de qué?
“De nuestros errores como padres. A mí me ha servido mucho trabajar en el centro de internamiento. Me cambió. Me doy cuenta lo que conlleva el dejar a tus hijos, el no estar al pendiente de ellos, el no escucharlos, el no supervisarlos. Si estando al pendiente se nos pueden salir de las manos, mira en lo que vienen a acabar, mira lo que pasa”.
Ésta es la panadería, éstos los salones del área escolar, la biblioteca, el archivo general, la sala de cómputo, el comedor y la cocina, va diciendo Mario, mientras me enseña el complejo de un piso que hay en torno al huerto de hortalizas.
Todo luce tan limpio e iluminado que no parece una correccional, más bien un internado, una escuela.
“Les digo a los chavos que no la vean como una carcelita, sino como una escuela. ‘Este es un internado de formación, de preparación para ustedes’, les digo”.
Mi primer día en la correccional estoy con “Jongo” en el área de visita familiar que tiene palapas y asadores, “la peni” tiene palapas y asadores, como los parques de afuera, pero también “la peni” tiene altos muros rematados con malla ciclónica y alambre cuchilla.
“La idea es acercarlos lo más posible a la realidad. Si te fijas, es como si fueras a la Ciudad Deportiva”, me dirá después Apolonio Armenta Parga, titular de la Unidad del Sistema Estatal Penitenciario.
Y dirá que esto, lo de las palapas, es una de las tantas cosas que han tenido que hacer para convertirse en candidatos a una certificación del centro por parte de la ONU.
“Jongo” está sentado en una banca de argamasa, bajo una de las palapas, delante de una mesa de concreto.
“Jongo”, playera roja y blue jeans, el uniforma del reformatorio, está cantando un rap; “Jongo” es rapero y está rapeando el rap de su vida, su historia, que habla de drogas, riñas callejeras, la policía.
En el mensaje “Jongo” pide perdón a su mamá por las cosas que he hecho mal y les da consejos a sus hermanos, que no sigan su camino.
Hoy en esta tarde te quería decir gracias, madre, por cuidarme, por hacer de padre y madre.
Tú me protegías sacándome de mis desastres,
esa es mi culpa yo no quise escuchar,
no quise entender las palabras que me decías,
para poderme proteger de las malas compañías,
esa con las que me juntaban, pero ese era mi orgullo que no me dejaba.
Madre, yo te pido perdón por hacerte sufrir tanto,
Por hacer que de tu rostro soltaras tanto llanto.
Ya no aguanto el no estar a tu lado,
la mayoría de mis días me la paso pensando.
Te amo mamá, por no darte por vencida,
Te has sabido levantar, después de varias caídas.
Qué decirle a ms carnales, carnales,
no se salgan de la vía,
no quieran vivir como yo viví mi vida,
loqueras y riñas, pleitos con la policía,
no sigan el ejemplo de su hermano,
porque no les ayuda, les causa más daño,
ustedes me vieron allá afuera y aquí estoy mejor sin pleitos y sin loquera.
Quisiera regresar a ese primer día cuando estaba en su vientre a pedirle perdón a toda esa gente.
Oigo voces pidiendo ayuda,
a toda esa gente le dedico mi escritura.
Se llama “Te amo, mamá”, y “Jongo” se lo cantó a su madre en “la peni” un 10 de mayo que no tenía que darle, me cuenta.
Su mamá se agarró a llorar.
“Jongo” dice que un amigo de “la peni” le enseñó a escribir rap y a rapear.
“Le pregunto que cómo la hace y dice ‘no, pos es que tú tienes que escribir lo que sientes, si estas deprimido, escribirlo’. Escribir es una forma de expresarte libremente, de desahogar tus penas en la libreta”.
“Jongo” habla quedito y sereno.
Dice que quiere hacer más canciones como ésta, para prevenir el delito.
Algunos custodios, Nicolás Ruvalcaba, el subdirector del centro, y Mireya Franco Salas, la directora de Integración de Adolescentes en el Estado, están presentes en la entrevista.
No debo preguntar nada, me advierten, que tenga que ver con el pasado de “Jongo”, por cuestiones legales, sólo aquello relacionado con su papel de Jesucristo en el viacrucis.
Un policía nos graba de cerca con su celular.
Es para el registro del centro, se excusa, cuando le lanzo una mirada inquisitiva.
Tú vas a ser el Cristo de la “corre” el Viernes Santo, ¿no?, le pregunto a “Jongo”.
“Representar nada más a Jesús, porque no vamos a igualar a una persona omnipotente, más grande que nosotros”.
¿Y qué piensas de eso?
“No es poca cosa eso, es algo que te tienes que preparar, es algo muy… es algo difícil”.
¿Quién es Jesús?
“Una persona muy humilde y que hizo grandes cosas en el transcurso de su vida, en lo que estuvo aquí en la tierra, y yo quisiera no llegar a igualarlo, porque nunca vamos a igualar una persona así, sino que aprender lo que él vivió. Él vino a la tierra y nos enseñó muchas cosas, nos enseñó a perdonar y a amar a nuestros enemigos”.
