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Tras 25 años, Le Carré recupera a George Smiley en "El legado de los espías"
El espía que John Le Carré creó a partir de sus propias experiencias en el MI6, George Smiley, un icono de la Guerra Fría, llevaba 25 años "dormido" hasta que la investigación que ha urdido para su última novela, "El legado de los espías", lo hace regresar al “Circus".
Basada en "El espía que surgió del frío" y "El topo", "El legado de los espías" (Planeta) es la vuelta de Smiley a la acción -su última aventura fue en "El peregrino secreto"- pero también la de sus colegas en el servicio secreto, en especial Peter Guillam, su "protegido" y mano derecha.
Guillam es ahora un anciano que aunque tiene dificultades para oír conserva no solo su lucidez mental sino su vigor físico.
Vive tranquilamente disfrutando su retiro en su pueblo natal, en la Bretaña, pero un día le instan a volver a Londres para involucrarse en una investigación relacionada con hechos del pasado en los que él tuvo un papel sobresaliente.
David Cornwell, es decir John Le Carré (Dorset, Inglaterra, 1931), entreteje pasado y presente en una ingeniosa trama, en la que las dudas morales, las que surgen cuando se sopesa el bien mayor frente a la vida de inocentes, vuelven a tener un peso fundamental.
El británico, que lleva 60 años dedicado a la escritura, invita en "El legado de los espías", a adentrarse en la capacidad de los servicios secretos en la política de otros países, en la manipulación de las voluntades o en los límites de la vigilancia estatal ante la libertad individual.
El "padre" de Smiley cuestiona desde sus 86 años y 30 después de la caída del Muro de Berlín la utilidad de la Guerra Fría, el papel que tuvieron entonces los espías, la catadura moral de los del MI6 frente a los de la Stasi o el objetivo final de los "desvelos" y sacrificio de tantas personas.
"¿Entonces todo fue por Inglaterra? En su momento sí, pero... ¿a la Inglaterra de quién? ¿Inglaterra sola, perdida en alguna parte", hace decir a su personaje Le Carré, un combativo opositor al "brexit" y un firme defensor del europeísmo.
El novelista se interroga, en definitiva, sobre los cambios en el espionaje en un mundo en el que, describe, parece que ser espía sigue siendo "un trabajo sucio".