Un lugar donde las mujeres recuperan la esperanza
Por: Jesús Peña
Fotos: Luis Castrejón/Jesús Peña
Video: Luis Castrejón
Edición:Nazul Aramayo
Diseño: Édgar de la Garza
En una pieza de 2.80 por 3.50 metros de paredes amarillo pálido, tosco escritorio, varias sillas plegables de metal y tres viejos archiveros de fierro, despacha Érika Yadira Becerra Cisneros.
“Hemos avanzado”, dice poniendo cara como de satisfacción.
Porque hace cuatro años estaba peor, cuando llegó a instalarse en una casa de Infonavit de Mirasierra sin cristales, sin excusado ni regadera y, lo que es más, sin agua ni cableado eléctrico.
Era una de las tantas casas abandonadas, desbaratadas, que proliferaban por la colonia.
Lo que se dice un cascarón.
Todo porque una noche que se acostó para dormir, Érika Yadira tuvo un sueño:
Soñó que tenía una casa muy grande, donde atendía a mujeres víctimas de violencia de todos colores y sabores.
Entonces Érika habló con la pastora de la iglesia Monte Sion, a la que ella asiste desde que se convirtió al cristianismo hace 15 años, y le contó su sueño.
A los pocos días los miembros de la congregación vinieron y levantaron las ruinas de aquella vivienda.
Pintaron sus muros, pusieron cristales, limpiaron, quitaron la yerba y trajeron sillas.
La pastora pagó la primera renta y así se inauguró la casa.
Hubo corte de listón.
Sucedió el 7 de septiembre de 2014.
“Hemos avanzado”, pensó Érika Yadira.
Porque antes había sido peor, cuando ella comenzó a recibir mujeres de toda Ciudad Mirasierra, que venían a desahogarse o a pedirle consejo a la sala de su domicilio.
“Dice el pastor (de la iglesia Monte Sion) que Dios me dio gracia para que la gente se acerque conmigo”, dice Érika Yadira.
Estamos en el despacho de Érika Yadira, una oficina mínima que por las tardes se convierte en el salón donde un grupo de críos reciben apoyo escolar; y por las noche en un consultorio psicológico a donde mujeres, hombres, parejas, familias vienen para llorar sus penas.
La verdad es que no es más que la minirrecámara de una casa de Infonavit, 6 metros de frente por 14 de fondo, minicochera, minisala-comedor, dos minihabitaciones, minicocina, minibaño, minilavandería y minipatio trasero, una casa de muñecas, un palomar en el que desde hace casi cuatro años funciona el Centro Vida Satillo, la asociación civil fundada por Érika Yadira para ayudar a las mujeres que están en situación vulnerable y también a las que no.
“Usted piensa que todas las mujeres que venimos aquí somos violentadas y no”.
Me regañó una señora, ama de casa por elección, con estudios universitarios, cierta mañana que estuve aquí para platicar con las alumnas de la clase de belleza, unas 30 féminas que toman cátedra amontonadas en la sala-comedor de esta casa de Infonavit; en la sala-comedor, que además es aula de secundaria, preparatoria y, los sábados a las 10:00 horas, comedor infantil.
Pero “hemos avanzado”, repite sin cesar Érika Yadira.
Y cuenta de cuando el centro inició en aquella vivienda desvalijada, donde no había agua y las muchachas que hacían de modelos de las aspirantes a estilistas tenían que ir a lavarse el pelo a casa de Érika Yadira.
Hasta que después de dos años el centro se mudó al lado, a la casa fachada uva y portón chocolate, de la calle Cuauhtémoc 259, en Ciudad Mirasierra, donde ahora charlamos.
Días antes de estar acá, miro en la página de Facebook del Centro Vida Saltillo las fotos de una mujer chaparrita, llenita, atezada, rubio chonguito, es Érika Yadira con las pupilas de la clase de belleza; Érika Yadira acompañando a las alumnas en la asignatura de uñas de acrílico; Érika Yadira con los estudiantes de secundaria abierta, Érika Yadira en una cancha con el equipo de futbol del centro Leones Mirasierra; Érika Yadira con los alumnos de computación; Érika Yadira con su equipo de colaboradores voluntarios; Érika Yadira con los niños del comedor infantil en la posada y luego el Día de Reyes.
La víspera de la apertura, la pastora de la iglesia Monte Sion le pidió que pensara cómo le iba a poner al centro.