Estamos en la capilla de paredes blancas de la penitenciaría con su Cristo en el altar y su imagen de la virgen María a un lado.
“Jongo” me está contando que es lector en la misa dominical y canta en el coro con los jóvenes de Jornadas de Vida Cristiana.
Le pregunto a “Jongo” que cuál es el pasaje de la Biblia que más le llega y dice se le quedó muy grabado el de Jesús clavado en la cruz y los dos ladrones a los lados, que uno no creyó en él y le dijo “si eres Dios, bájate de esa cruz”, y el otro que si creyó y Cristo le dice “en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.
¿Qué le pides a Dios?
“Que me perdone por todo lo malo que hice”.
Ahora me encuentro con Claudia Montes, la psicología del centro de internamiento, sentado en la silla donde “Jongo” y sus compañeros de “la peni” han vendo tantas veces para desahogarse.
Claudia dice que la historia de “Jongo” se parece mucho a las del resto de los niños del tutelar.
Chicos que carecieron de un hogar seguro, de una figura paterna y materna estables.
Chicos que desertaron de la primaria en cuarto o quinto grado, a los 10 años, y se refugiaron en las drogas, en la pandilla, en las calles.
“Es muy difícil vivir en esos ambientes y entonces ellos responden con una conducta inadecuada”, dice Claudia.
¿“Jongo” ha llorado?
“Sí”.
¿Por qué?
“Extraña a su familia, a su mamá. Extraña su vida afuera. Muchos adolescentes sienten esa desesperación por estar encerrados y el hecho de que vengan a llorar aquí es bueno, porque saben que no están solos para llorar y ese es el caso de él”.
Después “Jongo” me dirá que cada vez que se despide de su madre al final de la visita se le hace un nudo en la garganta y a ella se le salen las lágrimas.
¿Cómo describe a “Jongo”?, le pregunto a Claudia.
“Es un muchacho muy orientado al trabajo, a las actividades. Tiene una idea de que el trabajo lo puede ayudar a progresar. Un muchacho que tiene talentos para lo artístico, para la música por ejemplo, que ha fortalecido mucho los valores sociales como el respeto, la honestidad. Acepta el tratamiento, se apega al tratamiento y demuestra avances”.
¿Es difícil el trabajo de usted?
“Hay que trabajar con mucho respeto hacia los adolescentes, verlos como personas con derechos, con posibilidades de salir adelante, respetar mucho sus personas y ellos corresponden, ellos saben corresponder el respeto que uno les dé”.
Otro día veo a “Jongo”, en la palapas, con María Elena Estrada Rodríguez, la auxiliar del equipo de coordinación de jóvenes de Jornadas de Vida Cristiana, parece que están afinando los últimos detalles del ensayo.
“Jongo”, está diciendo Elena, tiene que leer la Biblia, todo lo que está en el Evangelio de la Pasión y Muerte de Jesús que va a representar, y confesarse.
“No es una obra de teatro, es conmemorar la vida de Cristo, es recordar lo que él hizo por nosotros, el gran amor que nos tuvo y la manera en que nos entregó ese amor. No vas a estar solo, vamos a estarte ayudando y echarle un chorro de ganas…”, le dice.
Para esto, dice Elena, se necesita alguien que conozca de Jesús, que viva la fe y ese es “Jongo”.
Elena me cuenta que tiene ya cuatro años de venir al tutelar.
“Estuve en la cárcel y vinisteis a mí”, ¿no?
“Es una obra de misericordia el visitar al encarcelado. Somos pocos los que estamos en este camino de venir y entrar aquí. Mucha gente los ve con malos ojos o no les tiene la suficiente confianza, pero nosotros venimos confiados en Cristo que todo va a salir bien y nuestro objetivo es darles una mejor calidad de vida, que poco a poco aprendan que hay una mejor vida después de esto”.
Mañana de lunes a las 11:00, y en el área de visita familiar de “la peni” está por empezar el ensayo general del viacrucis donde participarán unos 16 muchachos del Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana, estudiantes y profesionistas de entre 18 y 25 años, cerca de cinco o seis internos de “la corre” y, por supuesto, “Jongo”.
A “Jongo” lo escogió el personal del centro de internamiento para ser el Cristo, me dicen, por la responsabilidad y entrega que ha demostrado durante el tiempo que lleva en el reformatorio.
Y “Jongo” dijo que sí.
“Yo a nada digo que no”, me dice.
En su despacho de “la peni”, Mario Alberto Canizales Trejo, el director, me está platicando que en años anteriores quien representaba al Cristo era algún joven de la Pastoral Penitenciaria, pero esta vez él propuso que fuera un chavo de “la corre”.
