Toyota

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Toyota

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

Por: Isadora Montelongo*

 

Toyota nació rápida como una bala. Tenía curiosidad por conocer el mundo. Hizo parir a su madre antes de lo esperado, en medio de un enfrentamiento de narcotraficantes en la carretera Reynosa rumbo a McAllen. El padre de la niña antes de despedirse de ella, con un arma larga en la mano, la llamó María Toyota, porque la camioneta “Toyota” donde nació fue el vehículo que salvó a la pequeña y a su madre María de una muerte inevitable.

Toyota ahora tiene tres años. No recuerda la cara de su padre ni aquella balacera. Llora muy poco,  tiene una sonrisa enorme, es amistosa
con todos los compañeros del kindergarten y adora los cuentos de miss Elizabeth. Quiere ser astronauta cuando sea grande; quiere conocer al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica; bailar en la escuela como Beyoncé, y algún día, estrechar con sus brazos a su abuela de México.

Su madre jamás la ha llevado a México aunque está a diez horas de distancia. Toyota insiste siempre en el viaje, pero la mamá le explica 
que no viajan porque no quiera, sino porque hay algo que no le dice por ser una niña pequeña. Toyota odia no poder ir a México. La madre le dice que es muy pequeña para viajar. La chiquilla cree que no van porque ella es de complexión bajita. Toyota odia ser tan bajita como el bonsái
“mágico” del vecino, a veces pasa días parada frente a él, lo mira y se mide como si fuera mucho más pequeña de lo que es.

El vecino que tiene los ojos rasgados y la piel amarilla le dijo que si ella le ponía un centavo debajo  de la maceta con su deseo, el arbolito
la haría más grande y así su madre la llevaría a México a conocer a su abuela y a su padre. Eso nunca pasó, pero Toyota no lloró, porque es “macha”, “muy macha” como le dice a la abuela cada que ésta llama por teléfono. Toyota nunca llora como la chiquilla pelirroja de la escuela que llora y llora por conocer a Justin Bieber. –You should not cry over boys –le aconseja Toyota a la chiquilla pecosa y pelirroja cuando están en el kindergarten. 

–Yes, but I love boys, they all make me cry… 

Toyota no llora, abraza y entiende lo que siente la chiquilla pelirroja por conocer al pop star. Toyota sabe que la chiquilla pecosa y pelirroja olvida a Justin cuando el padre de la niña la recoge en la puerta del kínder, la arropa en sus brazos y le entierra besos en las mejillas.

–Where is daddy? –se pregunta Toyota cuando regresa de la escuela y se queda sola en su habitación. 

Mira las fotografías de su recámara hasta cansarse, sin encontrar respuesta alguna. 

–Where is daddy? –se pregunta con la voz entrecortada y soñadora  mientras dibuja mascotas en el cielo con sus aperlados dedos y las nubes
a las que les pide alguna pista.

Where is daddy? –se queda parada frente al bonsái “mágico”, con un centavo dentro de la mano, esperando que le dé razón como le contó el vecino que el arbolito haría si le colocaba un centavo.

Where is daddy? –por primera vez le pregunta a su madre. La chiquilla la mira en silencio tras su entonada pregunta que practicó por todos los lugares de la casa. El nervio en las manos de su madre y la reacción inmediata de correr al teléfono aunque éste no suene entristecen a la  pequeña.

–Es tu güelita, le dice la madre y le pasa el auricular. 

–¿Cómo estás, mi chiquita? 

Toyota entiende todo, pero no sabe aún cómo hablar como lo hacen la abuela y su madre. Tuerce la lengua e intenta silabear con grave  esfuerzo, se traba y se harta dejándose llevar por los movimientos que su lengua conoce bien por la miss y sus compañeros del kindergarten.
I don’t cry for boys –le resume triunfante a la abuela. 

–Te quiero mucho, mi niña hermosa,  que la virgencita te guarde.

–I’m macha –se ríe junto con la abuela.
–Pásame a tu amá pa hablar con ella.

La niña pasa el teléfono a la madre, quien evita mirarla a los ojos brillantes, que no olvidan la pregunta que le hizo por primera vez. Where is daddy?

–Where is dady? –pregunta enojada con la boca en forma de pellizco y rechaza una taza con atole de chocolate caliente que la madre le prepara después de colgar la llamada.

–Papá te quiere mucho. La madre le acerca el atole, y Toyota se refleja en él. 

–La última vez que lo viste, no  lo recuerdas porque eras muy chiquita aquí adentro mija (la madre se toca el vientre con las manos), como un chicken. Él y yo íbamos pa todos lados en la troca y te cantaba muy bonito: Rosita de olivo, blanca flor de azar, me das un besito, cuando haya lugar… y tú saltabas aquí adentro cuando lo escuchabas cantar.
 
Toyota sonríe y se pone a bailar, agita las caderas y bebe atole aunque no le guste del todo. 

–A tu papá le gustaba mucho el atole de chocolate. Toyota entonces bebe un trago grande y se imagina a su padre en el reflejo de los ojos de su madre. La madre suspira como el aire acondicionado de casa a cada palabra, lo extraña y se prepara para explicarle todo a la niña.

–Tú papi lo ha hecho todo por nosotras, mija, hasta lo peor… La madre busca las palabras para que Toyota entienda. 

Toyota se imagina dragones centinelas de fuego que persiguen enrabiados a su padre y a su madre con ella en brazos. Su daddy les
saca ventaja a los dragones centinelas kilómetros y kilómetros cerca de la frontera. Toyota llora, sus  padres tratan de callarla y corren
con la velocidad y astucia de verdaderos coyotes que se camuflajean en los arbustos resecos. El tiempo tiembla y la tierra se abre, su daddy
oculta a Toyota y a su madre en un pozo, la bandera que lleva tatuada su padre en el pecho se agita cuando pide perdón a su mujer por todo
el daño ya hecho. Él se despide de ella con un beso y otro beso que sella en la frente de la niña, recién nacida, con amor y buenos deseos.
Él las deja para desviar a los dragones que echan fuego. Cuando sea noche, la madre podrá salir como una zarigüeya y encontrar el camino
a un nuevo hogar donde estén a salvo, donde vivirán cerca y lejos de México. Y su padre algún día, cuando todo se acabe, podrá arriesgarse e ir a verlas. Toyota llora por su daddy, quiere verlo y decir “hola”, quiere abrazarlo y decirle “te quiero mucho, papito”, quiere mirarlo a los ojos y
cantar como él, todo lo que él canta en español. 

Toyota llora por primera vez por un chico, por su padre y aún se siente macha. Se levanta rápidamente, besa la mejilla de la madre
y se dirige al bonsái. Pone una moneda  debajo de sus ramas y pide un deseo grande, donde no haya desierto ni dragones centinelas de
fuego, donde la tierra no se abre y pueda ver a su padre y decirle “te quiero con todo el corazón, papi”, Toyota pronuncia la frase en español,
sin que la lengua se le enrede o trabe, y regresa contenta a casa con su madre.

 

*Monterrey, N.L. Ha participado en revistas como Playboy, Sabotage, Posdata, el anuario de Humanitas de la UANL, Letralia, Armas y Letras, entre otras. Fue becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA 2011). “Las chicas sólo quieren plástico” de Plaza y Janés fue su primera novela. Escribe su segunda novela con el apoyo de la beca de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en su emisión 2014-2015.