Y a Erika le gustó Vida:
“Le puse así porque es un lugar donde se da vida a las personas que vienen ya sin ilusiones y aquí encuentran un lugar donde las escuchamos, las ayudamos, les damos esperanza y algo para salir adelante”.
En la blusa de Érika, que unos días es rosa, otros morada y a veces blanca, he visto invariablemente al lado derecho el dibujo de un árbol frondoso con flores de colores.
Es el logo del Centro Vida Saltillo.
Érika Yadira dice que el árbol, con sus ramas como brazos abiertos, representa la vida; y sus flores multicolores la alegría.
El diseño es de Javier Martínez, su hijo mayor, que además es parte del equipo de psicólogos de Vida.
Érika Yadira mandó pintar este mismo árbol a lo largo y ancho de la pared de lo que fue la primera cede del centro, y dice que ya pronto lo hará pintar acá.
El proyecto empezó con seis mujeres, víctimas de maltrato, que frecuentemente acudían a Érika en busca de ayuda.
Eran vecinas de la cuadra.
Un mediodía a las afueras del centro, Érika Yadira recuerda su peregrinar por las distintas oficinas gubernamentales, pidiendo apoyo para las mujeres de su barrio.
Las puertas se le cerraban.
“Me consta que ha tocado demasiadas puertas, algunas se han abierto, unas con promesas, otras con mentiras. El camino para ella no ha sido fácil, la he visto llorar, le he visto reír. Siempre ha sido una mujer fuerte, valiente”, dice Abigail Martínez, amiga personal de Érika y beneficiaria de la asociación.
Entonces Érika Yadira era una desconocida.
Al fin consiguió que el Centro Sí Mujer le mandara a una psicóloga para que diera una plática sobre violencia intrafamiliar.
El centro empezó a llenarse de mujeres, en su mayoría madres jóvenes y solas, de prole numerosa, sin muchos estudios ni formas de sacar dinero.
Dulia Rivera, estilista, es una de las primeras maestras voluntarias que llegaron aquí, después de que supo, por una amiga, que Érika necesitaba una instructora que enseñara a las mujeres a cortar cabello.
“La verdad para mí es muy gratificante enseñar a otras mujeres a salir adelante. Yo siempre les comparto que este oficio es muy hermoso, porque pueden trabajar desde su casa sin descuidar a su familia”.
Dice Dulia a la hora de su clase en el aula multiusos, o sea, la sala-comedor de esta casa de Infonavit, que luce abarrotada de alumnas.
El sueño de Monse, 18 años, escolaridad secundaria, una de las educandas del Centro Vida, es llegar a poner su estética en grande.
Has aprendido, ¿no?
“Ya voy más o menos avanzada”.
¿Ya ganas plata con esto?
“He hecho bases y puesto uñas de acrílico”.
La maestra Dulia dice que muchas de las mujeres que asisten a la clase de belleza en este lugar no tienen dinero para comprar material, tampoco un sitio donde dejar a sus nenes.
“Yo pediría que nos pusieran una guardería y que nos ayudaran con el material para trabajar”.
Mujeres como Gaby, que estudiaron belleza en el Centro Vida, han montado ya su propia estética.
Ella llegó aquí buscando ayuda para superar la depresión que le causó la separación de su esposo, me cuenta mientras aplica un tinte a una clienta.
Gaby es contadora pública, pero siempre soñó con ser estilista y aquí está.
“En Vida me han ayudado a salir adelante, tanto en lo económico, como en lo personal”, dice.
De vuelta en su despacho Érika Yadira me cuenta su historia y llora.
Y a mí se me están quemando las habas por escribirla, pero hay un trato de por medio:
Ella me abriría de par en par las puertas del centro, a cambio yo me conformaría con publicar que vivió su infancia en la colonia Zaragoza, con sus padres y su hermano menor, que era muy estudiosa, tenía buenas notas, que le gustaba jugar a las barbies con las nenas del barrio y montar en bicicleta pero que se embarazó cuando tenía 13 años y estaba en la secundaria. Eso es todo.
Entonces había menos opciones para las mujeres como ella y en honor a ese recuerdo fue que montó esta fundación.
“Es muy difícil cuando no tienes cómo salir adelante, que no puedes ir a la escuela… No quiero que ellas pasen lo que yo”, dice y se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano.
Atardeciendo, leo en una loma pegada al frontispicio que en este centro se brindan cursos de belleza, baile moderno, inglés, apoyo escolar, primaria, secundaria y preparatoria abiertas, superación personal, uñas de acrílico, y me pregunto si le cabrá tanto a una casa de Infonavit, 84 metros cuadraros.