“Que realmente transmita la pasión de Cristo a sus compañeros. Es diferente que un externo lo haga, que tú y yo que convivimos todos los días, que dormimos, que comemos, que trabajamos juntos. Lo sientes más y eso es lo que buscamos, que realmente lo sientan”, dice.
Anocheciendo, en su casa de una colonia popular, me está vedado dar direcciones por razones de seguridad, María del Rosario López, la madre de “Jongo”, me está platicando del día en que el chico le dio la noticia.
“Me dijo que le habían hecho la propuesta de ser el Cristo, dice ‘pero, ¿cómo ves, mami?, si Cristo no era negro, Cristo era rubio’. Le digo ‘nadie sabe cómo era Cristo’, dice ‘es que yo soy prietito, mami’, ‘¿y te van a poner peluca?’, le dije y nos empezamos a reír. Dice ‘¿acepto, mami?’, ‘si quieres, hijito, sería una bendición para ti interpretar a ese gran hombre que sufrió un chingo por nosotros’”.
En el video que circula en YouTube veo a “Jongo”, el rostro encubierto, posando en distintas locaciones del tutelar mientras interpreta su canción “Te amo, mamá”.
Y este sería un video más en red si no fuera porque con él, “Jongo” ganó el primer lugar nacional en el concurso de cortometrajes “Transparencia en corto”, organizado por la Secretaría de Fiscalización y Rendición de Cuentas.
Era finales de 2016.
El video de “Jongo” pasó por encima de otros 600 trabajos realizados por alumnos de las mejores escuelas de cine de país.
“Jongo” no lo podía creer.
La premiación fue en Mérida, “Jongo” no pudo ir porque estaba encerrado.
“No manches, fue mi graduación como maestro. El único que ha ganado, de todos los que han sido mis alumnos, gente del Tec de Monterrey, de la UANE, de las universidades privadas de todo Saltillo, es un muchacho que está en condiciones de reclusión…”.
Me dice Rogelio Flores Arreozola, catedrático de la UAdeC, productor de cine, radio y televisión, el maestro de “Jongo” en el taller de cine de “la corre”.
¿Cómo fue su experiencia en la “peni”?
“Reveladora, porque nos dimos cuenta del talento que hay en los muchachos, que el talento no tiene una frontera ni un cliché, tampoco significa una exclusividad del estrado social ni de las condiciones de libertad”.
Desde entonces “Jongo” se volvió el orgullo de la penitenciaría.
Mireya Franco Salas es la directora de Integración de Adolescentes en el Estado, y dice de “Jongo” que es un triunfador, por todos los logros que ha tenido dentro.
“Es un muchacho noble, quizá la sociedad me pueda criticar que yo diga que es un muchacho noble”.
¿Qué le diría a esa sociedad?
“Que cuando salga un muchacho como él lo ayudemos, lo ayuden, no le cierren las puertas. Que le den la oportunidad de seguirse superando”.
El ensayo está por acabar, miro a “Jongo” crucificado y luego en el tirado en el suelo, la cabeza al regazo de María, su madre, los brazos extendidos, inerte.
¿Qué sentiste?, le pregunto más tarde.
“El dolor que Jesús sintió en la cruz, algo que nunca había sentido”.
¿Y eso te ayuda?
“Me va a ayudar a reflexionar y a cambiar mi destino...”.
Hoy “Jongo” está contento, dice que porque el sábado, hoy es lunes, su padre, al que no veía desde hace cuatro años, vino a visitarlo a la “peni” y le dio gusto ver a su papá y a su mamá juntos.
¿Qué les dirías a los jóvenes de allá afuera, “Jongo”?
“Que para el tiempo no hay una segunda vuelta, el tiempo no vuelve; que valoren la vida, porque nomás es una y que valoren mucho lo que sus papás hacen por ellos… “.
Un viacrucis diferente
Primer año que un interno representa a Cristo
Para que los jóvenes sintieran el trabajo, la preparación, el sacrificio y la búsqueda de superarse, el director del Centro de Internamiento Especializado en Adolescentes Varonil Saltillo, Mario Alberto Canizales Trejo, propuso que esta vez un chavo de la correccional interpretara a Cristo. Esta recreación de la Pasión y Muerte fue organizada por Movimiento Jornadas de Vida Cristiana.
“Jongo” se volvió el orgullo de la penitenciaría desde que ganó el primer lugar nacional con el cortometraje de su canción “Te amo mamá”, que realizó para el taller de cine impartido en “la corre” por el profesor Rogelio Flores Arreozola, catedrático de la UAdeC y productor de cine, radio y televisión
JÓVENES EN EL CIEAVS
37 adolescentes, entre 14 y 19 años internados por delitos como robo, violación, secuestro y homicidio.
95 por ciento proviene de familias disfuncionales.
La mayoría son de bajos recursos.
15 son de la Laguna.
15 de la Carbonífera, Piedras Negras, Monclova, Nava.
5 de Saltillo.
1 de Veracruz.
1 de Chiapas.