Cárcel y liberación de la alegría
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Cárcel y liberación de la alegría
La risa de los niños alegra y provoca la sonrisa espontánea de todo mundo. Es como el sol que en la mañana va contagiando su luz de hoja en hoja y diluye la obscuridad de la noche. La risa infantil desarma la seriedad formal, el gesto adusto de los adultos abrumados por las preocupaciones, los hombros encorvados por las cavilaciones de los problemas que no se acaban.
La sonrisa de los niños nace sin razones ni méritos ni obligaciones cumplidas. Simplemente nace de su interior, tan transparente que no conoce las telarañas que los adultos acumulamos sin darnos cuenta. Y lo peor es que no les aplicamos el plumero para disfrutar de nuevo la alegría innata desde la infancia.
Los adultos recurrimos al exterior para obtener un poco de alegría aunque sea artificial. La TV y los espectáculos, junto con los chistes y las bebidas alcohólicas son recursos adicionales o sustitutivos de la alegría interior, que ya no brota espontánea como en los niños, sino que vive encarcelada con las rejas de los miedos, los resentimientos y las pesadillas de un futuro que no alienta la esperanza, sino que insiste en mostrar el vivir como una tortura.
Los niños afortunadamente no tienen conciencia del futuro. En octubre a lo más lejos que llegan es a la alegría de la Navidad. En su mente no existen los peligros del mañana. Esperan la llegada del Niño-Dios, no a Trump y sus amenazas del TLC. Confían a ciegas en el regazo materno y en la seguridad de su casa, no en las crisis macroeconómicas. Su alegría está inmunizada contra las fantasías terroristas del futuro que predominan en las mentes de los adultos.
No tienen la preocupación de adivinar el futuro y tratar de resolverlo desde ahora. Los adultos se pierden de disfrutar la cosecha de las manzanas del otoño, o los elotes o los atardeceres. Los adultos sufren porque viven en un futuro que todavía no llega. Los niños gozan y saborean lo nuevo de un presente que siempre es nuevo y lleno de sorpresas agradables y de cosechas recién cortadas.
Pero hay algo más. Los adultos de hoy se enfocan la mayoría del tiempo a encontrar algo de qué preocuparse. No importa que sea leve lo hacen grande, si es remoto lo hacen inminente. Las enfermedades, las inseguridades, las deficiencias humanas, los errores y fracasos son el tema de interés de sus conversaciones. Todo este conglomerado mental negativo no deja espacio disponible para que brote la alegría del interior. La amargura y la angustia cierran herméticamente las rejas.
En cambio los niños se enfocan a descubrir lo divertido, lo nuevo, lo musical. Sus oídos están cerrados a las tragedias y sus ojos ven los fantasmas como caricaturas graciosas. Esta actitud de conocer, aprender, probar, ensayar, descubrir la policromía sensorial que tiene cada experiencia de la vida, es la fuente de su alegría interior que explota con cada descubrimiento.
Ahora entiendo la sabia frase el Maestro: “Si no os hiciereis como niños…”no tendréis alegría.