Parece que aquí eso de que “todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar” no aplica.
Cada vez que las aprendices de estilista vienen con sus modelos, tienen que practicar en la cochera del centro o de plano en la banqueta, haga frío o calor, porque no hay espacio.
Érika dice que éste ha sido siempre el talón de Aquiles de su asociación.
“Quisiera que alguien volteara y nos viera. Es un trabajo que le toca a Gobierno y nosotros estamos apoyando”, dice.
Con el tiempo este centro pasó de atender seis mujeres a 850, provenientes de Arteaga, Ramos Arizpe, Bella Unión, la mayoría de Mirasierra, Loma Linda, Fundadores y Morelos.
Durante mis visitas al Centro Vida Saltillo vi a las muchachas de la clase de belleza trabajar amontonadas, la alharaca a todo lo que daba.
“Hay maestros que quieren venir a apoyar, pero ya no tenemos ni horarios, ni lugar. Hay un maestro que me quiere apoyar con baile moderno, no tenemos dónde ponerlo, quitamos bailoterapia porque no tenemos el lugar, quitamos manualidades, porque preferí meter otras cosas más de provecho, como la secundaria”, dice Érika Yadira.
Y dice que en los casi cuatro años de existencia del centro, ha tenido ella muchos momentos de crisis, ganas de tirar la toalla, sobre todo cuando se va un maestro voluntario o cuando no hay para la renta de la casa, pero, gracias a Dios, siempre llega un profesor nuevo y un ángel con el dinero para el arriendo.
“La mano de Dios no me ha dejado”, dice.
Sin embargo, noto que hoy Érika Yadira anda preocupada, dice que no sabe cómo le va a hacer porque se inscribieron más chicos en la clase de apoyo escolar y no tiene donde meterlos.
Podría instalarlos en la cochera, pero necesitaría una lona para cubrirlos del sol y más sillas, pero no tiene.
En eso Érika Yadira corta la plática, dice que va a la escuela por sus dos hijos pequeños y luego a hacer de comer.
Me cuenta que la mayor parte de su tiempo lo pasa aquí y siente por eso que ha descuidado a su familia.
Antes su marido se molestaba, pero cuando vio que esta labor la hacía feliz y la llenaba de satisfacción, decidió apoyarla y ahora es el representante de los cinco equipos de futbol Leones Mirasierra con los que cuenta el centro.
“He trabajado mucho, me he esforzado mucho sin ganar ni un peso, al contrario ponemos para la renta, para trapeadores, para la luz”.
Aun así, dice, no se ha escapado de las murmuraciones de la gente.
“El año pasado mi esposo me compró un carro, bonito el carro, y muchas personas estaban hablando: ‘no, pos le está yendo muy bien en el centro’”.
Por aquellos días Marcela Moreno, la maestra de secundaria y preparatoria abierta, me contó de cuando aquí no había pizarrón ni sillas suficientes para los alumnos y existía sólo una pequeña mesa de madera, que aún se conserva, para que tomaran sus apuntes.
Las cosas no han cambiado o han cambiado poco.
En Vida Saltillo sigue sin haber mesas y sillas, y los alumnos que asisten a los diferentes cursos tienen que atender la clase sentados en blocks con sus cuadernos a las rodillas.
Cuando Marcela me contó que en los últimos cuatro años han egresado del centro entre 80 y 100 estudiantes, se le iluminó la cara.
“De todo corazón buscamos que ellos vengan y que en lugar de andar en otros lados haciendo otras cosas, enfocarlos, tratar de cambiar mentalidades y buscar que avancen en sus estudios para que busquen una superación”, dijo.
Ahora estoy con Érika Yadira en el salón de inglés, que funciona también como taller de computación, sin computadoras.
Érika Yadira dice que como el centro no cuenta con equipo, es requisito indispensable que las personas que deseen inscribirse a esta clase tengan laptop y no todos tienen.
A este curso asisten nada más unos 15 alumnos, los que poseen un ordenador portátil, y hay otros 20 que quisieran entrar pero que no tienen.
“Me quiero preparar porque acabo de agarrar un trabajito como líder en ventas y necesito manejar la computadora”, me dice Martha Álvarez Sánchez, 39 años, ama de casa, su primer día de clase en el Centro Vida.
¿Cómo se enteró de este centro?
“Por Facebook”.
Quiero saber, le digo a Érika Yadira, cuándo y cómo fue que descubrió que era una líder.
