2018, en las propias manos
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2018, en las propias manos
El año que inició hace días es muy diferente a los anteriores: será impredictible, según los economistas internacionales más connotados y los politólogos (tanto los expertos como los del café). Esta incertidumbre se multiplica geométricamente en nuestro país, dadas sus condiciones de dependencia económica y política principalmente de USA, pero también de la situación global.
Sin embargo esta incertidumbre no es tan nueva, como podría parecer si les creyéramos ingenuamente a esos agoreros convertidos en futurólogos estadísticos. Las estadísticas son solamente descriptivas y tienen un valor predictivo muy limitado para dar una certidumbre del futuro. Por ejemplo, ninguno de esos futurólogos le daba probabilidad de triunfo a Trump hace un año y mire usted como ese sujeto ocupa la Casa Blanca, y de qué manera tan confusional.
La conclusión puede ser que el futuro 2018 es invisible e impredictible, lo cual además es obvio porque todavía no existe. Sin embargo el futuro también tiene otra característica: no nace de la nada, ni por generación espontánea (frase ambigua que nace de la ignorancia). Es un resultado que se construye cada día para el bienestar o el malestar, para la salud o para la enfermedad, para la guerra o la paz, para la unión o la rivalidad. El futuro no es huérfano, tiene padres, el futuro de cada quien (incluyendo las naciones y sus líderes) depende de lo que cada quien haga hoy.
En el contexto nacional o internacional, el 2018 no sólo es incierto sino que muchos lo ven preñado de peligros que amenazan la paz y el desarrollo. Sin embargo, en otro contexto que no es virtual (ni meramente romántico como algunos piensan), ni sujeto a los gobernantes y financieros, las amenazas y la incertidumbre depende de sus miembros. Me refiero al contexto familiar que para cada quien, es decir, cualquiera que tiene el privilegio de ser persona, de pensar y decidir por sí mismo. Ahí la incertidumbre se puede aliviar.
En el contexto de la familia veo un 2018 como un traje a la medida que puede encarcelar y desesperar, o puede alegrar y desarrollar a sus miembros. Esto depende de la conciencia y responsabilidad de sus integrantes que, dada su condición limitada y humana, no siempre es tan clara y ejecutiva como cada quien quisiera. Es el momento de pedir ayuda.
La experiencia de los días de Navidad que han vivido las familias en las fiestas que acabamos de disfrutar ha sido de unión y certidumbre. Su confianza no nació ayer, la unión fraterna no está colgada de alfileres, la profundidad del amor es tan antigua como el nacimiento de cada quien, todos tienen una certidumbre de pertenencia, no son migrantes en tránsito, la casa donde llegaron es su hogar, donde son atendidos y cuidados incondicionalmente.
Esta experiencia navideña, estos abrazos, regalos y sonrisas no son flores efímeras, son los destellos del árbol familiar que ha sido cultivado, silenciosamente, durante décadas sin secarse a pesar de los conflictos y las sequías, de las distancias y los silencios, o las ausencias.
Este poderoso roble familiar cultivado con esperanza y esfuerzo en cada hogar de México es el que da certidumbre y esperanza al 2018, no las estrategias políticas o económicas sujetas a tantas variables. La esperanza radica en el corazón de cada quien, no en su dinero. El corazón que gobierna y le dice qué hacer para construir y desarrollar a la familia. En la medida en que cada familiar le dé su espacio al amor y a la tolerancia, tendrá un año mejor. La esperanza y la paz están en las propias manos de los padres, los abuelos, los hijos y demás familiares.