El rechazo de un premio
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El rechazo de un premio
Al interior de la academia o, si se quiere, de las universidades hay toda una jerarquía de posiciones, categorías (no es lo mismo licenciatura que maestría ni que doctorado). Son títulos que se adquieren, a veces con mucho esfuerzo, pero también se logra conseguirlos de manera fácil si se obtienen en ciertas instituciones o países o, disculpen que lo diga, en la Plaza de Santo Domingo. No son pocos los que han obtenido títulos de la UNAM o de El Colegio de México comprándolos, y son tan perfectos como los originales. Los títulos han ejercido una fascinación enfermiza entre los mexicanos. Es otra de las cosas que debemos a los españoles. El Marqués de Aguayo no era noble pero era muy rico y compró en España el título de marqués que acá en San Francisco de los Patos, lució. Un libro sobre México editado en Bruselas tenía un capítulo que me impresionó: “El Reino de los Licenciados”. Así nombraba su autor a nuestro País. Benito Juárez prohibió los títulos nobiliarios pero no pudo impedir los títulos universitarios como formas de creerse superiores los que los tenían a los que carecían de ellos. Sé de dos personas que sacaron una licenciatura en Saltillo sin jamás haber comprado un libro ni un cuaderno… y les ha ido muy bien en la vida. ¿Andaban mal ellos o su universidad?
Fuera de tales distinciones, existen otras que están muy por encima de las que se otorgan a personas que se han distinguido de manera extraordinaria en las letras, las artes, la historia o la medicina. Uno de esos premios, que todo mundo ansía, es el Doctorado Honoris Causa. Lo entrega una institución a alguien que se ha distinguido de forma eminente en algún campo. Déjeme recordarle que eso no implica que se tenga antes otro título. El maestro de maestros, Jorge Luis Borges, no alcanzó ningún título universitario. No llevó carrera alguna, sin embargo, recibió (creo recordar) 38 doctorados honoris causa, tanto en los Estados Unidos (en varias universidades) como en Francia, Italia, Bélgica, México, Israel y otros países. Otorgar esa distinción le luce a esa universidad tanto como a quien la recibe.
Recientemente la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas acordó otorgar ese tipo de doctorado al General Salvador Cienfuegos Zepeda, a Mercedes Oliveira Bustamante y a Andrés Fábregas Puig. Éste había sido el fundador de esa universidad; fundó también la Universidad Intercultural de Chiapas para dar paso a los indígenas y, muchos años atrás el Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social. Tanto Mercedes como Andrés rechazaron ese doctorado y no por otra razón que no fuese estarlo compartiendo con el general de las fuerzas armadas a quien consideran responsable de muchos desmanes en todo el sur del País.
Así, la universidad chiapaneca recibió un fuerte golpe por ese acuerdo. No sé si esos títulos fueron dictados por el actual Gobernador o por quienes ahora dominan políticamente la institución pero les salió el tiro por la culata. No suponían que existían personas capaces de pensar primero en los demás antes que en sí.
Andrés Fábregas es un antropólogo social de origen chipaneco, hijo de un catalán que escogió nuestra patria al abandonar la suya en la Guerra Civil Española tras el triunfo del dictador Francisco Franco. Andrés traía todo un bagaje de izquierda desde que nació y lo fue desarrollando en el tiempo. Se doctoró en Nueva York y desde muy joven publicó textos de la mayor importancia para una reconsideración de los grupos indígenas, marginales, oprimidos desde sus propios valores. Andrés preside el Seminario Permanente de Estudios de la Gran Chichimeca al que yo me adherí hace diez años.
Organicé la quinta reunión de ese Seminario en la Universidad. Andrés abrió la sesión con un discurso maravilloso sobre cómo se ha despreciado a los indios norteños desde la época mexica y toda la española. Fue tan impactante que nuestro rector, Mario Alberto Ochoa, se levantó, pidió el micrófono y declaró que se abriría en la UAdeC una escuela de Historia y que nombraba a Carlos Valdés como director. Bueno, fue importante que Andrés Fábregas, que ha creado tantas instituciones valiosas, haya sido el detonante de una carrera que hoy en día está rindiendo muchos frutos. ¡Larga vida a Andrés, a quien nosotros damos el título de Intelectual Honoris Causa!