Dice que fue hace ya algunos años, cuando reunió a un grupo de señoras de la cuadra en la cochera de su casa para practicar zumba.
Como todas eran neófitas en la materia, Érika Yadira trajo un televisor y lo conectó a un dvd con videos donde aparecía un instructor bailando.
Al principio eran unas cuantas mujeres, después más de 30.
Ya no cabían en la cochera.
Entonces a Érika Yadira se le ocurrió llamar a un canal local de televisión para que la sociedad y las autoridades conocieran el caso.
Semanas más tarde la municipalidad mandó una maestra y facilitó los patios de una escuela de Miirasierra para el zumba.
En esa ocasión Érika Yadira logró juntar a unas 80 mujeres.
Es sábado, día de comedor infantil en el Centro Vida Saltillo, y yo me veo engullendo una rebanada de pastel de chocolate y charlando con Elizabeth Pérez, la creadora, junto con Érika Yadira, de este programa.
Su historia se parece mucho a la de la fundadora del centro.
Elizabeth también tuvo un sueño.
“Soñé con un lugar muy grande y que estábamos esperando a los niños”.
Elizabeth fue donde Érika Yadira y luego donde la pastora de la iglesia Monte Sion, para contarles su sueño.
Un año y medio después estamos aquí, mirando a los chiquillos devorar con avidez su almuerzo de jamón con huevo, frijoles refritos, jugo y pastel para festejar a los cumpleañeros del mes.
El comedor, al que asisten unos 85 críos provenientes de Mirasierra, Nuevo Mirasierra y Vista Hermosa, es patrocinado por la iglesia Monte Sion y algunas almas caritativas de la comunidad.
“A parte del alimento físico se les da un mensaje para que los niños crezcan mentalmente, para que se vayan por un camino correcto, que no se vayan por las drogas ni nada de eso, porque ahorita estamos en una zona que sí hay mucha drogadicción, violencia, divorcios, entonces muchos niños están prácticamente solos”.
En el campo del Instituto Tecnológico Don Bosco, los chicos del Leones Mirasierra, uno de los de los cinco equipos representativos del de Centro Vida Saltillo, posan para la foto.
Faltan unos minutos para que arranque al partido y Raúl González, el entrenador, esposo de Érika Yadira, me está contando que estos nenes, de entre 12 y 13 años, en su mayoría mirasierranos, llevan ya dos campeonatos y en tres años han estado en cinco finales.
“Aquí me los traigo los sábados. Es tratar de que no se desbalaguen pa otro lado”, dice.
Son estudiantes de secundaria, muchachos venidos de familias humildes que han tenido que trabajar de cerillos en las tiendas de autoservicio para costearse su uniforme.
De camino al estadio Don Bosco en la camioneta de Raúl, los futbolistas me contaron que su empeño por la pelota les ha valido saludar en persona al “Perro” Bermúdez y tomarse selfies con él.
Fue en Torreón, en un partido de Chivas contra Santos.
A las 12:00 de otro día en el Centro Vida, el celular de Érika Yadira no para.
Alcanzo a oír que es una señora de cincuenta y tantos años que quiere hacer la preparatoria abierta y está pidiendo informes.
Érika le dice que sí, que está bien, que venga, que nunca es tarde para estudiar, que aquí la reciben.
Colgando, me platica que es normal que a medianoche ella siga en su casa contestando las llamadas de gente que pregunta por los cursos del Centro Vida, y vuelve a quebrarse cuando me cuenta las historias de mujeres que le hablan para decirle que el marido les pegó, las echó a la calle con sus hijos y no tienen dónde pasar la noche.
“Terminan yéndose que con la comadre, con la amiga, nomás por esa noche y tienen que volver a su casa porque en ningún lado las quieren con tanto niño y con problemas”.
Maya Cardona, 30 años, ama de casa, viene a la prepa abierta del Centro Vida, porque quiere estudiar Gastronomía o Gericultura.
Tenía 14 años cuando se casó y ahora sueña con superarse y ser la motivación de sus hijas para que sean alguien en la vida, dice una tarde que charlamos a la hora de su clase de Español.
EPÍLOGO
Otra noche que se fue a dormir, Érika Yadira soñó que tenía un albergue para mujeres maltratadas y sus hijos; soñó con unas microempresas para las madres solteras o que tienen niños o esposos discapacitados y soñó con una guardería para las chicas que no tienen donde dejar sus críos.
Algún día, algún día, se repite Érika, con la ayuda de Dios…