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En un Día de la Bandera, una reina visitó un mercado en México
El 24 de febrero de 1975 la bandera mexicana ondeó en lo alto, no sólo por la celebración del día del lábaro patrio, sino también porque en esa ocasión, por primera vez, una soberana británica visitaría México. La reina de Inglaterra, Isabel Alejandra María de Windsor, y su esposo el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, recorrerían durante seis días el país.
Aquel domingo de 1975, la lluvia, el viento, el frío y un fuerte oleaje trataron de impedir la llegada de la reina y el príncipe a territorio Azteca. Fueron tres horas (de las 4:50 a las 8:00 horas) en las que una tormenta tropical originó la tempestad que impedía el arribo del yate real Britannia a Puerto Morelos, Quintana Roo, donde serían recibidos.
Aun así, la reina Isabel II de Inglaterra pisó tierra mexicana en el puerto de abrigo Banco de Playa (a cuatro kilómetros del lugar previsto), en Cozumel, a las 9:27 horas. Pese a las condiciones del tiempo, el retraso sólo fue de siete minutos.
Con una sonrisa y excelente humor, la Reina de Inglaterra y su esposo, el príncipe Felipe descendieron del lanchón que los trasladó desde el Britannia al puerto. Cuando la reina descendió en el muelle vestía gabardina beige, vestido verde floreado, zapatos blancos y un sombrero blanco y verde con velo. Su esposo, el príncipe consorte, también traía gabardina beige, zapatos negros, camisa rosa y traje azul marino.
La imagen quedó retratada por los fotógrafos. Por vez primera una soberana del Reino Unido visitaba México. El saludo fue breve, pues la comitiva de la reina y los funcionarios mexicanos que la recibieron emprendieron el trayecto en 18 vehículos rumbo a la aeronave que los transportaría a la Ciudad de México. Allá los esperaba el presidente Luis Echeverría y su esposa, María Esther Zuno, y el pequeño Benito Echeverría Zuno.
Los 45 minutos que el vuelo demoró en despegar, valieron la pena por el recibimiento que tuvo la soberana en la capital: un mosaico multicolor formado por ramos de flores y las vestimentas típicas de las mujeres mexicanas.
La recepción que la soberana y su esposo recibieron en la capital fueron los cien históricos minutos pletóricos de colorido, música, flores, himnos, aplausos y cantos. La bienvenida que le dio el pueblo mexicano dejó impresionada a la reina.
“Creo que sólo en Nueva Delhi había visto a tanta gente en la calle”, dijo la reina Isabel sobre sus primeras horas en México.
De las imágenes más impactantes de aquel momento resalta cuando el presidente Echeverría izó la bandera nacional en el asta monumental del Zócalo en presencia de la reina. El Himno Nacional cantado por un coro de mil voces fue el fondo musical perfecto de aquella postal.
A lo largo del recorrido de la reina por las calles de la ciudad, las vallas de los mirones que se habían dado cita para observar a la soberana fueron superadas una y otra vez; deseaban estrecharle la mano.
Ubicados en una gigantesca tribuna levantada en el lado poniente de la Plaza de la Constitución, cinco mil alumnos de Puebla formaron con cartones el nombre de la Reina Isabel II de la Gran Bretaña, durante la fiesta multicolor con motivo del “Día de la Bandera”, en la que estuvo presente la soberana inglesa.
Luego de su recorrido por la ciudad, la reina Isabel sostuvo una charla cordial con los periodistas que cubrirían su visita. A todos los saludó de mano, cuando se presentó ante ellos en un salón del hotel Camino Real, donde se hospedó.
Para esta reunión la invitación fue personal e intransferible, pues la soberana quería sólo charlar con los periodistas que la seguirían durante seis días. De acuerdo con las crónicas publicadas en EL UNIVERSAL, la soberana habló de la contaminación ambiental (que el día de su llegada era muy densa en el centro de la ciudad): “El mismo problema lo hay en Gran Bretaña y se agudiza en la zona industrial de Manchester”, dijo siempre acompañada de su doncella y de la traductora Rosa María Casas.
