Descubrir al enemigo
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Descubrir al enemigo
La conjunción “día del amor y de la amistad” – “miércoles de ceniza” provocan pensar en el consejo del Maestro: “Ama a tus enemigos” y complica las cenizas y los chocolates.
Si no fuera porque la frase es de Jesús el consejo hubiera sido desestimado inmediatamente y hubiera prevalecido el del Antiguo Testamento, mucho más congruente con lo primitivo: “Ama a tu amigo y odia a tu enemigo”.
Pero a pesar de que la práctica del odio espontáneo es cotidiana, en el mundo entero, el consejo sigue siendo tomado en cuenta, al menos como una excelente sugerencia. Es un consejo que se repite siempre con frases que desaniman el intentar llevarlo a cabo: “eso lo hacen solamente los mártires y santos”, “es muy difícil llevarlo a cabo”, “es una excelente filosofía de vida”, “si todo el mundo siguiera ese consejo habría paz en todas partes”. Esas frases no dejan de tener su gran dosis de la verdad: amar es muy difícil.
En una lógica elemental, el amor y la enemistad son entidades totalmente contradictorias que no puede cohabitar en una razón. Y si a eso añade lo complejo que es el amor –que incluye una multitud desordenada de pensamientos, emociones, sentimientos, instintos en cada experiencia amorosa– la razón seguirá confundida respecto del amor.
A la razón no le sucede la misma confusión respecto de quienes son los enemigos. Cree que los descubre muy fácilmente. Pero frecuentemente confunde opositores con enemigos, extraños con posibles enemigos, opiniones diferentes con enemistades y cree que sus enemigos son los otros porque son diferentes.
La razón del hombre no siempre es clara, padece una miopía que requiere de la conciencia introspectiva o de la sinceridad de un buen amigo para darse cuenta de dos clases de enemigos: 1) El que lleva dentro y 2) el que ha construido.
1) La maduración mental del ser humano es muy lenta y le lleva muchos años ir descubriendo su ser y su forma de ser. La introspección habitual lo puede llevar a descubrir que de múltiples maneras ha sido su propio enemigo, se ha hecho daño, ha perjudicado su salud y “ha hecho el mal que no quería”. A veces su complicidad con sus creencias y actitudes, que le hacen daño, es tan leal que identifica a este enemigo con su persona y dice: simplemente así soy. Esta miopía es tan invisible para él –aunque muy visible para los demás– que le impide descubrir que él es su propio enemigo.
2) La mente es poderosa. Es la única ventana por la que percibimos la realidad, no solo de los árboles y los paisajes sino de las personas y sus actitudes hacia nosotros. Pero la mente no es infalible, frecuentemente se equivoca sobre todo en relación a las personas y sus intenciones. El problema consiste en que cree que no se equivoca y, en lugar de preguntar y buscar los pensamientos y las intenciones, las define dictatorialmente, se cree lo que ha definido y actúa hacia esas personas de una manera radical.
Así la mente humana construye a sus enemigos. La mayoría de los enemigos que nos forjamos nacen de nosotros mismos, como unos personajes del drama que estamos figurando, los hacemos nosotros y vamos conformando su papel al interpretar de manera miope su hablar, y hacer de manera negativa o potencialmente perjudicial.
A la luz de esta reflexión se puede entender que “amar a los enemigos” es un sinónimo de “conócete a ti mismo y ámate”, “conoce a tu prójimo y ámalo” porque las imperfecciones también son amables.