Y a continuación… el ‘silencio’
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Y a continuación… el ‘silencio’
Mañana domingo concluye una de las etapas relevantes del proceso electoral en marcha: las precampañas. A partir del lunes próximo, y hasta el 29 de marzo, sigue un período “misterioso” del cual prácticamente nadie sabe decir con exactitud cómo se desarrolla: el denominado “intercampañas”.
Técnicamente se trata de un período de silencio durante el cual, quienes pretenden conquistar un cargo de elección popular en la jornada electoral del próximo 1 de julio, deben abstenerse de hacer cualquier cosa susceptible de catalogarse como “acto anticipado de campaña”.
Pero, en los hechos y en sentido estricto, ¿cuál es el significado de tal regla?, ¿Hablamos acaso de la “desaparición” de las y los futuros candidatos durante estos 46 días de “tregua”?, ¿No concederán entrevistas?, ¿No tendrán reuniones con posibles votantes?, ¿No participarán en actos “organizativos” del o lo partidos bajo cuyas siglas serán postulados?, ¿Cerrarán sus cuentas en redes sociales?, ¿Se abstendrán de enviarnos saludos por el Día de San Valentín? Los independientes, ¿se van a enclaustrar?
Difícil imaginar a quienes aspiran a un cargo —sobre todo quienes tienen años haciendo campaña — poniéndole pausa a su ambición y evitando la tentación de realizar apariciones públicas, ofrecer declaraciones a los medios o realizar cualquier acto capaz de reportarles —al menos potencialmente — un voto.
Además, la experiencia demuestra, de forma contundente, la vocación de nuestra clase política por hacer trampa en cuanta ocasión les sea posible. Por ello, difícilmente dejaremos de escuchar sobre las actividades cotidianas de quienes quieren gobernarnos.
Unos y otros, en la medida en la cual tengan la posibilidad, se las ingeniarán para aparecer en nuestro radar: estos caminando por el filo de la navaja, aquellos jugando a realizar actos “inocentes”. Unos dedicados a informarnos sobre su menú cotidiano o sus aficiones deportivas, otros exhibiendo su pasión por los museos, la lectura, la música o sus particulares habilidades para el baile, los juegos de salón, el origami…
Pero, con independencia del ingenio desplegado para estar permanentemente presentes en nuestras vidas, durante el “período de silencio”, puede usted apostar desde ahora —doble contra sencillo— respecto de algo en lo cual todos coincidirán: acudir cotidianamente ante las autoridades para denunciar a sus oponentes y señalar cómo intentan hacer trampa, disfrazando de inocente manifestación sus intentos por “influir indebidamente” en el ánimo de los electores, en cuya defensa deben actuar, con prontitud y severidad, las autoridades administrativas y/o jurisdiccionales.
De la acusación a sus rivales, partidos y candidatos pasarán rápidamente a descalificar a la autoridad, señalando su “incapacidad” para generar equidad en la contienda, para aplicar la ley con energía, para impedir el uso indebido de recursos —materiales, humanos, económicos— en los intentos de manipulación de la voluntad popular.
Eventualmente el ánimo popular se caldeará y, dependiendo de la astucia con la cual se presenten los señalamientos, se irá construyendo la idea de cómo nuestra democracia es en realidad una farsa y eso se debe a la inexistencia de autoridades capaces de garantizar la realización de comicios en los cuales los electores puedan actuar libremente.
Se cuestionará entonces “lo absurdo” del diseño electoral y todo mundo preguntará en voz alta a cuál imbécil se le ocurrió eso de colocar un período de 46 días entre las precampañas y las campañas. Más aún: se cuestionará cómo pudo alguien concebir la regla de guardar silencio durante dicho período si está clarísimo cómo eso rompe con toda la lógica del proceso electoral.
En el concurso de la insensatez, los partidos políticos, sus dirigentes, sus candidatos y sus más preclaros militantes, serán incapaces de la autocrítica y, mucho menos, de reconocerse como únicos responsables del sinsentido de nuestro diseño electoral.
Por eso debe decirse desde ahora. Dejarlo por escrito para recordarlo llegado el momento: todos los absurdos, todas las contradicciones, toda la insensatez de nuestros procesos electorales es responsabilidad única y absoluta de nuestros políticos “profesionales”.
Ellos diseñan las reglas, ellos fijan los límites, ellos colocan las ambigüedades en la norma, ellos provocan, en forma deliberada, los vacíos necesarios para escapar por ahí cuando haga falta. Ellos confeccionan la trampa gracias a la cual luego pueden colocarse a sí mismos en el papel de víctimas.
Gracias a ello, al final, como convenientemente ha ocurrido siempre, serán la incompetencia, la perversión y corrupción de los funcionarios electorales, las responsables de impedirles acceder al poder o de garantizar el triunfo de sus adversarios, según se vea. Entonces vendrá un nuevo episodio de decapitación de autoridades y un nuevo proceso de “remodelación” institucional… Para repetir la historia, de forma milimétrica, en el siguiente proceso electoral.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3