Por su parte, el príncipe Felipe charló brevemente con el reportero de EL UNIVERSAL, con quien se mostró contento de estar en México: “Vine hace cinco años”, comentó y recordó que en esa época jugó al polo. “Ahora no hay tiempo. Esta visita es oficial y el horario está completo”.
Así, en ese ambiente informal se efectuó la reunión de la realeza con la prensa nacional.
Esa misma noche se ofreció una cena en honor de la soberana en Palacio Nacional. Secretarios de Estado, gobernadores y funcionarios de gobierno con sus parientes más allegados se dieron cita en el lugar.
La sede del Poder Ejecutivo Federal lucía bellamente adornado con guías de claveles y follaje que cubrían las columnas de los enormes arcos. La mantelería en rosa mexicano cubría las 298 mesas para 10 personas cada una; solo la principal era para 18. En el piso había hojas de pino que desprendían grato aroma en el ambiente.
Una charreada
En su segundo día en México, la Reina Isabel gozó de la versatilidad de la Escaramuza Charra en el lienzo charro del Pedregal de San Ángel. A las 11:30 horas en punto, del automóvil Bentlev color vino, dos puertas, placas diplomáticas CKG, descendía en el lienzo la Reina, el Príncipe y todos sus acompañantes.
En aquel espacio Isabel II miró a las damas vestidas de yalaltecas, charras, tarascas y toda una gama de colorido de los trajes de México. El locutor charro de nombre Roberto Islas dio dos veces la bienvenida a la Reina y “al Príncipe de Idemburgo”, pronunció, pero la concurrencia no se percató del error.
La reina y el príncipe consorte observaron la cala de caballo, colas, jineteo de novillos, terna, floreo, jinete de yeguas, el paso de la muerte y el “Jarabe”, donde tomaron parte cuatro parejas. Al anunciarse la escaramuza, la reina sacó de su bolso unos lentes negros para observar mejor el espectáculo. Las crónicas del evento refieren que en cinco ocasiones la reina aplaudió, “caso desusado en una reina”.
Al terminar la fiesta, la soberana y el príncipe descendieron del paco, caminaron por la arena del lienzo.
Luego, la familia Echeverría recibió a la soberana en su residencia privada en San Jerónimo. En una de las terrazas de la casa, bajo una bóveda de arcos coloniales, se sirvió la comida y al final la reina y su esposo visitaron la academia de baile de la esposa del presidente.
El total de invitados oficiales fue de 25 personas, pero con el grupo de reporteros se ajustó el medio centenar de comensales. La comida se sirvió en vajilla de cerámica de Guadalajara, pintada a mano. Las bebidas: vino blanco mexicano, agua de jamaica y agua natural, en copas de vidrio soplado también hechas en México. El menú: langosta de Baja California en salsa de aguacate; filete Xóchitl aderezado con calabaza, elote, huitlacoche y frijoles; pastel de guayaba y dulces regionales de distintas partes del país.
Luego de dos horas, entre saludos de los vecinos, la soberana se marchó a las 15 horas. Tenía que prepararse para la cena que ella ofrecería para el presidente Echeverría y su esposa esa noche en la embajada británica.
Aquella noche del 25 de febrero, la reina Isabel II lució un espléndido vestido de seda azul turquesa, adornado con aplicaciones en hilo de oro y en hilo de seda color turquesa, sin mangas; además de la tiara que le regaló la reina madre el día que contrajo matrimonio con Felipe.
Con sus exquisitos dotes de anfitriona sirvió como platillo principal pollitos tiernos rellenos de paté, con guarnición de corazones de alcachofa. Un conjunto musical ejecutó música de autores europeos y estadounidenses, además de un arreglo de “La Cucaracha”.
En aquella cena, según refiere la crónica publicada en esta casa editorial, la comidilla de ese día se centró en los silbidos y las frases de admiración que le lanzaron al príncipe en el desfile varias mujeres del pueblo. También se comentaron los obsequios entregados a la soberana como la charola de plata que le dieron los charros y la máscara de Xipe de la tumba 7 de Monte Albán reproducida en oro.
