Salud mental ignorada
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Salud mental ignorada
Hoy ni los periódicos producen sorpresas. Nada es nuevo cuando ocurre todos los días o cuando es repetido, tan frecuentemente, que no provoca que las cejas se levanten extrañadas. Solamente mis amigos “el poeta de la política” o Luis García dedican su columna para denunciar la tragedia del número creciente de los suicidas saltillenses. El asalto a las arcas municipales coahuilenses, los sueldos ilegales a las esposas de los presidentes municipales denunciados, los miles de millones invertidos en “empresas fantasma” y las mega deudas ya se han convertido en “notas sociales”.
Hace una semana VANGUARDIA publicó los resultados de la evaluación académica de nuestros alumnos de secundaria: un 65 por ciento están reprobados en Matemáticas y Lenguaje con calificación de 3.5, una tragedia del hoy que asegura una tragedia futura peor que la mega deuda, ya que los bancos se encargarán de que sea pagadera, en cambio la pobreza de la ignorancia matemática costará un daño a la salud mental.
Esta semana hubo otra nota de VANGUARDIA para poner las cejas en la nuca: “Cinco muertes en el Psiquiátrico de Parras… ¡por desnutrición y anemia”! El Psiquiátrico es un Hospital pero no hay que preocuparse tampoco. ¿Es que son muertos de anemia? Y nadie se sorprende… A excepción del director del hospital y la directora de Servicios de Salud que llevaron los expedientes, donde parecía todo en orden excepto que había muertos en su hospital y que a los familiares que denunciaron había que decirles ¡que no abandonaran a sus familiares internados!
Todas estas tragedias de suicidios, corrupción y muerte llevan a un común denominador que surge de la denuncia contra el hospital psiquiátrico: padecemos una gravísima epidemia de salud mental que nos invade e intoxica toda la vida social, escolar, familiar, empresarial y de administración pública.
Antes los enfermos mentales eran confinados en manicomios porque sus síntomas eran insoportables: alucinaciones, criminales agresivos o depresivos casi en estado vegetal. Los otros síntomas como la mentira, el robo, el fraude, el abandono, la violencia familiar, escolar, religiosa, el engaño, la traición a los compromisos, los asesinatos y calumnias eran catalogados como delitos o pecados, pero difícilmente como indicadores de enfermedades mentales como paranoia, psicopatía o una compulsión por el poder o la codicia, tan insaciable como el alcoholismo.
No es una broma ni una ironía decir que los enfermos mentales, neuróticos, psicóticos y demás conviven y contaminan con su violencia personal en la familia, en la escuela, en los templos, comercios y empresas. Es una realidad cotidiana cuya tragedia radica en que es ignorada, tolerada o justificada por una sociedad que no solo no la denuncia para asumir el compromiso de atenderla y/o de construir una sociedad mentalmente sana, sino que se distrae (y a veces se divierte o lamenta) de esa epidemia.
Esta irresponsabilidad, ante la epidemia de enfermedad mental, a lo único que lleva es a la multiplicación de los suicidios, del robo llamado “corrupción”, al deterioro académico creciente, al cinismo político, a la indiferencia religiosa y espiritual, y a un clima de angustia (principal síntoma de enfermedad mental) tan generalizado que ya es considerado normal.
La solución no es multiplicar los manicomios sino definir como prioritarias las políticas que construyan la salud mental de la sociedad y sus instituciones. Empezando por exigir un certificado de salud mental a todos los aspirantes a un puesto de administración pública, en los tres poderes.