Luego de 36 horas en la capital, a las 23:50, de la estación Buenavista salió el tren que llevaría a la reina y su comitiva a su siguiente destino: Guanajuato. Era un tren especial formado por 11 carros y tres locomotoras. El convoy compuesto por cuatro carros presidenciales, dos oficiales, dos comedores y tres dormitorios, jalado por tres locomotoras diésel, fue abordado por la reina y su comitiva a las once de la noche y fue precedido por un tren explorador.
Los dos trenes corrieron con derecho de vía sobre todos los demás y para no molestar el sueño de la soberana viajaron a 60 o 70 kilómetros por hora. A la mañana siguiente, como todas las que estuvo en México, para el desayuno pidió fruta fresca y huevos revueltos con tocino.
Una vez en Guanajuato, la reina Isabel II hizo un recorrido al monumento de El Pipila, después a algunas de las minas más famosas como La Valenciana y también asistió al Teatro Juárez para presenciar la representación de la obra “Homero”, mientras que a las afueras más de 5 mil personas esperaban para verla.
Una curiosa crónica de la visita relató que era tanta la euforia por mirar a la reina, que incluso un perro callejero quiso verla: “Llegó cuando ella contemplaba el edificio de la Universidad del Estado de Guanajuato; se cruzó entre sus piernas, se paró al frente, levantó la cabeza y la miró fijamente. La reina lo rodeó y se paró en otro lado, y el perro oliendo sus zapatos la siguió. Uno de los edecanes intentó quitarlo sin conseguirlo. Unos segundos después, el perro se retiró”.
La soberana también visitó la Alhóndiga de Granaditas y el mercado de Guanajuato. A bordo de un Dodge Mónaco convertible recorrió la ciudad. Al llegar al mercado Hidalgo, el pueblo ahí reunido le obsequió tlacoyos, charamuscas, fresas, biznagas, quesos, cobijas y todo tipo de antojitos y muestras de artesanías, que su edecán colocaba en una canasta de mimbre.
En la hacienda de San Gabriel Barrera el gobierno de la entidad le ofrecería una comida, atendida por 75 camareros que sirvieron 900 melones de Uruapan al oporto, fresas de Zamora —y no de Irapuato—, y agua de limas de Silao. El platillo principal fue pepián, que fue escogido porque le gustó a la reina cuando el presidente Echeverría le ofreció una comida en Londres. Fueron mil raciones, de 400 pollos, las servidas.
Después se dirigió al aeropuerto de León para viajar a su siguiente destino.
Las campanas de todas las iglesias a las 10:17 de la mañana echaron a vuelo y no dejaron de teñer todo el tiempo que duró la visita de la reina.
Compras de 200 mil pesos en Oaxaca
En Oaxaca, Isabel II recorrió por la mañana un salón de telares y el palacio de las artesanías. Por la noche la Guelaguetza y sus bailes folclóricos de las diversas regiones del Estado hicieron su delicia.
“Estoy saboreando la habilidad de las yemas de los dedos de los artesanos”, dijo la reina. Luego compró cerámica, manteles, cobijas, un pescado de barro de Tonalá decorado, joyas, joyas y más joyas; todas las compras en una exhibición privada en un salón del hotel. El príncipe también hizo compras: al ver una mesa llena de cerámica pidió que se la enviaran toda. Fueron más de 200 mil pesos, señalaron los reporteros. Las compras fueron así:
—¿Cuánto cuesta esto? —decía la reina y acto seguido pedía que el precio se lo convirtieran en libras esterlinas. Cada cosa la pagaba en efectivo y con libras.
La reina también visitó la zona arqueológica de Monte Albán. Siempre se mostró maravillada por los vestigios. Incluso dicen que quería ver el crepúsculo desde Monte Albán, pero el sol no mostró su rojo esplendor esa tarde.
En su último día de visita, la reina y el príncipe estuvieron en Yucatán, donde por el tiempo tan cálido, la soberana se cambió dos veces el vestido —muchos de los modelos que lució en México fueron de estreno—. Sin embargo, fue el puerto de Veracruz el que la vio marcharse, feliz como cuando llegó, el 1 de marzo de 1975.